ABC - Mujer Hoy Moda

ESTILISTAS: EL PODER EN LA SOMBRA.

El (verdadero) poder de la moda ¿CÓMO HAN CONSEGUIDO ESTAS PROFESIONA­LES DEL ESTILO CONVERTIRS­E EN PRESCRIPTO­RAS GLOBALES Y ESTRELLAS DE LA I NDUSTRIA?

- POR GUILLERMO ESPINOSA

¿Quiénes son las protagonis­tas de la última revolución en la industria de la moda?

HHace apenas tres décadas, cuando una persona se definía como estilista, casi todos suponían que trabajaba en una peluquería. Solamente los profesiona­les de la moda –diseñadore­s, fotógrafos, directoras de revista– conocían el trabajo concreto que hacían estas (por lo general) mujeres jóvenes que tiraban de enormes maletones repletos de prendas, que ellas adaptaban –con imperdible­s, pinzas o alfileres– al cuerpo de las modelos. ¿En qué momento aquellas invisibles y hacendosas chicas para todo se convirtier­on en las actuales reinas de la industria?

Hoy, incluso los nombres menos conocidos para el público tienen un estatus muy distinto al de hace 20 años: Katie Grand, que fundó la revista Dazed & Confused, asesora a Louis Vuitton, Prada, Bottega Venetta y Marc Jacobs; Jane How, responsabl­e de muchas de las campañas de Dior en la época de Galliano, colabora con Stella McCartney; Mélanie Ward, que trabajó codo a codo con Helmut Lang, creó hace tiempo su propia marca, Blouson Noir, y colabora estrechame­nte con Hermès.

El auge del “estilismo” no es un fenómeno fácil de desentraña­r y responde a varios factores. Posiblemen­te, la causa más profunda sea la conversión de la moda en fenómeno de masas; en paralelo, la evolución del “negocio”, con grupos multinacio­nales que, en apenas dos décadas, han terminado por aglutinar a la mayoría de las marcas individual­es y a sus creadores en un paraguas económico de tintes globales y que han modificado incluso la forma en que consumimos la moda.

También ha sido crucial la evolución propia de los medios especializ­ados. Esas revistas que, a partir de los años 80, cambiaron las reglas del juego, convirtién­dose en agentes del universo de la moda, más que en transmisor­es. A todo ello hay que sumar las plataforma­s digitales, y no solo las que funcionan como medios de comunicaci­ón; también las individual­es, el tan omnipresen­te fenómeno “blogger”.

Pero entre todas estas causas, la más fascinante es la historia de cómo algunas de esas chicas estilosas fueron cambiando la manera en las que la industria las veía hasta convertirs­e en prescripto­ras globales.

Al principio fue el verbo. Es decir, fueron las periodista­s de moda y, en mayor medida las editoras de las grandes revistas, las que comenzaron a convertirs­e en iconos fashion y en figuras relevantes en la toma de decisiones de los creadores pero, sobre todo, de los consumidor­es. A la pionera Diana Vreeland habría que sumar, en sucesión, a la eterna y dura Anna Wintour; a la etérea y sofisticad­a Franca Sozzani; a la extravagan­te y genial Anna Piaggi; o a la cerebral y rotunda Suzie Menkes. Muchas de ellas conservan hoy intacto su poder. Básicament­e, porque antes la moda se consumía también leída: sus críticas y editoriale­s, las imágenes que elegían ubicar en las páginas que tenían a su cargo, definían la excelencia de un mercado siempre competitiv­o.

GÉNESIS

Nuestra historia, la historia de las estilistas, comienza cuando algunas de estas editoras se dan cuenta de la necesidad de llevar sus ideas al terreno más práctico de la imagen: lejos de mostrar los vestidos tal y como han sido concebidos por sus creadores, al modo de “total look” de tal o cual diseñador, comienzan a barajar la posibilida­d de mezclarlos para crear estilos únicos en la suma de prendas de distinta procedenci­a. Surgen de

Hace falta un gran talento, un ojo en el futuro y una visión muy personal –pero extrapolab­le y deseable– de la moda para dedicarse a este oficio.

este modo, posiblemen­te en los 80, las primeras estilistas, que muchas veces también eran periodista­s de moda, personas con un gusto muy personal y capaces de recomendar a otras, las lectoras, cómo vestir. En realidad, es el origen de una profesión: la de “directora de moda” o “directora creativa”, un puesto de consejero de dirección que ya en 1988 contaba con nombres hoy conocidísi­mos: Michael Roberts –director de moda de la revista Tatler y de The Sunday Times–; André Leon Talley y Grace Coddington –Vogue América–; o la malograda IsabellaIs Blow, que pasó del Vogue a Tatler,Ta donde tuvo una larga y fructífera carrera.

Retengamos ese nombre, Isabella Blow, porque su importanci­a en l a evolución y toma de conciencia del trabajo de la estilista es definitori­o. DesdeDe 1993, y tras una exitosa sesión con Steven Meisel que ha pasado ya a lo los anales de la moda, “London Babes”, Isabella se convierte en la primera estilista realmente célebre de la historia. A ello no es ajeno su look personal, el hecho de que casi desde sus inicios fuera musa del sombrerero Philip Treacy (que le suministra­ba modelos para conformar su extravagan­te imagen), que en su breve paso por Nueva York se hiciera amiga de Warhol o que, en un alarde de intuición prescripto­ra, comprase la colección estudianti­l de Alexander McQueen al completo y se convirtier­a en su socia, mentora, valedora y amiga.

Isabella, un animal social tremendame­nte ágil, inteligent­e y divertida, miembro de la alta sociedad británica y casada con otro par, el marchante de arte Detmar Blow, no solo tenía estilo único y una visión muy personal, pero extrapolab­le y deseable, de la moda. También tenía ojo. Incluso para selecciona­r a las modelos que luego reinarían en la pasarela, desde Bella Freud u Honor Fraser a Sophie Dahl. Hacia el año 2002, Isabella no solo reinaba en Tatler: era consultora de Dupont Lycra, Lacoste o Swarovski. Estas consultorí­as que definen hoy el poder de las estilistas, como veremos más adelante, ni eran la norma ni se perfilaban en los mismos términos que hoy. Según su amiga íntima, la diseñadora y modelo Daphne Guiness, “a Isabella le dolió que McQueen no se la llevara con él cuando vendió su marca al grupo Kering. Una vez que comenzaron las negociacio­nes, fue apartada. Todos los demás conseguían contratos... mientras a ella le daban solo vestidos gratis”. Isabella, que sufría ya entonces una depresión que no lograba superar, terminaría suicidándo­se cinco años después, en 2007, ingiriendo un bote de pesticida.

LA FUERZA DE TESTINO

Es precisamen­te en el seno de la firma Gucci (también pertenecie­nte al grupo Kering), dirigida entonces por Tom Ford, donde encontramo­s el siguiente ejemplo de lo que puede escalar una estilista si tiene las dotes sociales y profesiona­les adecuadas. En 1994, el texano contrata al peruano Mario Testino para fotografia­r sus campañas. Testino viene acompañado de una exredactor­a y estilista de Elle Francia, Carine Roitfeld. Con el estilo inconfundi­ble de una parisina bien, Carine no es una desconocid­a: ese mismo año ha realizado un par de editoriale­s de moda algo osados para la publicació­n de tendencias más moderna del momento, la británica The Face. En uno,u incluso, convertía a su asistente masculino, con notable parecido, en la escritora Françoise Sagan, el motivo de inspiració­n del reportaje. Rápidament­e Ford se acercará a Roitfeld, la convertirá en su musa y ambos, junto a Testino, daránd a la marca italiana un giro de imagen integral basadoba en la sensualida­d.

Según comentaba a unaun publicació­n francesa el consultor de lujo JeanJacque­sJa Picard, cofundador­d de Christian Lacroix y uno de los hombres más influyente­s en el mercado del lujo actual, “ese es el momento en que aquellas redactoras de moda, que eran en origen periodista­s, cambiaron su apoyo más o menos amistoso a las marcas por consejos eficaces, remunerado­s y rentables paraara la uniformaci­ón y prospecpec­ción de tendencias fututuras. Los empresario­ss comprendie­ron pronto la jugosa participac­ión de estas nuevas consejeras, expertas en estilo, pero también capaces de realizar el desfile más eficaz, incluyendo desde la selección de las modelos a la historia de la colección,ón, que podían vehicular y editar junto al diseñador”.

El caso de Roitfeld ld es paradigmát­ico porque,rque, dando pasos internacio­nales y con un espíritu provocador, renovador y muy consciente de su poder, terminará asumiendo la dirección de Vogue Francia en 2001. Sin embargo, ese tipo de colaboraci­ones con las firmas provocará años después su caída: siempre se rumoreó que sus asesorías ocasionale­s y remunerada­s, poco compatible­s con el deber de objetivida­d periodísti­ca –pero obviadas durante una década por sus patronos–, estaban detrás de su dimisión de Vogue. Puede ser cierto o no, pero la carrera posterior de Roitfeld, desde diseñar los escaparate­s de Barney’s New York o realizar algunas campañas publicitar­ias de Chanel hasta su puesto actual de directora global de moda en Harper’s Baazar, no aclara en absoluto si mantiene algún otro vínculo con marcas y grupos de lujo.

UN OFICIO MUTANTE

Si a finales de los 80 se le hubiera dicho a una estilista que protagoniz­aría “realities” en televisión, o que trabajaría en igualdad de condicion nes con diseñadore­s, es probable que le hubiera entrado la risa. A finales de esa década, su nombre apenas aparecía al margen, y en pequeño, en un par de revistas del ramo. Franca Sozzani es la primera en ver su nombre publicado junto al del fotógrafo y al mismo tamaño, en calidad de “realizador­a”.ra” Este hermanamie­nto entreen profesiona­les no erae casual: si el trabajo ded la estilista estaba limitadol por diversos factores, en los años 80 y 90 el principal era su relación con los fotógrafos. La propia Carine Roitfeld declaró: “Yo no era mejor estilista cuando trabajaba hace 15 años, pero algo sucedió cuando conocí a Testino. Era el correcto para mí, en el momento preciso”. La comprensió­n mutua,

“Algo pasó cuando conocí a Testino. Eran el momento y el fotógrafo ideales para mí”, dijo Carine Roitfeld.

la lucha por unos objetivos estéticos comunes y una visión paralela y cómplice de la moda eran fundamenta­les para que el tándem funcionara. Ese entendimie­nto aparece como la clave del éxito en muchos casos. Por ejemplo, la aristócrat­a Carlyne Cerf de Dudzeele, una de las estilistas más famosas de los 90, pasó de revi revista en revista hasta que conoció a Steven M Meisel, con el que aúna colabora. Su mentormen se fijó en ella, lógico,ló por su capacidadc­apaci rupturista: ses saltaba los códigoscód­igo férreos de una modamo que, en la transición­trans hacia los 90,90 estaba muy necesitada­neces de frescurafr­esc y diversidad.sida “El trabajo ha cambiado mucho. Antes era una vocaciónvo –reconocía Carlyne a una revista francesa–. Hoy ser estilista es tener un ejército de asistentes revisando de forma extenuante las webs de moda. Y la moda no es virtual, es materia viva, un vestido, una caída... No hay nada de virtual en eso. Yo siempre he profesado un respeto total por los que crean esas piezas que finalmente tengo que ver, tocar y hacer mías para componer después mis propias ideas que, desde luego, no pasan por llevar

Si a finales de los 80 les hubieran dicho que serían protagonis­tas de “realities”, se habrían reído.

400 prendas a una sesión de fotos. Hoy todo es proliferac­ión: de vestidos, de imágenes, de propuestas...”.

Esta crítica a la actualidad de la profesión omite otro hecho: lo que ha proliferad­o en la última década son las estilistas. Y claro, no todas valen lo mismo, ni siquiera todas valen. La necesidad de vestir a “celebritie­s” sin gustos muy definidos, o de vestir a personalid­ades en las páginas de las revistas de moda sin que sean modelos ni sus retratos fotos de moda, ha disparado la demanda de profesiona­les del estilo. Muchas de ellas con conocimien­tos apenas rudimentar­ios, ausencia total de ideas propias y menos estilo personal, pero aun así necesarias ante la incesante obligación de vestir para fotos y dotar de un estilo a cualquiera. Hoy, pocas estilistas pueden dedicarse en exclusiva a la moda.

A partir de los 90, con la llegada masiva de la publicidad televisiva y editorial, las estilistas comienzan a trabajar mano a mano con empresas, y no solo las publicitar­ias: también con sus clientes, consciente­s cada vez más del poder de la imagen como espejo de sus productos. Es entonces cuando surge el fenómeno de las supermodel­os, directamen­te vinculado también a las estilistas. Su capacidad para descubrir y utilizar nuevos rostros de forma eficaz y adecuada va a ser otro factor en su éxito profesiona­l.

Un caso paradigmát­ico de esta relación es Camilla Nickerson, la londinense de la que Anna Wintour dijo: “Sé por experienci­as pasadas que si Camilla está mirando al mar, todos acabaremos hablando del océano pronto”. Nickerson ya era una conocida estilista antes de vestir a Naomi Campbell, Christy Turlington, Tatjana Patitz y Linda Evangelist­a en el vídeo “Freedom” de George Michael en 1991. Pero hacerlo, y generar una visión icónica que aún recordamos, la convirtió en una de las más influyente­s del momento. Además, le permitió editar un libro emblema de una época (“Moda: fotografía de los 90”) y convertirs­e en la estilista oficial de los desfiles de Alexander McQueen, Yves Saint Laurent con Stefano Pilati, o Calvin Klein con Francisco Costa, que la nomombró oficialmen­te su musa.sa. Recienteme­nte, su estilo, o, definido como “cerebral” y “ferozmente moderno”, ha recalado en Céline con Phoebe Philo.

TOMÁNDOSEL­O EN SERIO

Con los años, el estilismo se ha profesiona­lizado radicalmen­te. La proliferac­ión de escuelas especializ­adas es el ejemplo más claro, y muchas de las estilistas de hoy se forman en las escuelas de diseño más importante­s del mundo: la Parsons (de Nueva York), la Saint-Martins de Londres… donde aprenden tanto estética como márketing de moda. El objeto de estos estudios sigue, sin embargo, siendo muy abstracto, y una vez salen al mercado las estilistas están obligadas a una competenci­a sin cuartel basada en estar atentas a todo: un ojo en el futuro y un conocimien­to profundo del pasado histórico de la moda. Además, se espera de ellas que orienten al diseñador en la definición de un lenguaje visual en sintonía con los tiempos. Un trabajo de asesoramie­nto sobre la imagen global de la marca y una responsabi­lidad de la que antes se ocupaba solamente el diseñador, pero que ahora, por las presiones de un mercado globalizad­o, tiende a compartir- se con otros profesiona­lesnales del estilo.

Si, como vemos, en menos de dos déca- das las estilistas han pasado de trabajador­as más o menos anónimas a piezas fundamenta­les, el interés mediático que la moda suscita ha supuesto, también, un nuevo capítulo en su ascenso a los cielos. Podemos analizar un célebre ejemplo: Grace Coddington. Modelo a principios de los 60, un acciden- te truncó su carrera. . Reconverti­da en esti- lista en 1968, comenzó una labor que la encumbró en el Vogue inglés. En 1987, poco después de que Anna Wintour dirigiera la cabecera británica, Coddington la abandonó para convertirs­e en directora creativa de Calvin Klein Collection.

Pero cuando Anna Wintour (que había sido editora de moda en otras publicacio­nes) es nombrada direcct ora de Vogue América, la reclama y juntas forman el tándem hi s tórico por excelencia de la moda actu a l . Coddington es nombrada directora creativa de Vogue América en 1995. Conocidísi­ma ma y admirada en “el mundillo”, su nombre bre apenas sonaba al gran ran público hasta que e en 2009 se dio a conoceroce­r con el documental “The September Issue”, sobre la e elaboració­n del número de septiembre de Vogue América.A Y sucede de unau forma sorprenden­te: aunquea el documental debía tener como protagonis­ta, en teoría, a Anna Wintour, el material obtenido revelaba la tensa, apasionada, vehementev­e y nada fácil relaciónre entre esta pareja ded gurús de la moda, en la que los tiras y aflojas y, sobresobr todo, cierto sadismo de WintourWin­t hacia ella –relegando sussu editoriale­s a la nada para luegolu recuperarl­os como centro de la revista justo antes del cierre– la retratan como una heroína contemporá­nea. Coddington aparece como el motor de una revista cuya imagen lo es todo. Y, de pronto, una legión de futuras estilistas la convierten no solo en modelo a seguir, sino en un auténtico icono.

El resultado: un contrato de 1,2 millones de dólares para escribir unas memorias, “Grace”, publicadas en PhaidonPha Press, que pueden convertirs­econ en película. HastaHas Jean Paul Gaultier le dedicóded en 2014 una parte de su desfile, junto a otras mujeresmu de la moda a las quequ admiraba, replicando su peculiar y deslavazad­o estiloest personal.

EL ES ESPECTÁCUL­O

“The September issue” (y “El diablo viste de Prada” en ficción) pusieron de manifiesto el creciente interés de la industria cinematogr­áfica por la moda, una vinculació­n de ida y vuelta. De hecho, en Hollywood se publica anualmente la lista de las estilistas más poderosas, y no precisamen­te por sus labores en revistas o pasarelas, sino por el número de “celebritie­s” que han

Camilla Nickerson vistió a las modelos de “Freedom”, de George Michael, y creó la imagen icónica de los 90.

vestido para las alfombras rojas.

El paradigma de una estrella dependient­e de estilismo es, sin duda, Lady Gaga. Cuando en 2008 irrumpió en escena la cantante, gran parte de su éxito se sustentó en una agresiva y extravagan­te política de imagen desarrolla­da desde House of Gaga, una oficina de imagen personaliz­ada dedicada por entero a ella desde la que se controlaba­n escenograf­ía, diseño, maquillaje, coreografí­a, iluminació­n... así como sus epatantes aparicione­s públicas. Detrás de esa maquinaria estaba Nicola Formichett­i, su director creativo hasta 2012, cuando pasó a ocupar el mismo cargo en la firma Diesel.

En paralelo a este interés por la moda y sus agentes –es decir, quién viste a quién y por qué–, aparecía el fenómeno de las redes sociales y las bitácoras personales: blogueras pri-

mero e “influencer­s”, después. Generalmen­te jóvenes que decidían mostrar al mundo, de forma individual, sus conocimien­tos prácticos en moda selecciona­ndo prendas en las tiendas y, de forma habitual, vistiéndos­e con ellas.

¿BLOGUERAS EN VENTA?

A medida que conseguían seguidores, su poder para las marcas –a la caza de consumidor­es posibles– aumentaba hasta el punto de que, en apenas un lustro, el universo “blogger” se ha acabado profesiona­lizando. Y no precisamen­te de forma periodísti­ca: en el mercado, los “bloggers” venden su objetivida­d al mejor postor y se han convertido en plataforma­s para la publicidad remunerada de productos. La única clave es

superar cifras de seguidores reales, que han pasado de los miles a los millones con el impulso y el crecimient­o exponencia­l de las redes sociales. El poder de estas “bloggers” convertida­s en celebridad­es lo ejemplific­an casos como el de la adolescent­e Tavi Gevinson, que con 11 años tenía un blog leído por 30.000 personas. En so solo o cinco años, en losos que fue incluso invitada itada por Karl Lagerfeld ld a sus desfiles, haa terminado por dirigir y editar su propia revista, Rookie Magazine.

Pero es también importante no l l evarse a engaño. Pesee a este increíblel­e aumento de la preresenci­a pública yay a su poder real, el mundo de las estilistas no es fácil. La competenci­a en las grandes capitales de la moda roza lo despiadado. Y cuando se alcanza un estatus, las horas de avión son interminab­les. Estar presente, conocer a las personas adecuadas, trabajar con rigor y dar pocas negativas, sobre todo cuando se empieza. Es decir, trabajar jornadas inagotable­s los siete días de la semana.

LasL grandes estilistas pu pueden llegar a cobrar hastah 15.000 € por un díad de trabajo, pero la realidadr para la mayoríar es de sueldos mucho m más escasos con la mismam responsabi­lidad que las grandes firmas. El auge del estilismo también está favorecien­do la desaparici­ón de otras profesiona­les muy import tantes: las periodista­s ded moda. Abocadas a ser el pariente pobre – es decir, las personas del entramado del mundo de la moda que menos cobran por su trabajo–, muchas acaban dejando de escribir para comenzar a vestir. En palabras del consultor Jean-Jacques Piccard, un genio en la sombra, “para las periodista­s, una reconversi­ón en estilista es siempre una opción. Pero el reflejo de esas profesiona­les aupadas a lo más alto no debe evitarnos ver la realidad de un oficio precario, donde hace falta un talento extraordin­ario y una enorme fuerza de persuasión a largo plazo para convertirs­e en un “producto” tan bien remunerado como un deportista de élite”. Al final, todo parece resumirse en aquel mantra tan ochentero: “La fama cuesta”.

El estilista de Lady Gaga, Nicola Fornichett­i, pasó de trabajar con ella a ser director creativo de Diesel.

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Grace Coddington
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Camilla Nickerson
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Anna Wintour
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Carlyne Cerf de Dudzeele
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Isabella Blow
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Franca Sozzani
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Carine Roitfeld
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Nicola Formichett­i y Brooke Candy
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Tavi Gevinson

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