Puigdemont, un candidato perdedor y de riesgo cero
miedo. Tiene miedo de que lo maten. Tiene miedo de que lo detengan y encarcelen. Tiene miedo de presentarse a las elecciones, volver a perderlas y que se desvanezca definitivamente el mito del presidente legítimo. Tiene todavía más miedo de presentarse, ganarlas y que quede claro que no se atreve a llevar a cabo sus promesas unilaterales y sólo pueda inaugurar colegios y carreteras.
Es el mismo miedo que tuvo dos días después de declarar la independencia sin haberla defendido en ninguna plaza y se fugó escondido en el portamaletas de un coche. Es el mismo miedo que tenía cuando se instaló en Waterloo y salía con chaleco antibalas debajo del abrigo a recibir la visita de sus partidarios. Y, por miedo a ser envenenado, la comida con que le ofrendaban la probaba antes alguno de sus guardaespaldas o directamente no se la comía.
Igualmente, asusta a Puigdemont que la fragilidad –e ingenuidad– del redactado de la ley amnistía pueda ser revisado y enmendado por la Justicia española, que a pesar de la no vinculante Comisión de
Venecia, se fundamenta exactamente en los mismos criterios en materia de terrorismo y malversación que la Justicia europea.
Junts intentará exprimir propagandísticamente un retorno que Puigdemont todavía no sabe hasta qué punto podrá administrar políticamente. Desde los medios tremendistas del otro lado se engrandecerá su campaña presentándolo como el peligro que no es para la unidad de España y se hará de él un inmerecido héroe, lo que le dará unos votos que de otra manera no tendría.
Cuando aún estas últimas elecciones catalanas del 12 de mayo no estaban convocadas y los catalanes sólo tenían en su horizonte electoral para 2024 las elecciones europeas, el secretario general de Junts, Jordi Turull, amagó con el mismo truco que en 2017 diciendo que Puigdemont regresaría a finales de julio, siempre después de los comicios comunitarios. Los postconvergentes se han vuelto unos expertos en vender la épica antes de que se produzca, sabiendo perfectamente que lo más normal es que no llegue a producirse.
La principal característica política y personal del forajido Puigdemont es el miedo