DONATELLA VERSACE.
“He cometido muchos errores hasta encontrar mi propia voz”
Hablamos con la diseñadora italiana de mujeres, poder, sexo, negocios... y también de moda.
ELLA ES LA MENTE CREATIVA DE UN NEGOCIO DE 1.000 MILLONES DE DÓLARES. ¿ SU FÓRMULA? HILVANAR SEXO Y PODER SIN PUDOR Y CON ELEGANCIA. POR ALICE GREGORY / FOTOS: CEDRIC BUCHET
¡Vaya, eres mi tipo de chica: rubia!”. Son las primeras palabras que dirige Donatella Versace a la periodista, y las dice con ese toque conscientemente irónico y manierista que caracteriza su forma de hablar. La diseñadora, de 60 años, tiene una voz ronca y un acento que se diría más eslavo que italiano. Cuando está de broma –algo bastante frecuente–, imprime a su dicción un deje falso y algo indolente. Sonríe alborozada cuando Labrador (el perro de su hijo) se acerca hasta ella a grandes zancadas y reposa la cabeza en su regazo. Le coloca enseguida una almohada de piel de leopardo, que contrasta con el sofá de cuero blanco. “No tiene ninguna intención de irse –aclara Donatella mirando fijamente a los ojos del animal y acariciándole el cuello–. Así que, si no te importa, se va a quedar con nosotras”.
Hemos tomado asiento en su oficina de Milán, un lugar deslumbrante que presenta un asombroso parecido con lo que debe de ser el interior de un yate del multimillonario ruso Roman Abramovich. En una industria conocida por su carácter efímero, la marca Versace se ha mantenido siempre más o menos imbatible, una especie de hacha de guerra que blandir en momentos de euforia. Versace es sinónimo de un estilo sensual y atrevido que hay que lucir sin complejos: cabellos cardados, minifaldas metalizadas, complementos con estampados de diferentes animales... Vamos, lo que un padre se imagina cuando oye la palabra “moda”.
Y, sin embargo, las prendas en sí, a pesar de esos patrones escandalosos y de los bajos tan recortados, son una obra maestra: la calidad de su diseño es tan evidente que llega a parecer normal que alguien pague unos 2.700 € por uno de sus vestidos. Curiosamente, también son muy cómodos. “Cuando estoy trabajando los complementos, siempre escucho lo que las chicas tienen que decir –confiesa Versace–. Siempre les pregunto: “¿Te ves bien con esto? ¿Te gustas a ti misma llevando esto?”. Somos mujeres. Quiero decir que, sí, ellas son modelos, pero mujeres somos todas”. Me identifico con esa explicación. Las pocas veces que he ido de Versace, me he sentido “pertrechada” como con ninguna otra firma de moda. Es extraño, pero es como si esas prendas te proporcionasen una sensación de seguridad física. Al igual que su creadora, que no para de hablar de sus hijos y es célebre por encargar cenas pantagruélicas para los trabajadores que hacen horas extras hasta bien entrada la noche, la ropa de Versace es extravagante en su aspecto exterior y, al mismo tiempo, discretamente generosa. “Nosotras conocemos bien las inseguridades femeninas –sentencia–. Los diseñadores masculinos trabajan para una mujer ideal; las mujeres que diseñamos lo hacemos para mujeres de carne y hueso”.
PONER EL CONTADOR A CERO
La cita con Donatella Versace tiene lugar antes de acabar el invierno, época en la que en el centro de Milán es de una exuberancia casi opresiva: gente muy adinerada, muy recauchutada y muy abrigada con parkas de piel de chinchilla se agita sin parar entre las tiendas. En el epicentro de todo se encuentra la fabulosa sede de la compañía Versace, la marca fundada en 1978 por Gianni Versace y cuyas riendas lleva desde 1997 su hermana Donatella. Aquí es donde la creadora pasa más de 50 horas a la semana, ocupada en sacar 10 colecciones al año y en supervisar un negocio valorado en 1.000 millones de dólares.
“He puesto el contador a cero más de una vez en la vida. Después de que Gianni muriese y yo me hiciera cargo de la empresa, cometí un montón de errores”, confiesa la diseñadora aludiendo a un período de lucha personal en el que no faltó una adicción a las drogas y el fracaso en la recepción de una colección de trajes de dos piezas en tonos pastel. “Y entonces encontré mi propia voz. ¿Pero fue suficiente con encontrar mi voz? –se pregunta a sí misma–. No, no lo fue”. Donatella, que habla con el aplomo