ABC (Galicia)

El centro de gravedad

Del amor de mi hija nace el amor a mi trabajo y a mis amigos

- SALVADOR SOSTRES

ABUSAMOS de las banderas a veces por fanatismo pero sobre todo porque nuestras vidas nos dan pereza. No es exacto que el nacionalis­mo se cure viajando. Se cura yendo a buscar a tus hijos al colegio. La excesiva rabia contra Pedro Sánchez se cura en la sala de espera del pediatra. Y si Pedro Sánchez hubiera cambiado tantos pañales como yo no diría tantas tonterías sobre Palestina, porque habría aprendido a proteger la vida de un niño y no a destruirla. Si el candidato de Bildu, Pello Otxandiano, hubiera dado los biberones de madrugada que yo he dado sabría que no se puede ser ni la mitad de un hombre decente sin reconocer que ETA fue una banda terrorista y pedir perdón por cada uno de sus crímenes. Si Puigdemont quisiera a su familia no la habría destrozado por ir a hacer el mono en Bélgica a cambio de declarar una independen­cia en la que creía tan poco que iba a convocar unas elecciones autonómica­s, pero se quiso hacer el chulo con Esquerra y decidió dar un golpe de Estado y convertirs­e en un prófugo. El problema de Puigdemont no es que sea independen­tista. Es que no quiere a sus hijas y por eso las vendió por la chatarra de una chulería.

El problema de la inmigració­n no es tan grave como el problema de matemática­s que tu hijo no sabe resolver y tienes que ayudarle. Si fueras mejor padre serías menos racista. Cuando los sentimient­os importante­s ocupan el lugar adecuado, se desvanecen la ira, la banalidad y el populismo.

Claro que soy catalán y español y del Barça pero a la pregunta de qué me siento respondo que cuando mi hija se encuentra mal, me tumbo a su lado y respiro su aliento enfermizo. Yo me siento de ese aire contagioso y tibio. Me identifica y es mi bandera la dificultad de mi hija, su dolor y su ansia por transitar hacia la luz. Estos son mis confines. No soy de ninguna parte que no sea de Maria. Del amor de mi hija nace el amor a mi trabajo y a mis amigos. Y qué clase de padre puedes ser si no perdonas todo al final del día.

Llevo mal que me incluyan, que me supongan en la fila. Nunca soy yo mezclado con otro. Me molesta la exaltación del lugar de procedenci­a. Desprecio a los que piden vinos catalanes porque «som d’aquí», sin saber que si cada uno hiciera lo mismo en su tierra sería la pobreza de Cataluña, que es una región exportador­a.

Los hombres de los discursos contundent­es no llevan a sus hijas dos veces por semana a los buenos restaurant­es. Sin padres presentes tendremos un futuro de patanes. El fanatismo nace de los padres que no cambian pañales ni dan vueltas como zombis de madrugada en el jardín porque su hijo sólo se duerme con el rugoso movimiento del carrito. Si no escuchas este llanto acabas escuchando a mentirosos y lunáticos. Y lo que tú no transmites a tus hijos con tu amor de padre lo transmite la sociedad con el ensañamien­to de un gánster.

El paletismo no se cura viajando. Se cura cambiando tu centro de gravedad por el de tu hijo. Y en Navidad, por supuesto, los llevas a París y a Disney.

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