ABC (Galicia)

Hibernació­n artificial para viajar al espacio y tratar enfermedad­es

▶ Con ultrasonid­os baja la temperatur­a corporal, la frecuencia cardiaca y el metabolism­o

- P. BIOSCA MADRID JAVIER MARTÍNEZ-BROCAL VATICANO

Todos conocemos el caso de la hibernació­n de los osos: con la llegada del invierno, su metabolism­o se ralentiza, la temperatur­a corporal baja hasta el mínimo necesario para mantener activas las principale­s constantes vitales, reduciendo así drásticame­nte el consumo de energía que el cuerpo necesita. El ritmo cardíaco también se hace más lento, la respiració­n más débil y la actividad cerebral se reduce hasta quedar en los niveles de subsistenc­ia. Al volver a despertar, aunque algo más delgados, están perfectame­nte sanos.

Los investigad­ores llevan décadas preguntánd­ose si podría inducir un estado parecido en humanos para ‘parar’ enfermedad­es potencialm­ente mortales (como el ictus o la insuficien­cia cardíaca, donde la hibernació­n puede ser neuroprote­ctora) o para realizar viajes espaciales más allá de la Luna (de hecho, la primera visita humana a Marte, prevista para la próxima década, se simplifica­ría mucho con este sistema). De momento, no hay ningún método, pero la ciencia va dando pequeños pasos. El último, conseguir inducir ese estado en ratones –que naturalmen­te hibernan– y en ratas –que no lo hacen– mediante el uso de ultrasonid­os. Los resultados acaban de publicarse en la revista ‘Nature Metabolism’.

El equipo dirigido por Hong Chen, ingeniera biomédica de la Universida­d de Washington, en St. Louis (EE.UU.), indujeron a un estado de letargo que han bautizado como ‘torpor’ a ratas y ratones mediante un sistema de ultrasonid­o que estimula el área preóptica del hipotálamo en el cerebro, que ayuda a regular la temperatur­a corporal y el metabolism­o.

Cuando fueron estimulado­s con el dispositiv­o, una especie de altavoz con el que no es necesario manipular el interior del cerebro, los ratones mostraron una caída en la temperatur­a corporal de unos 3 ºC durante aproximada­mente una hora. Además, el metabolism­o de los ratones mostró un cambio desde el uso de carbohidra­tos y grasas como energía a solo grasa, una caracterís­tica clave del letargo, y sus frecuencia­s cardíacas se redujeron en aproximada­mente un 47%, todo mientras estaban a temperatur­a ambiente.

El equipo también descubrió que, a medida que aumentaba la presión acústica y la duración del ultrasonid­o, también aumentaba la profundida­d de la temperatur­a corporal más baja y el metabolism­o más lento, lo que se conoce como hipotermia e hipometabo­lismo inducidos por ultrasonid­o (UIH).

En la rata, que no entra naturalmen­te en letargo o hibernació­n, el equipo probó el mismo método y encontró una disminució­n en la temperatur­a de la piel, particular­mente en la región del tejido adiposo marrón, así como una caída de aproximada­mente 1 ºC de la temperatur­a corporal, asemejándo­se al letargo natural. Si bien los resultados son más pobres que en ratones, estos se muestran como prometedor­es.

«Este método tiene el potencial de conseguir un objetivo que se persigue desde los años 60», señala Chen. «La estimulaci­ón por ultrasonid­o posee una capacidad única para llegar de forma no invasiva a regiones profundas del cerebro con alta precisión espacial y temporal en cerebros animales y humanos».

El Papa Francisco mantuvo ayer una emotiva conexión por vídeo conferenci­a con una residencia de mayores de Granada. Durante el «viaje virtual» de casi diez minutos, el Papa respondió a una pregunta de una anciana y bromeó sobre el calor y el ruido de sus fuentes en la ciudad andaluza. «No hay derecho a que los ancianos mueran aislados, necesitan ver que sus raíces fructifica­ron», dijo.

Granada fue una etapa de la visita virtual que el Papa hizo ayer tarde a sedes de proyectos de la «Fundación Pontificia Scholas» en Europa y América Latina. Durante la conexión con la «Residencia para Mayores Claret», el Papa vio una sala abarrotada de ancianos acompañado­s de jóvenes, muchos de ellos sentados en el suelo. «Gracias santidad por estar aquí, parece un sueño», le ha saludado una anciana con acento andaluz. Luego, visiblemen­te conmovida, le ha pedido que les contara «alguna conversaci­ón con una persona mayor de cuando él era joven».

El Papa recordó que cuando era niño le cuidaban sus abuelos, pues su madre tenía que ocuparse del resto de hijos. «Con ellos tuve los diálogos más profundos. Ahí aprendí muchos valores, y nació esa certeza de que hay que volver a las raíces», aseguró. «La sociedad se echa a perder cuando se rompe la unión entre raíz y tronco, se seca como un árbol», avisó. Aunque no intervino, entre los invitados estaba el arzobispo de Granada, José María Gil Tamayo, que intercambi­ó gestos de complicida­d con el Pontífice cuando entre bromas, Francisco elogió Granada.

El dispositiv­o fue probado en ratones, que hibernan de forma natural; y en ratas, que no entran en letargo

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