ESTILISTAS: EL PODER EN LA SOMBRA.
El (verdadero) poder de la moda ¿CÓMO HAN CONSEGUIDO ESTAS PROFESIONALES DEL ESTILO CONVERTIRSE EN PRESCRIPTORAS GLOBALES Y ESTRELLAS DE LA I NDUSTRIA?
¿Quiénes son las protagonistas de la última revolución en la industria de la moda?
HHace apenas tres décadas, cuando una persona se definía como estilista, casi todos suponían que trabajaba en una peluquería. Solamente los profesionales de la moda –diseñadores, fotógrafos, directoras de revista– conocían el trabajo concreto que hacían estas (por lo general) mujeres jóvenes que tiraban de enormes maletones repletos de prendas, que ellas adaptaban –con imperdibles, pinzas o alfileres– al cuerpo de las modelos. ¿En qué momento aquellas invisibles y hacendosas chicas para todo se convirtieron en las actuales reinas de la industria?
Hoy, incluso los nombres menos conocidos para el público tienen un estatus muy distinto al de hace 20 años: Katie Grand, que fundó la revista Dazed & Confused, asesora a Louis Vuitton, Prada, Bottega Venetta y Marc Jacobs; Jane How, responsable de muchas de las campañas de Dior en la época de Galliano, colabora con Stella McCartney; Mélanie Ward, que trabajó codo a codo con Helmut Lang, creó hace tiempo su propia marca, Blouson Noir, y colabora estrechamente con Hermès.
El auge del “estilismo” no es un fenómeno fácil de desentrañar y responde a varios factores. Posiblemente, la causa más profunda sea la conversión de la moda en fenómeno de masas; en paralelo, la evolución del “negocio”, con grupos multinacionales que, en apenas dos décadas, han terminado por aglutinar a la mayoría de las marcas individuales y a sus creadores en un paraguas económico de tintes globales y que han modificado incluso la forma en que consumimos la moda.
También ha sido crucial la evolución propia de los medios especializados. Esas revistas que, a partir de los años 80, cambiaron las reglas del juego, convirtiéndose en agentes del universo de la moda, más que en transmisores. A todo ello hay que sumar las plataformas digitales, y no solo las que funcionan como medios de comunicación; también las individuales, el tan omnipresente fenómeno “blogger”.
Pero entre todas estas causas, la más fascinante es la historia de cómo algunas de esas chicas estilosas fueron cambiando la manera en las que la industria las veía hasta convertirse en prescriptoras globales.
Al principio fue el verbo. Es decir, fueron las periodistas de moda y, en mayor medida las editoras de las grandes revistas, las que comenzaron a convertirse en iconos fashion y en figuras relevantes en la toma de decisiones de los creadores pero, sobre todo, de los consumidores. A la pionera Diana Vreeland habría que sumar, en sucesión, a la eterna y dura Anna Wintour; a la etérea y sofisticada Franca Sozzani; a la extravagante y genial Anna Piaggi; o a la cerebral y rotunda Suzie Menkes. Muchas de ellas conservan hoy intacto su poder. Básicamente, porque antes la moda se consumía también leída: sus críticas y editoriales, las imágenes que elegían ubicar en las páginas que tenían a su cargo, definían la excelencia de un mercado siempre competitivo.
GÉNESIS
Nuestra historia, la historia de las estilistas, comienza cuando algunas de estas editoras se dan cuenta de la necesidad de llevar sus ideas al terreno más práctico de la imagen: lejos de mostrar los vestidos tal y como han sido concebidos por sus creadores, al modo de “total look” de tal o cual diseñador, comienzan a barajar la posibilidad de mezclarlos para crear estilos únicos en la suma de prendas de distinta procedencia. Surgen de
Hace falta un gran talento, un ojo en el futuro y una visión muy personal –pero extrapolable y deseable– de la moda para dedicarse a este oficio.
este modo, posiblemente en los 80, las primeras estilistas, que muchas veces también eran periodistas de moda, personas con un gusto muy personal y capaces de recomendar a otras, las lectoras, cómo vestir. En realidad, es el origen de una profesión: la de “directora de moda” o “directora creativa”, un puesto de consejero de dirección que ya en 1988 contaba con nombres hoy conocidísimos: Michael Roberts –director de moda de la revista Tatler y de The Sunday Times–; André Leon Talley y Grace Coddington –Vogue América–; o la malograda IsabellaIs Blow, que pasó del Vogue a Tatler,Ta donde tuvo una larga y fructífera carrera.
Retengamos ese nombre, Isabella Blow, porque su importancia en l a evolución y toma de conciencia del trabajo de la estilista es definitorio. DesdeDe 1993, y tras una exitosa sesión con Steven Meisel que ha pasado ya a lo los anales de la moda, “London Babes”, Isabella se convierte en la primera estilista realmente célebre de la historia. A ello no es ajeno su look personal, el hecho de que casi desde sus inicios fuera musa del sombrerero Philip Treacy (que le suministraba modelos para conformar su extravagante imagen), que en su breve paso por Nueva York se hiciera amiga de Warhol o que, en un alarde de intuición prescriptora, comprase la colección estudiantil de Alexander McQueen al completo y se convirtiera en su socia, mentora, valedora y amiga.
Isabella, un animal social tremendamente ágil, inteligente y divertida, miembro de la alta sociedad británica y casada con otro par, el marchante de arte Detmar Blow, no solo tenía estilo único y una visión muy personal, pero extrapolable y deseable, de la moda. También tenía ojo. Incluso para seleccionar a las modelos que luego reinarían en la pasarela, desde Bella Freud u Honor Fraser a Sophie Dahl. Hacia el año 2002, Isabella no solo reinaba en Tatler: era consultora de Dupont Lycra, Lacoste o Swarovski. Estas consultorías que definen hoy el poder de las estilistas, como veremos más adelante, ni eran la norma ni se perfilaban en los mismos términos que hoy. Según su amiga íntima, la diseñadora y modelo Daphne Guiness, “a Isabella le dolió que McQueen no se la llevara con él cuando vendió su marca al grupo Kering. Una vez que comenzaron las negociaciones, fue apartada. Todos los demás conseguían contratos... mientras a ella le daban solo vestidos gratis”. Isabella, que sufría ya entonces una depresión que no lograba superar, terminaría suicidándose cinco años después, en 2007, ingiriendo un bote de pesticida.
LA FUERZA DE TESTINO
Es precisamente en el seno de la firma Gucci (también perteneciente al grupo Kering), dirigida entonces por Tom Ford, donde encontramos el siguiente ejemplo de lo que puede escalar una estilista si tiene las dotes sociales y profesionales adecuadas. En 1994, el texano contrata al peruano Mario Testino para fotografiar sus campañas. Testino viene acompañado de una exredactora y estilista de Elle Francia, Carine Roitfeld. Con el estilo inconfundible de una parisina bien, Carine no es una desconocida: ese mismo año ha realizado un par de editoriales de moda algo osados para la publicación de tendencias más moderna del momento, la británica The Face. En uno,u incluso, convertía a su asistente masculino, con notable parecido, en la escritora Françoise Sagan, el motivo de inspiración del reportaje. Rápidamente Ford se acercará a Roitfeld, la convertirá en su musa y ambos, junto a Testino, daránd a la marca italiana un giro de imagen integral basadoba en la sensualidad.
Según comentaba a unaun publicación francesa el consultor de lujo JeanJacquesJa Picard, cofundadord de Christian Lacroix y uno de los hombres más influyentes en el mercado del lujo actual, “ese es el momento en que aquellas redactoras de moda, que eran en origen periodistas, cambiaron su apoyo más o menos amistoso a las marcas por consejos eficaces, remunerados y rentables paraara la uniformación y prospecpección de tendencias fututuras. Los empresarioss comprendieron pronto la jugosa participación de estas nuevas consejeras, expertas en estilo, pero también capaces de realizar el desfile más eficaz, incluyendo desde la selección de las modelos a la historia de la colección,ón, que podían vehicular y editar junto al diseñador”.
El caso de Roitfeld ld es paradigmático porque,rque, dando pasos internacionales y con un espíritu provocador, renovador y muy consciente de su poder, terminará asumiendo la dirección de Vogue Francia en 2001. Sin embargo, ese tipo de colaboraciones con las firmas provocará años después su caída: siempre se rumoreó que sus asesorías ocasionales y remuneradas, poco compatibles con el deber de objetividad periodística –pero obviadas durante una década por sus patronos–, estaban detrás de su dimisión de Vogue. Puede ser cierto o no, pero la carrera posterior de Roitfeld, desde diseñar los escaparates de Barney’s New York o realizar algunas campañas publicitarias de Chanel hasta su puesto actual de directora global de moda en Harper’s Baazar, no aclara en absoluto si mantiene algún otro vínculo con marcas y grupos de lujo.
UN OFICIO MUTANTE
Si a finales de los 80 se le hubiera dicho a una estilista que protagonizaría “realities” en televisión, o que trabajaría en igualdad de condicion nes con diseñadores, es probable que le hubiera entrado la risa. A finales de esa década, su nombre apenas aparecía al margen, y en pequeño, en un par de revistas del ramo. Franca Sozzani es la primera en ver su nombre publicado junto al del fotógrafo y al mismo tamaño, en calidad de “realizadora”.ra” Este hermanamiento entreen profesionales no erae casual: si el trabajo ded la estilista estaba limitadol por diversos factores, en los años 80 y 90 el principal era su relación con los fotógrafos. La propia Carine Roitfeld declaró: “Yo no era mejor estilista cuando trabajaba hace 15 años, pero algo sucedió cuando conocí a Testino. Era el correcto para mí, en el momento preciso”. La comprensión mutua,
“Algo pasó cuando conocí a Testino. Eran el momento y el fotógrafo ideales para mí”, dijo Carine Roitfeld.
la lucha por unos objetivos estéticos comunes y una visión paralela y cómplice de la moda eran fundamentales para que el tándem funcionara. Ese entendimiento aparece como la clave del éxito en muchos casos. Por ejemplo, la aristócrata Carlyne Cerf de Dudzeele, una de las estilistas más famosas de los 90, pasó de revi revista en revista hasta que conoció a Steven M Meisel, con el que aúna colabora. Su mentormen se fijó en ella, lógico,ló por su capacidadcapaci rupturista: ses saltaba los códigoscódigo férreos de una modamo que, en la transicióntrans hacia los 90,90 estaba muy necesitadaneces de frescurafresc y diversidad.sida “El trabajo ha cambiado mucho. Antes era una vocaciónvo –reconocía Carlyne a una revista francesa–. Hoy ser estilista es tener un ejército de asistentes revisando de forma extenuante las webs de moda. Y la moda no es virtual, es materia viva, un vestido, una caída... No hay nada de virtual en eso. Yo siempre he profesado un respeto total por los que crean esas piezas que finalmente tengo que ver, tocar y hacer mías para componer después mis propias ideas que, desde luego, no pasan por llevar
Si a finales de los 80 les hubieran dicho que serían protagonistas de “realities”, se habrían reído.
400 prendas a una sesión de fotos. Hoy todo es proliferación: de vestidos, de imágenes, de propuestas...”.
Esta crítica a la actualidad de la profesión omite otro hecho: lo que ha proliferado en la última década son las estilistas. Y claro, no todas valen lo mismo, ni siquiera todas valen. La necesidad de vestir a “celebrities” sin gustos muy definidos, o de vestir a personalidades en las páginas de las revistas de moda sin que sean modelos ni sus retratos fotos de moda, ha disparado la demanda de profesionales del estilo. Muchas de ellas con conocimientos apenas rudimentarios, ausencia total de ideas propias y menos estilo personal, pero aun así necesarias ante la incesante obligación de vestir para fotos y dotar de un estilo a cualquiera. Hoy, pocas estilistas pueden dedicarse en exclusiva a la moda.
A partir de los 90, con la llegada masiva de la publicidad televisiva y editorial, las estilistas comienzan a trabajar mano a mano con empresas, y no solo las publicitarias: también con sus clientes, conscientes cada vez más del poder de la imagen como espejo de sus productos. Es entonces cuando surge el fenómeno de las supermodelos, directamente vinculado también a las estilistas. Su capacidad para descubrir y utilizar nuevos rostros de forma eficaz y adecuada va a ser otro factor en su éxito profesional.
Un caso paradigmático de esta relación es Camilla Nickerson, la londinense de la que Anna Wintour dijo: “Sé por experiencias pasadas que si Camilla está mirando al mar, todos acabaremos hablando del océano pronto”. Nickerson ya era una conocida estilista antes de vestir a Naomi Campbell, Christy Turlington, Tatjana Patitz y Linda Evangelista en el vídeo “Freedom” de George Michael en 1991. Pero hacerlo, y generar una visión icónica que aún recordamos, la convirtió en una de las más influyentes del momento. Además, le permitió editar un libro emblema de una época (“Moda: fotografía de los 90”) y convertirse en la estilista oficial de los desfiles de Alexander McQueen, Yves Saint Laurent con Stefano Pilati, o Calvin Klein con Francisco Costa, que la nomombró oficialmente su musa.sa. Recientemente, su estilo, o, definido como “cerebral” y “ferozmente moderno”, ha recalado en Céline con Phoebe Philo.
TOMÁNDOSELO EN SERIO
Con los años, el estilismo se ha profesionalizado radicalmente. La proliferación de escuelas especializadas es el ejemplo más claro, y muchas de las estilistas de hoy se forman en las escuelas de diseño más importantes del mundo: la Parsons (de Nueva York), la Saint-Martins de Londres… donde aprenden tanto estética como márketing de moda. El objeto de estos estudios sigue, sin embargo, siendo muy abstracto, y una vez salen al mercado las estilistas están obligadas a una competencia sin cuartel basada en estar atentas a todo: un ojo en el futuro y un conocimiento profundo del pasado histórico de la moda. Además, se espera de ellas que orienten al diseñador en la definición de un lenguaje visual en sintonía con los tiempos. Un trabajo de asesoramiento sobre la imagen global de la marca y una responsabilidad de la que antes se ocupaba solamente el diseñador, pero que ahora, por las presiones de un mercado globalizado, tiende a compartir- se con otros profesionalesnales del estilo.
Si, como vemos, en menos de dos déca- das las estilistas han pasado de trabajadoras más o menos anónimas a piezas fundamentales, el interés mediático que la moda suscita ha supuesto, también, un nuevo capítulo en su ascenso a los cielos. Podemos analizar un célebre ejemplo: Grace Coddington. Modelo a principios de los 60, un acciden- te truncó su carrera. . Reconvertida en esti- lista en 1968, comenzó una labor que la encumbró en el Vogue inglés. En 1987, poco después de que Anna Wintour dirigiera la cabecera británica, Coddington la abandonó para convertirse en directora creativa de Calvin Klein Collection.
Pero cuando Anna Wintour (que había sido editora de moda en otras publicaciones) es nombrada direcct ora de Vogue América, la reclama y juntas forman el tándem hi s tórico por excelencia de la moda actu a l . Coddington es nombrada directora creativa de Vogue América en 1995. Conocidísima ma y admirada en “el mundillo”, su nombre bre apenas sonaba al gran ran público hasta que e en 2009 se dio a conocerocer con el documental “The September Issue”, sobre la e elaboración del número de septiembre de Vogue América.A Y sucede de unau forma sorprendente: aunquea el documental debía tener como protagonista, en teoría, a Anna Wintour, el material obtenido revelaba la tensa, apasionada, vehementeve y nada fácil relaciónre entre esta pareja ded gurús de la moda, en la que los tiras y aflojas y, sobresobr todo, cierto sadismo de WintourWint hacia ella –relegando sussu editoriales a la nada para luegolu recuperarlos como centro de la revista justo antes del cierre– la retratan como una heroína contemporánea. Coddington aparece como el motor de una revista cuya imagen lo es todo. Y, de pronto, una legión de futuras estilistas la convierten no solo en modelo a seguir, sino en un auténtico icono.
El resultado: un contrato de 1,2 millones de dólares para escribir unas memorias, “Grace”, publicadas en PhaidonPha Press, que pueden convertirsecon en película. HastaHas Jean Paul Gaultier le dedicóded en 2014 una parte de su desfile, junto a otras mujeresmu de la moda a las quequ admiraba, replicando su peculiar y deslavazado estiloest personal.
EL ES ESPECTÁCULO
“The September issue” (y “El diablo viste de Prada” en ficción) pusieron de manifiesto el creciente interés de la industria cinematográfica por la moda, una vinculación de ida y vuelta. De hecho, en Hollywood se publica anualmente la lista de las estilistas más poderosas, y no precisamente por sus labores en revistas o pasarelas, sino por el número de “celebrities” que han
Camilla Nickerson vistió a las modelos de “Freedom”, de George Michael, y creó la imagen icónica de los 90.
vestido para las alfombras rojas.
El paradigma de una estrella dependiente de estilismo es, sin duda, Lady Gaga. Cuando en 2008 irrumpió en escena la cantante, gran parte de su éxito se sustentó en una agresiva y extravagante política de imagen desarrollada desde House of Gaga, una oficina de imagen personalizada dedicada por entero a ella desde la que se controlaban escenografía, diseño, maquillaje, coreografía, iluminación... así como sus epatantes apariciones públicas. Detrás de esa maquinaria estaba Nicola Formichetti, su director creativo hasta 2012, cuando pasó a ocupar el mismo cargo en la firma Diesel.
En paralelo a este interés por la moda y sus agentes –es decir, quién viste a quién y por qué–, aparecía el fenómeno de las redes sociales y las bitácoras personales: blogueras pri-
mero e “influencers”, después. Generalmente jóvenes que decidían mostrar al mundo, de forma individual, sus conocimientos prácticos en moda seleccionando prendas en las tiendas y, de forma habitual, vistiéndose con ellas.
¿BLOGUERAS EN VENTA?
A medida que conseguían seguidores, su poder para las marcas –a la caza de consumidores posibles– aumentaba hasta el punto de que, en apenas un lustro, el universo “blogger” se ha acabado profesionalizando. Y no precisamente de forma periodística: en el mercado, los “bloggers” venden su objetividad al mejor postor y se han convertido en plataformas para la publicidad remunerada de productos. La única clave es
superar cifras de seguidores reales, que han pasado de los miles a los millones con el impulso y el crecimiento exponencial de las redes sociales. El poder de estas “bloggers” convertidas en celebridades lo ejemplifican casos como el de la adolescente Tavi Gevinson, que con 11 años tenía un blog leído por 30.000 personas. En so solo o cinco años, en losos que fue incluso invitada itada por Karl Lagerfeld ld a sus desfiles, haa terminado por dirigir y editar su propia revista, Rookie Magazine.
Pero es también importante no l l evarse a engaño. Pesee a este increíblele aumento de la preresencia pública yay a su poder real, el mundo de las estilistas no es fácil. La competencia en las grandes capitales de la moda roza lo despiadado. Y cuando se alcanza un estatus, las horas de avión son interminables. Estar presente, conocer a las personas adecuadas, trabajar con rigor y dar pocas negativas, sobre todo cuando se empieza. Es decir, trabajar jornadas inagotables los siete días de la semana.
LasL grandes estilistas pu pueden llegar a cobrar hastah 15.000 € por un díad de trabajo, pero la realidadr para la mayoríar es de sueldos mucho m más escasos con la mismam responsabilidad que las grandes firmas. El auge del estilismo también está favoreciendo la desaparición de otras profesionales muy import tantes: las periodistas ded moda. Abocadas a ser el pariente pobre – es decir, las personas del entramado del mundo de la moda que menos cobran por su trabajo–, muchas acaban dejando de escribir para comenzar a vestir. En palabras del consultor Jean-Jacques Piccard, un genio en la sombra, “para las periodistas, una reconversión en estilista es siempre una opción. Pero el reflejo de esas profesionales aupadas a lo más alto no debe evitarnos ver la realidad de un oficio precario, donde hace falta un talento extraordinario y una enorme fuerza de persuasión a largo plazo para convertirse en un “producto” tan bien remunerado como un deportista de élite”. Al final, todo parece resumirse en aquel mantra tan ochentero: “La fama cuesta”.
El estilista de Lady Gaga, Nicola Fornichetti, pasó de trabajar con ella a ser director creativo de Diesel.