ABC - Mujer Hoy Moda

Bruja de la noche

- ESPIDO FREIRE Escritora

Su rostro posee la perturbado­ra dualidad de quien en un segundo puede decidir si te salva o te condena, la boca que promete que te protegerá, como un hada bené ca, los ojos punzantes de la bruja que, por un capricho, exigiría tu corazón, y lo lograría del hombre que más te ha amado. Es un rostro al que hay que acercarse con precaución, como si bordeáramo­s un volcán o echáramos una mirada curiosa a un iceberg. Nunca se conoce del todo a la mujer que esconde, pudorosa, sus labios demasiado sensuales tras una mano blanca y unas uñas sanguinole­ntas. No está en este mundo, sino suspendida entre realidades. Pisa hielo frágil con la certeza de quien tiene alas para volar y escaparse como una paloma sobre un diluvio del n del mundo. Si nos aproximára­mos, en silencio, como se hace en todos los lugares sagrados, podríamos adivinar si las rosas negras se entrelazan con su cabellera, o si directamen­te brotan de ella, criatura de noche e invierno. Ni siquiera el seno blanquísim­o que se adivina bajo el tul parece del todo humano. ¿Cera? ¿Mármol? ¿Alabastro? ¿Quién es esta mujer que se niega a elevar la mirada, como si supiera que la mayoría de los seres no podrían soportarla? ¿Una pesadilla? ¿Una virgen negra, telúrica, capaz de interceder por los pecados de la Humanidad desde su sitial entre el cielo y la tierra? ¿Una parca sin emociones ni sentimient­os, que cortará el hilo de una vida sin que se altere su expresión ni caiga el pétalo de una sola de sus rosas? Se ha escapado de un cuento para derrotar a otras brujas, aún no sabemos si buenas o malas. Sin duda, fueron menos bellas que ella, y más envidiosas. Hasta las hijastras más ruines han de reconocer la hermosura sin rival de la madrastra que las tortura. Ha detenido el hielo y la escarcha, pero desconocem­os si para salvar las cosechas o para castigar a los desobedien­tes. Ha frenado la oscuridad, anclada en su vestido, pero quién podría prever que no nos arroje a las tinieblas. Todo ángel, dijo Rilke, es terrible. Ignoramos si nos depara el horror, o la luz. Cuando, por n, se digne a mirarnos, lo adivinarem­os.

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