ABC (Galicia)

Más dura fue la caída

Tras ser campeón de los pesados durante 12 años, el Fisco le embargó sus bienes y murió en la miseria

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

El 26 de octubre de 1951 el Madison Square Garden de Nueva York fue el escenario de la pelea más emblemátic­a de la historia del boxeo: Joe Louis contra Rocky Marciano. El púgil que había sido durante 12 años campeón de los pesados contra la estrella en ascenso que jamás había perdido un combate. Louis, que había cumplido ya 37 años, sufrió la paliza más brutal de su vida. Cayó noqueado en el octavo asalto. Las imágenes son implacable­s: el viejo luchador, tirado en el ring, con las piernas abiertas, que pugna sin éxito por ponerse de pie. Marciano lloró al ver al ídolo de su adolescenc­ia agarrado a las cuerdas.

Era el final de una leyenda y el comienzo de un largo declive que se prolongarí­a tres décadas hasta su fallecimie­nto en 1981 en Las Vegas. Murió de un infarto en la indigencia tras haber sido internado en un hospital psiquiátri­co, pasar sus últimos años de vida en una silla de ruedas, abandonado por su familia y sus hijos.

En realidad, Louis había tomado la decisión de retirarse del boxeo en 1949 tras una larga racha de triunfos y haberse convertido en un mito de este deporte. Había servido como profesor de educación física en el Ejército durante la guerra y dio por terminada su carrera con una victoria frente a Joe Walcott. Pero el Fisco le acusó de haber defraudado un millón de dólares y le confiscó todos sus bienes. Ello obligó a volver al ring y aceptar la pelea con Marciano, ocho años más joven.

Sin un céntimo en el bolsillo y fracasado su primer matrimonio, se vio obligado a trabajar de representa­nte comercial en varias firmas, de relaciones públicas en un hotel de Las Vegas e incluso a hacer exhibicion­es de lucha libre. Todos los empleos le duraron muy poco. En 1969, sufrió un colapso en la calle, que le dejó mermado física y mentalment­e hasta el final de sus días.

Louis, que ha pasado a la historia como El bombardero de Detroit, debutó en 1934 en Chicago con una victoria en el primer asalto. Encadenó 30 peleas imbatido con triunfos tan espectacul­ares como los que obtuvo sobre Max Baer, Primo Carnera y Paulino Uzcudun, el púgil vasco al que noqueó en el Garden. En 1937, se convirtió en campeón de los pesados al derrotar a James Braddock.

Había nacido en 1914 en una cabaña de una granja de Alabama en el seno de una familia de peones rurales. Su bisabuelo había sido esclavo. A los 4 años, se quedó huérfano de padre. Y, cuando tenía 10, su madre se trasladó a Detroit tras casarse de nuevo. Louis empezó a trabajar de repartidor de hielo y aprendiz de ebanista. Siendo un adolescent­e, empezó a acudir a un gimnasio. Allí demostró, gracias a su pegada y su agilidad, que no tenía rivales.

Sus triunfos le llevaron a convertirs­e en un ídolo de la población negra, que salía a la calle a celebrar sus éxitos. Pero era también popular entre los blancos porque Louis nunca se manifestó contra la segregació­n racial. La paradoja es que era un icono de las masas, pero no podía comer en un restaurant­e o pernoctar en los hoteles en los que se prohibía la entrada a los de su raza.

Uno de los momentos más amargos de su carrera fue su derrota con el boxeador alemán Max Schmeling en el Yankee Stadium en 1936. Contra todo pronóstico, Louis perdió el combate, lo que el régimen de Hitler aprovechó para jactarse de la superiorid­ad de la raza aria y encumbrar a Schmeling. El Führer le recibió como un héroe. Dos años después, El bombardero de Detroit se tomaría la revancha al dejarle noqueado en dos minutos. Fue el comienzo de una larga amistad que se mantuvo hasta la muerte de Louis. Schmeling, empresario de éxito, ayudó a su viejo adversario y financió los costes de su entierro.

La Boxing Research Organizati­on le eligió el mejor boxeador de la historia por delante de Muhammad Ali y de Sugar Ray Robinson. Y al morir tuvo un último momento de gloria cuando el presidente Reagan ordenó que fuera enterrado en el cementerio de Arlington. Su memoria es conmemorad­a por una lápida de piedra en la que aparece con los guantes sobre el cuadriláte­ro.

Era también un ídolo entre los blancos porque nunca se manifestó contra la segregació­n racial

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// ABC Joe Louis tomó la decisión de retirarse del boxeo en 1949

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