El ejemplo de Arturo Avello
Arturo Avello (1952-2023)
Arturo Avello Díez del Corral ha sido un ciudadano, un diplomático y un amigo ejemplar. Yo había quedado en ir a visitarle el viernes 22. Se trataba de una despedida. Una enfermedad terminal, de la que era consciente, le estaba arrancando la vida, hora a hora. En la madrugada, su hijo Manolo me comunicaba que acababa de fallecer. Quedé desolado por la pérdida de un fraternal amigo, al que quería y admiraba profundamente.
Había nacido en Madrid, el 27 de enero de 1952, en una familia con arraigo en Colmenar Viejo. Su padre, Manuel, fue un destacado ingeniero industrial y aeronáutico que en 1933 ganó la cátedra de Teoría del Motor y, al año siguiente, la de Motores de Aviación. En los años 60 fue director de la Escuela de Ingenieros Aeronáuticos. Su madre, Carmen Díez del Corral, era hermana del prestigioso humanista Luis Díez del Corral, una referencia –y una presencia– muy relevante en la formación intelectual de Arturo.
Ingresó en la carrera diplomática en 1979, incorporándose al gabinete internacional de la Presidencia que dirigía el brillante diplomático Juan Antonio Yáñez. La labor realizada por Arturo fue tan destacada que, cuando en 1991 salió del Gabinete, lo hizo como embajador en Guinea Ecuatorial. En 1995 fue nombrado embajador en El Salvador; más tarde sería embajador en Luxemburgo (2011) y en Egipto (2014). También ocupó otros cargos públicos de gran responsabilidad. En 2001, con Miguel Arias Cañete, director general de Recursos Pesqueros; en 2003, con Ana del Palacio, embajador en misión especial para el Plan Asia; y en 2006, Alfredo Pérez Rubalcaba le nombró director general de Relaciones Internacionales y Extranjería, ostentando también el título de embajador para Asuntos Internacionales de Seguridad, permaneciendo al frente de esta relevante responsabilidad hasta 2011.
En 2019 ocupó su último destino como delegado del Ministerio de Asuntos Exteriores en el Campo de Gibraltar, y en 2022 José Manuel Albares le ascendió a la categoría de embajador en el escalafón diplomático. Arturo quedó muy agradecido al culminar así su carrera, pues entre sus muchísimas cualidades también figuraba la gratitud. Me escribió: «Gregorio, aunque lleguen casi todos, no deja de hacerme ilusión. Rango de Embajador de por vida». Y añadió, con humor: «esto va a servir para que lo pongan en mi lápida».
En todas estas relevantes posiciones Arturo actuó con extraordinaria profesionalidad, inteligencia, eficiencia y discreción, esto es, con ejemplaridad.
Yo le animé a escribir unas memorias, tras tantas valiosas experiencias. Su temprana muerte no le ha dejado. En la intimidad siempre destacaba la etapa vivida junto a Pérez Rubalcaba. La extraordinaria situación de que España sea el país mediterráneo europeo que menos sufre el terrible impacto de la inmigración ilegal se fraguó entonces. Arturo estuvo felizmente casado con María José Solís Martínez-Campos, y tienen tres hijos, Manolo, Mati e Inés. Fue también un extraordinario amigo de sus amigos.
Muy culto, liberal en su forma de ser y pensar, estuvo ejemplarmente comprometido con la causa de hacer mejor y más justo nuestro país.
La gran afición de Arturo era navegar por el Mediterráneo. Juntos hicimos alguna travesía inolvidable, y este último verano volvió, de nuevo, a embarcarse con su familia en el que fue su último viaje. «El ancla es un emblema de esperanza», escribió Conrad. Hoy Arturo ha levado la suya.
De la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando