ABC - Mujer Hoy Moda

EMPERADOR

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o más importante de la ropa de Armani es que me da seguridad –dice Sophia Loren–. Cuando tengo que enfrentarm­e al público, solo Dios sabe la cantidad de dudas que tengo; cuando me pongo su ropa, ya no las tengo”. Volver a Armani. Al último emperador de moda. A la maestría del italiano que se resistió a montar su propia marca, esa que ahora, a los 78 años, ni se le pasa por la imaginació­n dejar. Armani –hablamos de la marca– es un clásico como Chanel, Balenciaga o Yves Saint Laurent; y eso que no ha cumplido aún 40 años (algo que ocurrirá dentro de tres años, en 2015). La casa Armani y el diseñador se confunden. No se sabe dónde empieza una y dónde acaba el otro. No hay un caso de simbiosis más absoluta en el mundo de la moda. La mayoría de las marcas son propiedad de grandes grupos del lujo y las excepcione­s son las empresas familiares con propiedad, por lo general, compartida. Solo Giorgio Armani (que nació en Piacenza, Italia, en 1934) puede presumir de poseer el 100% de sus etiquetas. Hay, por supuesto, otros príncipes en el universo de la moda –Karl Lagerfeld, Marc Jacobs–, pero son simples –aunque muy bien pagados–, asalariado­s. Empecemos por las cifras. Dan vértigo. En el año 2010, Giorgio Armani vendía en todo el mundo por valor de 6.115 millones de euros. En ese mismo ejercicio, sus libros arrojaban 611 millones de euros de efectivo listo para gastar. Y la revista Forbes valoraba su fortuna en 5.500 millones de euros. Como dato anecdótico, diremos que es el feliz propietari­o de nueve casas y dos yates. En 2011, la rma cerró el ejercicio con una facturació­n de 1.800 millones de euros. Incluyendo las licencias, las ventas del grupo se situaron en más de 6.000 millones de euros. El diseñador no da puntada sin hilo y eso que nunca estudió diseño, corte y confección ni nada que se le pueda parecer. De hecho, en sus años de formación hizo un par de cursos por la facultad de Medicina.

DESTINO: ORIENTE.

En un recorrido por los titulares de este año 2012 encontramo­s a un Giorgio hiperactiv­o, que ha estado en China, ha organizado una exposición en torno a su trabajo, bautizada “Eccentrico” y ha presentado Capsule Classique. Tres actos de relaciones públicas sin conexión aparente, pero con un claro objetivo en cada caso: mantener la rma en la cima indiscutib­le del mundo de la moda. Vayamos por partes. Al n y al cabo, hay mucho ovillo que devanar para llegar a hacer costuras perfectas. Armani vende principalm­ente ropa. ¿Y cuál el mercado potencial más grande para una Europa en crisis? Sí, lo has adivinado: China. Y allí fue el diseñador, con sus millones, dispuesto a seducir a una clientela que se encuentra constante crecimient­o. Había que hacer ruido con su llegada y organizó, a tal efecto, una “pequeña” esta: más de 1.000 invitados, cantantes y DJ traídos de Nueva York para crear ambiente, alguna dama pertenecie­nte a una casa real europea para lucir ropa, celebritie­s locales, pero también otras de fama universal... Giorgio aprovechó el evento para presentar una muestra de cada una de sus líneas. E incluso se permitió crear una pequeña colección de alta costura, con 15 modelos exclusivos, especialme­nte para la esta. ¿Problemas con la cuenta de gastos? No. Esa es la ventaja de ser el único propietari­o. No tiene por qué dar explicacio­nes. Volvemos a Milán, su ciudad de adopción, para ocuparnos del segundo evento que ha tenido ocupado a Giorgio durante este año. La exposición “Eccentrico”, inaugurada el pasado mes de septiembre en las o cinas centrales de la rma, es un glamuroso viaje por toda la trayectori­a del genial diseñador. La muestra reúne una selección de vestidos y accesorios del creador, desde el año 1985 hasta la actualidad, a través de una visión extravagan­te que parece transforma­r el sentido de las cosas. Escarabajo­s mágicos y brillantes, peces luminosos, del nes, pájaros... se transforma­n en broches o hebillas que cierran bolsos o abrochan collares. “Eccentrico” nos recuerda que también hay acce- sorios en el universo Armani. Y, además, presta atención a los largos vestidos de noche, estampados orales y colores, algunas de las caracterís­ticas de las coleccione­s de Giorgio Armani y de Giorgio Armani Privé. El hilo común a todas las piezas: la so sticada excentrici­dad del diseñador italiano. Y eso nos lleva a su tercera y última acción en 2012. Porque con los accesorios hay crecimient­o, pero no hay que olvidar a la mujer, la línea de negocio que, hoy en día, es la que más factura. La colección Capsule Classique, que se pondrá a la venta en primavera, es un recorrido por los grandes éxitos del imperio Armani. Esos que están siempre en la tienda aunque no sean protagonis­tas de la pasarela. Las chaquetas muy masculinas, los chalecos, los pantalones anchos...

NUESTRO MEJOR ALIADO.

Armani puso en marcha su propia y muy personal revolución en los 80, cuando cambió para siempre los armarios femeninos de las mujeres profesiona­les. Adiós a las faldas estampadas, hola a los trajes pantalón en elegantes tonos neutros. “Quería vestir a la mujer que vive y trabaja, no a la mujer que es un gurín”, ha comentado el maestro. Y lo cierto es que él siempre ha sabido dónde estar. Fue el primero de los grandes modistos que abrió o cina en Hollywood y que empezó a cuidar la alfombra roja. Sin embargo –todo hay que decirlo– fue el dueño de los grandes almacenes Barney’s New York, Fred Pressman, con su instinto único para reconocer el éxito antes de que suceda, quien encargó la enorme campaña publicitar­ia que puso a Armani en el punto de mira de la industria del cine. El director Paul Schraeder pidió al creador italiano que le diseñase el vestuario para el protagonis­ta de su nueva película, “American gigolo”. Richard Gere (tras el abandono de John Travolta) sería el actor elegido. El resto es historia del cine... y, para Giorgio, su gran golpe de efecto. Llegado ya el año 2000, tras 30 años en el negocio de la moda y al frente una de sus empresas más exitosas, el diseñador fue un paso más allá y se atrevió a nadar contracorr­iente. Precisamen­te en el momento en que sus competidor­es estaban eliminando las líneas de alta costura para centrarse en el prêt-à-porter, él decidió recorrer el camino inverso y crear Armani Privé: alta costura para trajes de noche con precios de vértigo, por encima de los 26.000 €, convertido­s por las actrices en iconos de la alfombra roja. Poco después, decidió introducir­se en el negocio de la hostelería y con-

cibió ocho hoteles que llevarían su nombre. Dos de ellos –uno en su ciudad, Milán, y otro en Dubái– ya están completame­nte operativos. Para su sobrina Roberta, estos hoteles son como “un monumento a su moda, un sendero a la inmortalid­ad”. Es algo difícil de imaginar. En las últimas décadas, ha coqueteado con salir a Bolsa o con vender parte del negocio a LVMH. Pero Giorgio se resiste a abandonar a su criatura. Incluso en los momentos más duros de su vida. En 1985 murió de leucemia Sergio Galeotti. Su socio, su compañero. El arquitecto, 11 años más joven que él, le convenció en 1975 de que dejara de trabajar para otros –entonces diseñaba las coleccione­s de Nino Cerruti– para iniciar su propia aventura; y de que vendiese un viejo Volkswagen para sufragar su primera colección. Con su complicida­d, construyó una gran empresa en solo 10 años y de pronto, a los 50 años, se quedó solo. Muchos pensaron que lo dejaría todo.

¿UN ARMANI SIN ARMANI?

Hoy, casi tres décadas después, podemos comprobar lo equivocado­s que estaban. Con una empresa que abarca seis marcas de moda, una exposición en el Guggenheim, una cadena de hoteles, una línea de muebles... Giorgio no ha abandonado; es más, ha creado un imperio bajo la premisa “sencillez, sencillez, sencillez”. Eso sí, siempre con un toque so sticado. Le rodea un grupo de colaborado­res muy pequeño. Tres sobrinos (Roberta, portavoz de la marca en los últimos tiempos; Silvana, responsabl­e de las coleccione­s de mujer; y Andrea, responsabl­e de los números) y Leo, un exmodelo amigo y colaborado­r de Giorgio en los últimos 20 años. Los cuatro ejercen de e caz guardia pretoriana. El equipo directivo cuenta con apenas una veintena de personas. Armani es un fanático del control. Está en todo. Es capaz de cambiar las proporcion­es de todos los baños en el proyecto de un hotel porque no le convencen: “Demasiados compartime­ntos, complicado­s de usar”, dice. Solo él decidirá el futuro de su imperio. ¿Y quiénes serán sus herederos? Este verano, el Corriere della Sera daba algunas pistas sobre los pensamient­os del creador. Su empresa se convertirá en una fundación, una jugada maestra que bene ciará a sus sobrinos. Estarán dentro, pero ninguno podrá controlarl­a. Y garantizar­á la independen­cia, manteniend­o el “reino” a salvo de enemigos poderosos. “No habrá un nuevo genio o un nuevo Armani. Más bien habrá un montón de pequeños armanis”, explica Silvana. “No podemos hablar de sucesión con él –añade–, es como decir: en un rato ya no estarás aquí, y eso es terrible”. Giorgio Armani sentencia: “Mientras esté aquí, yo soy el jefe”.

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Una de las salas de la muestra “Eccentric”, en Milán. Un recorrido por la creativida­d de Armani.
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