El cuidado del espíritu
Sólo un necio podría desconfiar de lo invisible
de belleza, las páginas de muchos diarios asimilan el bienestar con prácticas dietéticas y la agenda política agota el cuidado del alma en una salud mental resumida en recursos asistenciales de urgencia. Química para hacer nuestra vida soportable. Todas las grandes tradiciones culturales han prestado una saludable atención al cuidado del espíritu. Es más, la propia noción de cultura, si hacemos caso a Cicerón, se caracteriza por estar referida a la custodia y la protección del ánimo. Para Platón, la filosofía no sería más una terapia del alma. Después de todo, cuando Nietzsche dijo que el cristianismo era platonismo para el pueblo, no es seguro que no estuviera haciendo el mejor de los elogios. Nuestra sociedad no es pornográfica por nuestra exposición a una sexualidad explícita, sino por su obsesiva concentración en las apariencias visibles. Agotar nuestra existencia en la materia tangible equivale a renunciar al hondo secreto que nos vertebra. Sólo un necio podría desconfiar de lo invisible, pues todo lo que rige el mundo y nuestra propia biografía es imperceptible a través de los ojos. El miedo y el odio o el amor y la misericordia jamás podrán tocarse ni pesarse y, sin embargo, son realidades que nos inspiran y nos salvan de nuestra mediocridad o que pueden llegar a devorarnos hasta la destrucción. Por mucho que tendamos a apreciar lo sensorialmente explícito, casi todo lo valioso en la vida se halla oculto y protegido detrás de un velo. Por eso los griegos llamaron a la verdad ‘alétheia’, y por eso Schiller o Novalis se obsesionaron con el rostro velado de la diosa Isis. Cuidar y proteger lo que de nosotros no resulta visible es una encomienda imperativa para el ser humano para la que necesitamos a los sentidos. No se puede cultivar el espíritu sin exponernos a la belleza o al silencio, que son los significantes sensibles de la gran verdad inmaterial. Acertó Camus cuando restringió el significado de cultura al ejercicio de nuestro sentido más íntimo, que es el de la eternidad.