ABC - Mujer Hoy Moda

ÚLTIMA MIRADA

- ESPIDO FREIRE Escritora

Con la firma de Espido Freire.

Me la encontré cuando hacía tiempo que me creía sola en la infinidad de columnas y bóvedas inacabable­s, cuando ya comenzaba a recuperar el aliento tras el calor, la humedad, el mechón rizado pegado a la frente y la arena traída de sabe Dios dónde en la raya del pelo. Aquella mujer caminaba hacia mí, esbelta, camuflada entre los bajorrelie­ves de monos divinizado­s y elefantes, y creaba su propia luz con la seda de su camisa, y su sombra particular, bajo el ala doblada como una concha de su sombrero. Miré a mi alrededor, pero los demás turistas habían abandonado el templo, y solo unas voces agudas entre los chillidos aún más estridente­s de los pájaros me recordaban que en cinco minutos debería regresar al autobús, al tráfico gris y denso de la ciudad que nos cobijaba. Una sola persona bastaba para transforma­r el lugar en un espacio abarrotado. La mujer presentaba ese leve aire familiar que se encuentra en el pueblo diminuto del que se proviene, o en una boda con primos lejanos y amigos borrachos. Si entrecerra­ba los ojos podía fingir que no estaba allí, pero al mismo tiempo sus rasgos se definían con una sospechosa precisión. Cuando los abría, se convertía en una sombra, casi sin entidad. Pasó junto a mí sin casi mirarme, con un gesto cortés que hizo que su pamela oscilara y se inclinara de nuevo sobre su frente. Entonces la vi con claridad: era yo. Era la yo que había soñado ser en ese país, en ese templo, con la piel seca y dulce, la ropa perfecta, lino, y seda, y cuero curtido como si fuera papel, la seguridad que habría desprendid­o de no ser tan tímida, tan torpe, tan bajita. La yo que nunca sería, la que había imaginado que encajaría con el viaje mientras hojeaba catálogos de rutas, mapamundis y maletas prácticas. La que nunca olvidaba nada, ni empaquetab­a de más, la que conocía palabras exóticas y se entendía con una sola sonrisa. De alguna forma se había colado en el avión, me había perseguido en el hotel y ahora estábamos allí, solas y a solas. La dejé marchar en silencio. Volvería, sin duda, en el siguiente viaje, alta, serena, distante. Esa liviana gemela itinerante.

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