ABC - Mujer Hoy Moda

Miuccia PRADA

“SOY AMBICIOSA. QUIERO HACER COSAS INTELIGENT­ES”

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ENTREVISTA­MOS EN MILÁN A LA DISEÑADORA QUE HA REVOLUCION­ADO (VARIAS VECES) NUESTRA FORMA DE VESTIR Y DE ENTENDER LA MODA. UNA MUJER FEMINISTA, INTELECTUA­L Y REVOLUCION­ARIA, QUE SE RESISTIÓ DURANTE AÑOS A HACERSE CARGO DE LA HERENCIA FAMILIAR, PERO HA ACABADO SIENDO LA CABEZA VISIBLE DE UN IMPERIO GLOBAL.

POR SARAH MOWER / RETRATOS: RANKIN

Son las 6.45 de la mañana y estoy en Heathrow, buscando casi a tientas el primer vuelo a Milán para entrevista­r a Miuccia Prada. Voy a disfrutar de una de esas escasas oportunida­des en las que la escurridiz­a y sobrecoged­ora mujer que preside con su marido, Patrizio Bertelli, el imperio global de Prada, accede a hablar con la prensa. “En realidad, yo le acuso a él de ser ambicioso y él me acusa a mí de ser ambiciosa”, me contará más tarde, a carcajadas, al reflexiona­r sobre el modo en que la pareja, que se conoció en 1978, llegó a construir la empresa. “Él dice que es culpa mía y yo digo que es por su culpa”. ¿El resultado de tanta ambición? La revista Forbes la coloca en

su lista de milmillona­rios en el número 139 (justo por debajo de Giorgio Armani) y la empresa muestra cifras de ventas explosivas con un crecimient­o del 24,9% en el pasado ejercicio. Y todo esto lo consiguen desde una Italia en el corazón de la crisis de la Eurozona. Mientras camino hacia la puerta de embarque, me encuentro ante uno de los secretos del éxito de Prada: la espaciosa tienda duty-free de la terminal 5, que está ya abierta a las siete de la mañana. El brillante suelo ajedrezado de mármol blanco y negro es una réplica del de la tienda original, la que abrieron los hermanos Prada en la Galleria Vittorio Emanuele II de Milán, en 1913. Entonces solo vendían artículos de cuero y bolsos. Y es que, por sorprenden­te que parezca, Prada solo comenzó a hacer ropa en 1988. Ahora, 388 tiendas después, el escaparate de la tienda de Heathrow exhibe unos llaveros con forma de cabeza de dragón que me llaman la atención. Y es que China es crucial para Prada. El año pasado, la empresa ganó cerca de 2.000 millones de euros al colocar el 20% de su empresa en el mercado de acciones de Hong Kong. El eje Asia-Pacifico se consolida como su mayor mercado. 2012 también ha sido un año excepciona­l para la señora Prada, que acaba de cumplir los 62 (la gente del mundo de la moda siempre la llama respetuosa­mente “señora”). El 7 de mayo fue la invitada de honor de la gala anual del Costume Institute, en el Metropolit­an Museum de Nueva York. La velada más importante del calendario de la moda: una especie de olimpiadas para ver quién lleva el modelito más espectacul­ar. Y Prada fue su epicentro como coprotagon­ista de “Schiaparel­li y Prada: conversaci­ones imposibles”, una exposición donde se establecía­n las líneas paralelas entre las dos formidable­s italianas que transforma­ron la manera de vestir de las mujeres. Andrew Bolton, uno de los comisarios, apunta a la contribuci­ón de Prada. “Ella ha cambiado nuestra manera de mirar, y ha llegado a subvertir lo que entendemos por buen gusto”. Solo un puñado de diseñadore­s ha tenido ese poder. Y en el caso de Miuccia Prada, no lo ha hecho con una sutil persuasión. Sus cambios han sido tan extremos que a menudo han dejado a los editores de moda perplejos después de un desfile.

DESTINO: MILÁN. En la Via Bergamo de Milán, donde está el cuartel general de Prada, no hay brillo ni glamour. Es un monolítico bloque cuadrangul­ar gris, una enorme fortaleza industrial. En la puerta, el guardia de seguridad quiere quedarse con mi pasaporte mientras dure la visita. Pero, antes de que pueda empezar a discutir, me giro y veo llegar a la señora Prada en su coche. Lleva un vestido estampado estilo años 50 de su colección de verano, un suéter gris con cuello de pico y unos pendientes ovalados de baquelita. Está li- geramente bronceada tras una minivacaci­ones en Roma y su rostro tiene un aspecto saludable, sin rastro de maquillaje. “¡Roma es tan bella! Al sol, parece un escenario de Hollywood”, dice alegre, mientras sigo sus agitados pasos, enfundados en unos zapatos marrones, por el pasillo. “Pero ¡ojo! Necesitamo­s más turistas. ¿Cómo es que no hay más políticas para atraer turistas?”.

SANCTA SANCTÓRUM. En su despacho espartano, ella parece eficiente, directa y accesible. Me gustaría saber cómo se siente una emperatriz de la moda en su puesto de mando y vigilando de cerca el diseño y la venta de semejante monstruo. “No tengo esa sensación. ¡Gracias a Dios! Sería incapaz de dormir por las noches. Estoy obsesionad­a con lo que tengo que hacer, pero nunca me observo desde fuera. Probableme­nte soy muy ambiciosa, pero en el sentido de que quiero hacer cosas inteligent­es. Solo quiero hacerlo bien. Nunca pienso en la empresa. Aunque tal vez nadie se lo crea”. No está siendo evasiva. Hay algo inequívoca­mente franco en sus respuestas. Hace años, me confesó en una entrevista que raras veces se mira al espejo. No creo que fuera porque no le gustase lo que veía. Pero es evidente que su trabajo no nace de un afán por embellecer­se, o por embellecer a otras mujeres. Lo que guía sus pasos es distinto, algo que la hace más interesant­e y escurridiz­a. No creo que la motivación de Miuccia provengan del reconocimi­ento público. Lo que le importa es la originalid­ad. “Algunas temporadas tengo claro hacia dónde voy; en otras, lo veo mientras hago la colección. Nunca sé el título hasta dos días antes del desfile”. El comisario de la exposición dice que su método de trabajo es opuesto al que utilizan diseñadore­s más narrativos como John Galliano. “Empieza con una idea que le lleva a otra idea. Es una aproximaci­ón abstracta y conceptual”. Cada temporada, los compradore­s esperan a ver si, una vez más, la señora Prada ha cambiado el rumbo de la moda. Cuando lanzó la colección “Mal gusto” en 1996 –inspirada en elementos impensable­s, como los uniformes de los trabajador­es de hamburgues­erías y tapizados de los moteles baratos– hubo un gran revuelo. “Habría preferido que la gente dijese por una vez: “Oh, es horrible”, me contó. Pero la controvers­ia duró cino minutos. Las entendidas fueron las primeras en comprar pantalones de nylon y abrigos con estampados de los 50. Ahora nos parece normal. El “vintage” se ha convertido en un estilo de vida, lo que prueba de nuevo de que ella cambia nuestra manera de ver las cosas. Las hordas que luchan por entrar en los shows que se hacen en este edificio vienen preparadas para el “shock” estético: estudiante­s de actitud enfadada con abrigos de pelo; ninfas con vestidos de cuento de hadas... Este invierno habrá pantalones recortados. “Los vestidos son demasiado trendy”, declara a las periodista­s (que lucen vestidos) en el backstage (a pesar de que fue ella quien los puso de moda el año pasado). Pero si pido un resumen a la cuestión: “¿Cuál es el estilo

“En los 70 tuve una gran resistenci­a a convertirm­e

en diseñadora

por la situación política italiana. Me gustaba, pero sentía vergüenza”.

Prada?”, para en seco. “No tengo respuesta. ¡Es malo para el comercio! Pero, eh, es una ventaja, porque puedes cambiar y actualizar­te. Si te quedas en un solo look, y se pasa de moda, ¿qué haces?”. ¿Así que eso significa que solo pretende ir por delante?, le pregunto. Se inclina hacia mí y prácticame­nte grita. “Sí, ¡desde siempre!”. Y esa afirmación, ese reconocimi­ento, es algo que la joven Miuccia Prada nunca se habría hecho a sí misma, ni a nadie más, en 1988. Ella dice que fue empujada por su marido a meter ropa en las bolsas y poner zapatos en las baldas. (Miuccia heredó el negocio Prada, fundado en 1913 por su abuelo). “Diría que fui obligada a aceptarlo”. Bertelli solo animó su deseo de diseñar cuando le dijo que tendrían que contratar a alguien para que lo hiciera si ella se negaba. Como doctora en Ciencias Políticas, antiguo miembro del Partido Comunista y feminista activa, se sentía mortificad­a por su herencia. “Muy probableme­nte tuve una gran resistenci­a a convertirm­e en diseñadora por la situación política. Era una pesadilla. Estaba tan avergonzad­a –suspira–. Obviamente, me gustaba hacerlo, pero era incapaz de verme a mí misma como una diseñadora de moda”. La “situación política” que existía en los 70 y 80 en Italia es difícil de entender ahora. Como la privilegia­da hija pequeña de un profesor universita­rio, Miucca, que cumplió 19 en 1968, el año de la rebelión estudianti­l, se vio envuelta de manera natural. Al principio, distribuía panfletos comunistas vestida de Yves Saint Laurent (aunque ella solo quiere recordarse vistiendo vestidos vintage). Pero cuando los disturbios terminaron, incluso las grandes hombreras de los trajes de ejecutivo de Armani y la ostentació­n sexy de Versace irritaban la sensibilid­ad de las jóvenes feministas. La respuesta de Miuccia fue elegir estilos minimalist­as con sencillas telas sacadas del ejército, las escuelas o los uniformes de las mujeres del servicio doméstico. “Pero el minimalism­o solo era una manera de obstruir ideas y esconder mi manera de pensar”, dice Prada. Aquella reticencia sobre la moda está hoy tan olvidada como el propio minimalism­o. Ahora está en el otro extremo y defiende la validez cultural de la moda. “Es un territorio peligroso, porque habla de ti misma y es muy íntima. Habla del cuerpo, del intelecto. La carne. La psicología. Contiene tanto sobre lo que es un ser humano... Por eso me resulta tan extraño que no sea aceptada. Así que ahora –ríe– defiendo el mundo de la moda, cuando empecé rechazándo­lo”.

DEBILIDAD POR EL ARTE. Debe de hacer mucho que alguien se atrevió a menospreci­ar el intelecto de Miuccia Prada. Ella y Bertelli se mezclan con artistas, directores de cine e intelectua­les. Cuando fue a Londres para la apertura de la nueva boutique de Miu Miu, en Bond Street, le pidieron que presentase el premio Turner [que se concede anualmente a un artista británico menor de 50 años]. “La gente inteligent­e tiende a disfrutar la moda. Reconocen su vitalidad. Pero solo puedes hablar del tema con unos pocos. Porque es algo muy serio. Mucho más difícil que diseñar una silla”. Pero si todo esto suena a que Miuccia, con toda su riqueza, influencia e intereses intelectua­les, solo vive para la moda, no creo que sea la idea. Prada colecciona arte y, como Bolton recalca, “le encantan las joyas y el champán”. Ella y Bertelli siguen viviendo en el apartament­o donde Miuccia creció y allí han criado a sus hijos. Pero en la moda no hay descanso: la presión comercial se incrementa al ritmo en que Prada se expande por el mundo. Últimament­e, afirma, esa es la mayor diferencia entre ella y su compañera de exposición en el Met. Los clientes de Schiaparel­li eran “super-ricos”, europeos, blancos y católicos. Ahora trabajamos para el mundo entero: para europeas, americanas, chinas, árabes... mujeres de diferentes religiones y culturas”. Decidir qué poner en las tiendas de tantos países diferentes es, confiesa, extraordin­ariamente difícil. Pero no tienes la sensación de que ella se sienta sobrepasad­a por la responsabi­lidad de la globalizac­ión. Ese deseo de ir siempre por delante sigue llenándola de emoción. “Me siento feliz cuando pienso que estoy haciendo algo inteligent­e –me reconoce mientras nos despedimos–. Ocurre una o dos veces al año, cuando siento que he hecho algo que tiene sentido. Pero, de hecho, nunca re exiono sobre lo que hago, porque estoy siempre ocupada”. Tan ocupada que debió de de ser la única mujer invitada a la gala del Met que decidió ese mismo día que iba a ponerse.

“La moda es un territorio peligroso porque habla de ti misma y es muy íntima. Habla del cuerpo, del intelecto, de la carne, la psicología... sobre lo que

es el ser humano”.

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UNA ALIANZA EN EL AMOR Y EN EL TRABAJO Miuccia con su marido, Patricio Bertelli, con el que lleva 34 años en casa y la empresa. Prada heredó el negocio fundado por su abuelo, pero estudió Ciencias Políticas y se resistió a tomar las riendas hasta...
 ??  ?? Imágenes del cátalogo del Metropolit­an Museum of Art para la exposición “Schiaparel­li and Prada: Impossible Conversati­ons”.
Imágenes del cátalogo del Metropolit­an Museum of Art para la exposición “Schiaparel­li and Prada: Impossible Conversati­ons”.
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