El ventilador
Siento que a algún lector (si alguno me queda) le pueda parecer una opinión inapropiada o hiperbólica, pero lo escribo tal cómo lo pienso: la política española cayó en un burdel. O en un estercolero. Tal es su ambiente, tales son sus modos, tal su vocabulario, tal su zafiedad, tal su carencia de escrúpulos, tal su urbanidad. Como cuando Ortega alzó la voz en aquel julio de 1931, el degradante espectáculo parlamentario corre por cuenta de payasos, tenores y jabalíes.
El mamporrero Puente, la loca Montero, un portavoz enemigo personal de la Gramática, una ministra de Igualdad precisada de camisa de fuerza, un truhán en la cabecera del banco azul, una presidenta que lo mismo trampea con mascarillas que cierra los ojos a la prostitución de menores… ¿Será cierto que la política es una actividad impropia de personas honorables?
He visto cómo la ministra loca, haciéndose eco de la ligereza informativa de un digital, se desmelenaba y vomitaba una inexistente subvención a Sargadelos concedida como gracia conyugal: a la sazón, Eva Cárdenas, la mujer de Feijóo, estaría desempeñando en la empresa un cargo ejecutivo. Ladró el bulo, guau guau, pero olvidó que la mentira tiene las patas cortas. A los diez minutos de pregonado, la propia empresa con base en A Mariña lo desmentía sin medias tintas ni paños calientes. Quizá tanto el digital como los calientaculos del banco azul ignoraban que Segismundo García, propietario de Sargadelos, es, además de empresario de éxito, periodista escasamente inclinado a morderse la lengua y a embridar los puntos de la pluma. Lleva algún tiempo retirado del oficio, pero conserva intactas sus viejas virtudes y habilidades.
Entre ellas, la de no morderse la lengua ni encapuchar la estilográfica cuando alguien tiene la inverecundia (utilizo el sustantivo en homenaje a Sánchez Dragó y al cura de Barbadelo) de servirse de la mentira para poner a funcionar el ventilador. O sea, el aspersor de mierda. Pues que tome nota la loca.