Verdades furtivas
¿Por qué el reconocido cáncer del Rey Carlos III es un acto de modernidad?
En ‘The Crown’, la secuencia inicial del primer episodio de la primera temporada muestra al Rey Jorge VI escupiendo sangre. El monarca accidental, tartamudo y revalidado por la Segunda Guerra Mundial, se enfrenta a crecientes problemas de salud. De hecho, solo reinará 16 años tras haber heredado el Trono en circunstancias extremadamente perjudiciales para la reputación dinástica de los Windsor: la abdicación de Eduardo VIII, mucho más interesado en una señora americana dos veces divorciada que en la corona. Hasta ahí las verdades furtivas de Netflix.
Más allá de todo lo que la Familia Real británica quisiera dejar en el olvido, la historia nos dice que en septiembre de 1951 el padre de Isabel II fue operado en un quirófano improvisado en el palacio de Buckingham. Fumador de más dos paquetes diarios, los cirujanos le extirparon el pulmón izquierdo. En poco más de cuatro meses, el 6 de febrero de 1952, el Rey falleció en Sandringham. Según el literario comunicado oficial: «Un coágulo de sangre había detenido el valiente corazón de Jorge VI mientras dormía».
Ni el paciente, ni la familia, ni el Gobierno, ni por supuesto los británicos, fueron informados de la gravedad de la situación: un cáncer imparable con una esperanza de vida muy corta. Se disimuló con la expresión «alteraciones estructurales», un eufemismo que en retrospectiva se antoja más siniestro que tranquilizador. Esa opacidad, para evitar introducir vulnerabilidad en la compleja ecuación monárquica, en cierta manera se reprodujo en la recta final de Isabel II. En su ocaso, solamente se admitieron «problemas de movilidad» y en el certificado de defunción aparece ‘old age’ como causa del fallecimiento.
El mero hecho de que Carlos III haya reconocido públicamente su diagnóstico de cáncer debe ser considerado como un acto de modernidad ante un viejo problema que la monarquía inglesa no ha sabido gestionar. Una decisión tan digna como la de la convaleciente Princesa de Gales que es madre de tres hijos pequeños, no ocupa la jefatura del Estado e insiste en que se respete su privacidad.