UN MÁNAGER CON PRISA TERMINÓ ESTRELLANDO EL COCHE DEL GRUPO WANTED. ALGO PARECIDO OCURRIÓ CON EL BUS DE LA BANDA LADIE’S CODE
dan los veinte años. Pero la delgada línea que separa la vida y la muerte en el K-Pop es un tabú insuperable en la escena, que vive en una suerte de ‘omertá’ donde lo importante no son las vidas de los artistas, sino la conquista cultural de Occidente. Y para muestra, un botón: hace un par de años, cuando la Embajada de Corea del Sur organizó un festival de K-Pop en Madrid a través del Centro Cultural Coreano, ABC entrevistó a varios de sus participantes pero tuvo que aceptar un veto: nada de preguntas sobre salud mental y suicidios en la escena. Sólo algunos grupos que se han hecho tan mundialmente famosos como para ser estrellas (y por tanto modelos) para la juventud occidental se han atrevido a plasmar este asunto en las letras de sus canciones. ‘Trauma’ de Seventeen, ‘Breathe’ de Lee Hi o ‘Borderline’ de Sumni son algunas de ellas, aunque el mejor ejemplo podría ser el de ‘No’, un hit de los más grandes del género, BTS, que dice: «Una buena casa, un buen coche, ¿serían esas cosas la felicidad? En Seúl ¿los padres son felices realmente? Los sueños desaparecieron, ya no hay tiempo para descansar. Es un ciclo, de la escuela a la casa o a un cibercafé. Todo el mundo vive la misma vida, somos presionados para ser el número uno. Los estudiantes viven entre el sueño y la realidad ¿Quién es el que nos ha convertido en máquinas de estudio? Ellos nos clasifican. Ya sea ser el número uno o el que no es inteligente. No hay más remedio que aceptarlo, es la supervivencia del más apto ¿Quién crees que nos hace pisar hasta a nuestros amigos?».
El problema desgraciadamente va a más. Según la agencia estatal de contenido creativo de Corea
(Kocca, por sus siglas en inglés), que ha estado ofreciendo asesoramiento psicológico para aspirantes a cantantes y estrellas del K-pop desde 2011, la cantidad de casos atendidos se ha multiplicado por dieciocho en los últimos diez años.
Miedo al fracaso
Cho Jung-hwa, un conocido entrenador de artistas del género, admitió en ‘The Korea Times’: «Los aspirantes a cantantes jóvenes, cuya edad promedio es de 15 años, a menudo se someten a varios años de brutal entrenamiento vocal y de baile para lograr su único objetivo en la vida: debutar. Debido a sus agendas, muchos de ellos ni siquiera son conscientes de que están psicológicamente agotados... Dedican sudor y lágrimas a convertirse en cantantes, pero siempre temen fracasar. Entonces, cuando sienten que sus habilidades no están mejorando lo suficiente, se vuelven extremadamente ansiosos por lo imprevisible de su futuro». Y advierte: «Las discográficas de K-Pop deberían brindar ayuda en cuanto a salud mental a los aprendices de ídolos, o de lo contrario no podrán crecer como adultos fuertes psicológicamente ni transmitir mensajes positivos al público».
¿Sobrevivirá el género?
Después de tantísimas muertes prematuras y suicidios, la percepción del cantante de K-Pop como profesión de riesgo ya es algo que está fuera del control de esta industria. Así que, tal como señala Lim Myung-ho, profesor de psicología y psiquiatría en la Universidad de Dankook, este modelo de negocio tendrá que introducir cambios si pretende dar una imagen a Occidente que le permita sobrevivir y seguir expandiéndose. «Las celebridades evitan ir al psiquiatra o al psicólogo porque temen que su estado de salud mental empañe su imagen, y para sus compañías discográficas, hacer chequeos psicológicos puede parecer innecesario a corto plazo para sus directivos. Pero a largo plazo ayudará a su éxito financiero al garantizar la estabilidad mental de sus estrellas, y por tanto, su vida profesional».