Treinta y cinco mil ríos para la perdiz
▶España es un país geológica y meteorológicamente único, muy diferente a la mayoría del territorio europeo
Pensamos que este país es, en gran parte de su territorio, una estepa, casi un desierto. Que el agua escasea o está «mal repartida desde siempre» y que «la pertinaz sequía» es nuestra maldición bíblica. Pero eso no es cierto, o no es exacto. En la legendaria abundancia y variedad de especies cinegéticas que disfrutamos hasta hace pocas décadas tuvo mucho que ver el tipo de agricultura que practicábamos, pero también que España es o era el país de los treinta y cinco mil ríos. Las perdices tienen que comer, pero también es imprescindible que beban; y con la perdiz, el resto de nuestra fauna.
España es un país geológica y meteorológicamente único, extraño, muy diferente a la mayoría del territorio europeo. Un lujo para la agricultura porque permite todo tipo de cultivos según la latitud, altitud y cercanía al mar: secano, olivar, frutales, huerta mediterránea y subtropical, cítricos, incluso aromáticas y trufas. También es una excepción ecológica por su diversidad de territorios, de especies animales y vegetales y también de endemismos. Nos podemos mover unos pocos kilómetros y pasamos de un desierto a un paisaje alpino, de una dehesa a un cerrado valle fluvial húmedo, de un bosque mediterráneo a una estepa, de una marisma a una garganta de aguas transparentes.
Pero para mantener la naturaleza civilizada y también la salvaje solo tenemos un problema: el agua. En la remota Edad de Bronce, entre el 2350 y 1850 a. C., se produjeron en la península periodos prolongados de sequía y los pozos se convirtieron en lugares preciosos que había que proteger y hasta fortificar. Luego, romanos y árabes aplicaron sofisticadas propuestas tecnológicas para llevar el agua a donde no había para regar y beber. Durante los siglos XIX y XX, la ingeniería y el invento del hormigón armado permitieron construir grandes presas para conservar el agua y gestionarla. Sobre todo, a partir de los años setenta del siglo XX, la llamada ‘revolución verde’ convirtió la agricultura española en una parte importante de la despensa de Europa, aunque luego la globalización de los mercados de productos agrícolas y la concentración de la distribución han hecho que el agricultor siga teniendo rentas muy bajas que necesitan el apoyo de los fondos de la PAC para su supervivencia. Esta crisis de la economía de los agricultores no ha variado, aunque la pandemia del Covid ha cambiado el valor que ciudadanos y políticos de la UE damos ahora a nuestra soberanía alimentaria. Pero para mantener la producción de alimentos de calidad en nuestro territorio solo tenemos un problema: el agua.
La perdiz, la codorniz, la paloma, la liebre y el conejo, también la ortega, el sisón y la avutarda, así como multitud de pequeñas aves granívoras e insectívoras, prosperaron al adaptarse durante estos últimos siglos, y barbechos donde crecían gramíneas y leguminosas silvestres y multitud de insectos que no eran plaga, las islas de monte, de arbolado o de piedras pero también la infinidad de fuentes naturales, manantiales, surgencias y pequeños humedales donde esta fauna podía beber ofrecían a estos animales una diversidad de ecosistemas ideal. Hoy, la agricultura intensiva, los grandes monocultivos, la concentración parcelaria, el uso de semillas tratadas, los herbicidas y pesticidas, el labrado de los barbechos y la desaparición de los citados puntos de agua ha producido que las poblaciones de todas esas especies se estén reduciendo de forma exponencial. La restricción o prohibición de la caza es una fácil medida que sirve de poco cuando falla y está faltando todo lo demás. Sobre todo el agua.
No solo embalses
Cuando hablamos del problema del agua pensamos siempre en los grandes ríos, sus embalses, trasvases y canales. Y cuando hablamos de humedales pensamos en Daimiel y Doñana; pero para la fauna salvaje de todo el país los arroyos, fuentes y pequeñas lagunas, los miles de puntos de agua que salpicaban de forma casi invisible el campo español eran tan importantes como la comida y las zonas de refugio que tenían antes. Establecer puntos de alimentación y bebederos artificiales ha sido estos últimos años una solución de emergencia que resulta muchas veces negativa para las especies cinegéticas. Se dice que esos puntos naturales de agua se han perdido por el cambio climático, pero ha sido la sobreexplotación de los acuíferos, los cambios en el laboreo y las especies agrícolas que ahora cultivamos, las intervenciones de obras públicas o privadas que no han considerado los ríos subterráneos y la pérdida de la importancia social que ahora tiene esa agua los causantes de esta silenciosa ‘extinción hídrica’, si es que existe como tal.
El problema es que las previsiones climatológicas de hace treinta años se han cumplido y los datos de los estudios que ha hecho la UE y el Miteco a treinta años vista prevén una reducción de las lluvias un 20% y una reducción del caudal de los ríos de 40%. Muchas tierras que hoy consideramos húmedas dejarán de serlo. Los grandes acuíferos del país están sobreexplotados y el sistema de trasvases y embalses cada vez funciona peor. Suelos que hoy consideramos de cultivo serán un desierto con un valor económico cercano a cero. Aun así, el uso agrícola del agua se bebe más del 80% del agua dulce disponible. El sistema tarifario más extendido, típico de zonas donde no suele haber escasez de agua superficial, es un pago anual por unidad de superficie con derecho a riego que aúna dos conceptos: tasa por uso del recurso y la amortización de las inversiones en las infraestructuras de riego. También están exentos de cualquier canon por contaminación, aunque conocemos los graves problemas que genera en los ríos la contaminación difusa que provoca el exceso de nitratos.
Pero hacer pagar más a los agricultores por el agua depurada, trasvasada, extraída de pozos u obtenida por las desaladoras haría inviable y ruinoso el sistema agrícola actual. Así que parece fundamental que se inicien inversiones pú
Dentro de 30 años muchas tierras que hoy consideramos húmedas dejarán de serlo
La restricción de la caza es una medida que sirve de poco cuando falla todo lo demás, sobre todo el agua
blicas para una modernización radical de los sistemas de riego, que se produzca una redistribución geográfica de los tipos de cultivo, que no se permitan nuevos regadíos para cultivos de secano como el olivar, que se establezca la trazabilidad de los precios de los productos agrícolas y que la protección de la agricultura se produzca desde el valor que da a esos alimentos el propio consumidor.
Evitar una catástrofe
Por otra parte, intentamos proteger algunos de los tramos fluviales altos y también algunos acuíferos haciéndolos ‘reservas fluviales’, pero hacemos poco para recuperar los tramos medios y bajos de todos nuestros ríos que están contaminados, muchas veces secos y sin el legal y obligado caudal ecológico, mal embalsados y sin conectividad fluvial, con especies exóticas en expansión y especies autóctonas en extinción gracias a la eutrofización, el cerramiento y la destrucción de esos tramos.
Dentro de esas reservas fluviales también se comienzan a considerar algunos lagos y acuíferos, pero siguen siendo invisibles, minusvalorados y, sobre todo, olvidados todos esos miles de puntos de agua que han desaparecido y que permitían sobrevivir a nuestra fauna cinegética. La multitud de fuentes naturales, manantiales, surgencias, diminutos humedales y microlagunas que salpicaban la orografía del país, y que podemos descubrir asombrados en los antiguos mapas del Instituto Geográfico Nacional, eran vitales para que las especies cinegéticas y las no cinegéticas pudieran beber, refrescarse, protegerse del calor en verano y disponer de distintos tipos de vegetación específica, que eran también un vital alimento.
Debemos seguir la Directiva Marco Europea del Agua no solo porque es una ley europea de obligado cumplimiento, sino también porque es imprescindible para evitar una catástrofe ambiental que afectará pronto y gravemente a nuestros ríos y nuestros ecosistemas pero, sobre todo, a nosotros, a las personas. Es insostenible seguir utilizando el agua como lo hacemos, e imperdonable seguir tratando a nuestros ríos como lo hacemos. El debate no es agricultura contra ecología. La opción no es agua para el río o agua para el campo si queremos seguir alimentándonos con los productos agrícolas de calidad que cultivan nuestros agricultores, mantener nuestra soberanía alimentaria y que nuestros ríos no sean solo un canal de riego y una cloaca sino ecosistemas vivos con flujos de agua limpia y permanente que mantengan una biodiversidad única y sigan influyendo en nuestros diversos climas para que no acabemos viviendo en un desierto. Y si lo que buscamos es que en nuestros campos salvajes y agrícolas vuelva a haber perdices y ortegas, jilgueros y gorriones molineros, tórtolas y codornices necesitamos cultivar y regar de otra forma.
Necesitamos debatir y cambiar el actual uso y abuso del agua y de los treinta y cinco mil ríos que tenemos, de los que somos responsables. No debemos olvidar que el agua en España es un bien público. Necesitamos un nuevo pacto rural europeo que refuerce y mejore las rentas de los agricultores, restaure los ríos degradados y recupere esos cientos de miles de puntos de agua que se han extinguido. La caza también depende de ellos.