La Romareda apela al santoral
marchaba en una posición privilegiada cuando el coronavirus paralizó el mundo. A la vuelta de la competición el equipo se vino abajo. Jugó el ‘playoff’, pero cayó en las semifinales ante el Elche.
Entre medias de todas esas etapas, Víctor se ganó una merecida fama de trotamundos: Tenerife, Celta, Betis (en dos ocasiones), Oporto, Gante y Deportivo, además de una estancia de dos años en el Real Madrid como coordinador de la cantera, han sido sus equipos. En ninguno alcanzó el éxito y el reconocimiento que sí le brindaron en casa.
Lágrimas y sentimiento
En su presentación ante los medios le pudo la emoción. Hasta en dos ocasiones las lágrimas le obligaron a abandonar la sala, incapaz de continuar con su discurso. «Cuando he llegado a la Ciudad Deportiva me notaba raro, me he puesto nervioso en el vestuario. Cuando he ido a ver a los jugadores, casi no podía hablar», admitió.
Cuando al fin pudo, dejó clara su misión. Y no la ve fácil: ««No llego como un salvador, sino como uno más. Yo vivía muy bien: tenía una vida cómoda, fácil, era feliz... Esto me mete en otro mundo. Venir como tercer entrenador significa que las cosas no estaban saliendo bien. Estamos en un estado de alerta, de máximo peligro. Les he pedido a los jugadores que sean responsables y maduros. Hay una amenaza bastante peligrosa».
Por delante le quedan doce jornadas en las que el primer objetivo será alcanzar los 50 puntos que le garantizarían la permanencia (ahora tiene 37). Los puestos por el ascenso, ahora a 11 puntos de distancia, parecen una quimera. Pero es Víctor Fernández y está de vuelta en casa.