ÚLTIMA A MIRADA A

Con Espido Freire. re.

Si no gano en la siguiente, lo dejo. Cuento hasta tres y lo dejo. Hasta la fecha, no he perdido nunca, jamás, en toda mi vida. Apuesto mal. Las grandes, las buenas apuestas, se nutren de la seguridad, y yo no sé qué haré en los cinco minutos siguientes, porque mi mente salta de una idea a otra y se arrepiente de ellas, y cambia de opinión... Pero quizás por eso sea tan buena en las pequeñas, diminutas apuestas que emprendo. Soy una vividora espléndida, un rotundo ejemplar en extinción: salvo que no haya nada qué vender, ni que imaginar, lo compro absolutamente todo. Todo lo que no me regalan, porque soy una cachorrita entusiasta que conduce a que los otros velen por mí, me mimen y me cuiden. Supongo que por ese motivo me suelen mantener aislada del público: ¡Ah, por cierto! ¿Dónde duermen los demás? ¿Dónde están mis amigos? Me reconocen desde lejos, quizás por mis ojitos traviesos, por el vestido verde, por mi manera de caminar, casi de puntillas, o de sentarme, con la despreocupación de una niña. Me invocan antes de una tirada de dados o antes de las rmas de los grandes contratos, o incluso antes de una cita a ciegas. Por allí ando yo, a veces favoreciendo a uno, otras veces al contrario. Ya he dicho que me gusta jugar, mucho, y que juego con todo y con todos. Siento debilidad por quien toca madera, por quien se aferra a un pañuelo de la infancia o a una camiseta de la adolescencia. Revoloteo sobre las velas que piden favores a los santos y las plegarias no atendidas. Luego, cuando nalizo mi jornada de trabajo y decido quién gana y quién no, y veo el rostro de unos y la pena de los perdedores, me siento y juego yo. Hace miles de años que esto es así, desde que me pusieron nombre, y entonces, de la nada, con mi vestido verde, aparecí yo...