Félix Bolaños, el hermeneuta
Es preferible la amable mentira si viene de los nuestros a una incómoda verdad
N Oes fácil que una mentira del Gobierno sea noticia. Son tantas las ocasiones en las que desde el Ejecutivo, con su presidente a la cabeza, se ha faltado a la verdad, que lo noticiable hubiera sido que Sánchez o alguno de sus ministros se hubieran reconciliado con el decir veraz. Sin embargo, con el dictamen de la Comisión de Venecia se ha dado un paso más. No es que mientan: es que están dispuestos a impugnar una realidad contrastable para cualquiera que tenga la competencia lectora de un alumno de bachillerato. Ya ocurrió cuando intencionadamente se filtró el primer borrador y se instó a la prensa a interpretar que el dictamen avalaba la tramitación de la amnistía. Y volvió a ocurrir el viernes cuando ya con la versión definitiva del texto se intentó persistir en una interpretación del documento evidentemente retorcida.
Las palabras se fijan por escrito cuando se quiere asegurar un significado mínimo y acotado. Por eso se escriben los contratos y las constituciones, para dejar constancia material de un significado basal que quede a salvo de la arbitraria voluntad de las personas. Los textos en clave jurídica o política no pueden ser objeto de una interpretación infinita, y por más que Paul Valéry negara la existencia de un verdadero sentido para la palabra literaria, cualquier lector que acceda al dictamen de la Comisión podrá comprobar su diagnóstico crítico con la de la ley de amnistía.
Lo terrible no sólo fue la hermenéutica falaz del ministro, sino que existieran medios capaces de brindar apoyo a la desnortada interpretación. Hubo de todo, desde quien apeló al «espíritu de la amnistía», que tanto recuerda al ‘sensus spiritualis’ de la hermenéutica sacra, a quienes optaron por subrayar un conflicto de interpretaciones entre el PSOE y el PP, para ocultar así el ‘sensus litteralis’ del dictamen. Todo con tal de no asumir que el texto dice lo que dice. Entre la ciencia y el terraplanismo, ya saben: lo que hay, es un conflicto de interpretaciones.
Hagan caso a Umberto Eco y asuman siempre como posibilidad el que los textos signifiquen, sencillamente, lo que expresan en su sentido más obvio. Aunque, seamos francos, Bolaños no intentó engañar a nadie, lo que hizo fue pasar lista en voz alta para comprobar quién está dispuesto a impugnar la prístina claridad que arroja una letra escrita que no le conviene. Y allá que fueron algunos, a demostrar una fidelidad casi pornográfica. Por encima de los hechos si hace falta, porque siempre es preferible la amable mentira si viene de los nuestros a una incómoda verdad. Pero el informe es claro, y como reza el viejo adagio, ‘in claris non fit interpretatio’. Si pueden, léanlo con sus propios ojos y recuerden lo que dijeron unos y lo que dijeron otros.