Turismo de naturaleza
La gestión de los cazadores ha propiciado la conservación
Lo que conocemos como Sierra de Andújar se podría considerar la zona central de una gran extensión de terrenos cinegéticos de Sierra Morena y sus estribaciones, que van desde Despeñaperros hasta Villa del Río en la provincia de Córdoba, los cuales en su conjunto componen una de las regiones de mayor riqueza biológica de la península ibérica. Se trata de una larga sucesión de cotos de caza mayor preservados por generaciones de propietarios privados, que han demostrado que su gestión es la más adecuada para la conservación de la diversidad biológica y geológica.
Se cuenta que en otra época, cuando aún las edificaciones, las modernas vías de comunicación y la agricultura intensiva no eran factores limitantes, los venados de estos parajes efectuaban una migración hasta las sierras de Segura y Cazorla y viceversa, en función de la disponibilidad de pastos.
Como ocurre con el resto de nuestra piel de toro, estas propiedades serranas están atravesadas por caminos públicos donde hoy uno se topa con multitud de naturalistas aficionados y fotógrafos de fauna silvestre que acuden a observar y obtener imágenes de las especies más preciadas, como el poco conocido buitre negro, el escurridizo lince mediterráneo o la heráldica águila imperial. Y muchas de estas fincas han visto en esa nueva ocupación ociosa una posibilidad más de aprovechamiento de los recursos naturales renovables para contribuir a su mantenimiento. Son la berrea de los ciervos a final de verano y la época del celo de los felinos a principios de año, los períodos de mayor afluencia de aficionados, pero hay otros atractivos que mantienen las visitas durante prácticamente todo el año. Aquí, afortunadamente, no hay nada que resilvestrar, que es lo que está de moda, porque la gestión que los cazadores han llevado a cabo ha mantenido el territorio en óptimo estado de conservación. Mi abuelo, que cazaba todos los días menos los domingos, también hacía muchas fotos de campo ya a principios del siglo XX, pero probablemente nunca imaginó que el ejercicio de esta actividad se convertiría algún día en un valor añadido para ciertas propiedades rurales.