Ole, ole, ole
El Atlético ganó 50 millones de euros. Ese es el sabroso titular que dejó la trágica noche de Dortmund para el dueño del club. Y esa molesta sonrisa, que reduce el sentimiento y la ambición a un simple monedero, explica mejor que otros matices el deterioro del equipo tras su admirable resurrección. También la catástrofe europea del martes. No importan ahí los títulos, sino el dinero. Y la perversión se ha repetido tanto que ha terminado por calar y derrumbar la exigencia. Tranquilos, muchachos, con la pasta por entrar al Mundialito y la cuarta plaza en la Liga vale, objetivo cumplido. Si ganar deja de ser una obligación, perder se vuelve una anécdota.
Cómplice y principal responsable de ese giro es Simeone, que se empeña en hacer jugar al Atlético como un equipo pequeño, menor que su rival. Sobre todo a domicilio. Se deja llevar por un enfermizo paso atrás y ordena jugar con desconfianza y recelo, pendiente antes de lo que te puede hacer el adversario que del daño que eres capaz de provocarle. El Borussia es peor que el Atlético, pero Simeone le animó a creerse más. Cada vez que lo atacó, lo desnudó. Aquí y allí. Dejó al aire sus carencias y su fragilidad. Pero a la que sacó una ventaja o el rival estornudó, el técnico ordenó un nocivo repliegue a los suyos (que además ya no saben defenderse) hasta acabar pisoteados. Conformarse con un gol de más es el preludio de morir por un gol de menos.
El mismo entrenador que fue capaz de levantar un cadáver y convencer a futbolistas heridos de que podían tumbar a cualquiera, agrandándoles, hoy en el fondo los encoge y acompleja. Casi todos los futbolistas que maneja juegan peor de lo que alguna vez jugaron. Algunos por decadencia natural aunque sigan intocables (Oblak, que dio muchísimo, se ha vulgarizado) y otros por influencia directa de las consignas que reciben. No tiene la culpa el Cholo de que Morata falle la que tuvo, pero sí de que sólo tuviera esa.
En todo caso, lo hagan bien o mal, en esa plantilla nunca pasa nada. No hay obligaciones, sino anestesia. Hace tiempo que en el vestuario y en la casa la reacción es la misma ante una victoria, un empate o una derrota. Es decir, ninguna. Y también en los despachos, donde no se discute al empleado mejor pagado. Lo mejor del Atlético es su pasado. Pero a la vez su principal problema. Abrazarse al justo agradecimiento por lo conquistado lo está paralizando. Hace meses que el mejor proyecto de su historia está agotado.