Haití, el infierno olvidado del Caribe
aití tiene integrada la violencia en su ADN. No es sólo una frase hecha, sino una realidad. La tasa de homicidios en la pequeña isla caribeña es de las más altas del mundo, y en el último año ha vivido un crecimiento exponencial: un 126% más, según datos de la Oficina Integrada de las Naciones Unidas en Haití. Los números de esta oficina elevan a 4.790 los homicidios totales solo
Hel año pasado en un país con una población algo superior a los once millones. En los últimos días se han producido tiroteos frente al Palacio Nacional, y decenas de personas han tomado los locales de una oficina de la administración pública en Puerto Príncipe, con la esperanza de encontrar allí refugio, según Afp.
«O Haití se convierte en un paraíso para todos o en un infierno para todos», dijo hace unos días el líder pandillero y expolicía Jimmy Chérizier –conocido como Barbacue– cuyas pandillas controlan gran parte de la capital. Pero este país lleva años convertido en un infierno. La sucesión de desgracias: terremotos, huracanes, brotes de cólera y otras enfermedades, junto con la violencia callejera han convertido a esta isla en uno de los países más peligrosos del mundo. Los que han vivido y conocen Haití lo saben bien. «He trabajado en Guinea Conakry, Sierra Leona o Yemen, pero la situación de Haití es casi incomparable», dice por teléfono desde Puerto Príncipe el doctor James Gana, portavoz de Médicos Sin Fronteras. La población, cuenta el doctor, vive secuestrada en sus propias casas. Los barrios están invadidos de pandilleros «y la gente no quiere salir de sus hogares por miedo al fuego cruzado o a que sean secuestrados».
Parálisis total
Sin presidencia y sin instituciones capaces de mantener el orden, los pandilleros han tomado el control de las calles. Haití no vive una guerra, pero el ambiente lo parece. Las escuelas, los bancos y la mayoría de los organismos gubernamentales siguen cerrados. Los secuestros exprés se multiplican por la facilidad de los pandilleros de conseguir así una cantidad de dinero por el rescate y hasta ir al trabajo se ha convertido en una actividad de riesgo.
«Es muy difícil trabajar aquí, pero sobre todo para los locales que colaboran con nosotros. Cada vez que vienen al hospital se juegan la vida», dice Gana. El equipo de Médicos Sin Fronteras cuenta con 185 profesionales nacionales y un pequeño grupo de internacionales.
«En nuestras instalaciones contamos con guardias desarmados, a menudo reclutados entre la comunidad, simplemente para el control de multitudes y el acceso a ambulancias. Sin embargo, ningún agente de seguridad nos acompaña durante los desplaza
Terremotos, brotes de cólera, violencia... todo pasa en esta pequeña isla que lleva años sumida en una espiral de desgracias. Ahora, las bandas de pandilleros han tomado el control del país y han impuesto el régimen del terror
Los menores en Haití corren un gran riesgo de convertirse en víctimas de violencia de género, reclutamiento forzado por grupos del crimen organizado, agresiones sexuales y matrimonio infantil, y de ellos las niñas son las más vulnerables, según ha denunciado en un informe la organización humanitaria Plan Internacional.
Este documento alerta de que algunas niñas se ven obligadas
Unidos Sin Fronteras, que pasó largas temporadas allí desde el terremoto de 2010. «Es de los países más inseguros y eso lo veías en cualquier reunión, con cualquier autoridad de gobierno o institucional, todos o casi todos portaban armas que se veían a las claras», recuerda.
La misma situación vivió Beatriz Salas, doctora que trabajó con Médicos del Mundo durante el huracán Matthew en 2016. «Es un Estado fallido», comenta. «La situación era, como lo es ahora, muy peligrosa. Había toque de queda y el riesgo de secuestros era constante».
Campos de refugiados
Actualmente, muchos haitianos han decidido abandonar sus casas y reagruparse en campamentos improvisados tras ser expulsados de sus barrios por los pandilleros. Buscan seguridad en refugios, parques y edificios abandonados, con poca ayuda o perspectivas de regresar a casa. La comida, si ya antes escaseaba –han visto una pobreza tan exagerada que hasta para saciar el hambre los haitianos hacen una especie de galletas con una masa de lodo que dejan secar al sol–, a someterse a explotación y abusos sexuales para ganar dinero y/o satisfacer las necesidades de sus familias, lo que provoca embarazos tempranos, violencia sexual y abandono escolar. La inseguridad en la capital, Puerto Príncipe, también ha contribuido al aumento de la violencia sexual. El año pasado, Médicos Sin Fronteras trató a más de 4.000 víctimas de esta lacra. ahora encontrar algo de carne y arroz se ha convertido en misión imposible. Las tiendas y puestos en los que se abastecen los más pobres solo pueden ofrecer fruta y verdura podrida, garrafas de agua vacías y bombonas de gas... sin gas.
En estos momentos, el principal puerto del país es de difícil acceso debido a la tensión y la inseguridad en la mayor parte del país. El aeropuerto también lleva varios días cerrado.
La única vía para conseguir víveres y ayuda se encuentra en la frontera con la República Dominicana. De momento la actividad comercial entre ambos países «se está desarrollando con normalidad», aseguró hace unos días el presidente dominicano, Luis Abinader.
Desde Haití, lo que piden es más ayuda internacional. «Haití es el país olvidado», se quejan. Hace más de un año, el Gobierno solicitó formalmente el despliegue de una fuerza multinacional para ayudar a su policía a restaurar el control de la capital. Hasta 2017 estuvo desplegada la misión de estabilización de la ONU, Minustah. El recuerdo no es bueno después de que misiones anteriores dejaran atrás una devastadora epidemia de cólera y escándalos de abuso sexual, por los cuales nunca se hicieron reparaciones.
Ante esta situación, que se repite en el tiempo, la denuncia de los que están o han estado allí es clara «El país se cae a pedazos y aquí nadie hace nada».
Decenas de personas han muerto en los ataques de pandillas, y más de 15.000 están sin hogar a causa de la violencia