MARC JACOBS.
“La moda no es algo que necesites, es algo que deseas”
Así es su nueva vida (y obra).
EL “ENFANT” TERRIBLE QUE REVOLUCIONÓ LA MODA SE HA HECHO MAYOR. VIAJA MÁS, DISEÑA MENOS, PERO CONSERVA TODA SU CAPACIDAD DE SORPRENDERNOS.
La experiencia es un grado y Marc Jacobs, a punto de cumplir los 54 años, lo rebasa con matrícula de honor. El diseñador lo ha visto todo: del Nueva York creativamente expansivo de finales de los 80, en el que dio los primeros pasos con su propia marca, al París de los desfiles monumentales y excesivos de antes de la crisis. Y lo ha vivido todo: los excesos mundanos, las drogas extremas, las fiestas de cumpleaños fastuosas y desmesuradas de disfraz obligatorio, los viajes en el Concorde, las jornadas extenuantes de 24 horas sin parar...
Jacobs ha sido niño prodigio y “enfant” terrible de la industria, pionero en la pasarela, americano en París y mecenas fashion de la vanguardia artística. Ahora es una mente lúcida y preclara que emana sabiduría y que, como ha hecho siempre, desgrana su propia versión de las “tendencias al margen de las tendencias” en desfiles que, de una temporada a otra, parecen planteamientos antagónicos de lo que pasa por su cabeza. La prueba es la traslación del neogótico “dark” y siniestro del pasado invierno al futurismo brillante y setentero que proclaman esta primavera su botas de plataforma y sus minivestidos metalizados.
“La moda no es algo que necesites, es algo que deseas”, le dijo a su amiga, la escritora Tama Janowitz, el año pasado. Si el anhelo es el que rige el apetito por llenar el armario de cosas bellas, Jacobs ha sabido segregarlo como nadie en el cerebro colectivo del consumidor de ropa. Su nombre es un imprescindible de la moda internacional desde 1992, el año en que se atrevió a subir el “grunge” a la pasarela para su primer contrato importante, con Perry Ellis. Que lo despidieran unos meses después solo consiguió agrandar la leyenda. Como imaginaba su abuela, que lo crió en el Majestic, uno de esos imponentes edificios con vistas a Central Park, en el Upper West Side neoyorquino, Marc se acabaría convirtiendo en el nuevo Calvin Klein. A su manera, por supuesto. Al contrario del minimalismo de Klein, los diseños de Jacobs son sorprendentes y transgresores, el uniforme de los “cool kids” del momento, llámense Chloë Sevigny o Miley Cyrus.
UNA HERENCIA IMPREDECIBLE
Y nunca ha dejado de asombrar. Ni en la pasarela ni fuera de ella. Lo hizo durante 16 años en Louis Vuitton donde, como director creativo, concibió unas colaboraciones insólitas con artistas como Stephen Sprouse, Richard Prince o Takashi Murakami, que llenaron de flores, grafitis y degradados los bolsos clásicos de la casa, como el Neverfull o el Speedy. En 2007 asombró convirtiéndose en una persona físicamente distinta. El genio de pelo largo, mirada miope, gafas caídas y jerséis de cashmere (como el que intentó llevarse a casa sin pagar Winona Ryder cuando la pillaron robando en unos grandes almacenes de Beverly Hills) cambió de piel para convertirse en el Marc Jacobs que conocemos ahora: pelo corto, mandíbula de superhéroe, sonrisa perfecta, tatuajes subversivos y bronceado perpetuo. Había una razón poderosa para esa rehabilitación definitiva de drogas y alcohol: un año antes le habían diagnosticado la
misma enfermedad que acabó con su padre cuando él solo tenía siete años, una colitis ulcerosa.
De esa curiosa transformación de polilla gafapasta a mariposa de pectorales hercúleos solo le queda un vicio, el tabaco. “Ya no me apetece salir por la noche porque no puedo fumar en ningún sitio. Y como no bebo, tampoco resulta divertido”, se queja siempre que puede. Por eso, su lugar favorito actual es el sofá de su casa, retratado hasta la saciedad en su cuenta Instagram, al igual que su actual novio, Char Defrancesco; su ex, Lorenzo Martone; y su perro Neville. El bull terrier tiene su propia cuenta, con casi 200.000 seguidores, y le hace la competencia al gato Choupette de Karl Lagerfeld, con un libro recién publicado en el que se reúnen sus mejores instantáneas.
De las redes sociales había renegado hasta la saciedad, pero en abril de 2015, apenas un mes después de anunciar que su segunda línea, Marc by Marc Jacobs, desaparecía del mercado para fundirse en una estrategia global de marca bajo su absoluto control creativo y empresarial, el diseñador subió su primera foto a Instagram. Y descubrió que le resultaba “completamente adictivo”. Casi dos años después, tiene más 700.000 seguidores que igual disfrutan de sus vacaciones en la playa que del interior de su jet o de la calma del jardín interior de su casa. Lo malo es que a las sesiones con su terapeuta (como buen neoyorquino, tiene psiquiatra de cabecera desde los nueve años) se lleva siempre los comentarios negativos.
VUELO EN SOLITARIO
Le costó asentarse. Durante años, y como había hecho Coco Chanel antes que él con el Ritz de París, Marc Jacobs estableció su hogar en el “penthouse” del Hotel Mercer de Nueva York, en la calle del mismo nombre y a pocos metros de la puerta de su boutique insignia. Pero ha acabado sentando la cabeza y colgando el sombrero en un precioso “townhouse” situado en el West Village neoyorkino, en un edificio de cuatro plantas, ladrillo rojo, ventanales enormes y escaleras de piedra en la puerta al más puro estilo Carrie Bradshaw, desde el que cada mañana pasea a su bull terrier. “Necesitaba un lugar en el que empezar por fin mi colección de arte, unas paredes donde colgar los cuadros y empezar un diálogo con las ideas y las emociones”, aseguró hace unos meses a The Telegraph.
Su vida de peregrinaje entre París y Nueva York acabó cuando Nicolas Ghesquière lo relevó de sus quehaceres como director artístico de Louis Vuitton en 2013. La “maison” sabe que Jacobs la puso en el mapa de los desfiles de París con un prêt-àporter siempre brillante e imaginativo y que la situó a la cabeza de los afanes consumistas de Asia. Desde que se fue, se acabó el espectáculo.
El espíritu de esas escenografías fastuosas que montaba en París
(el carrusel de caballitos, el juego de escaleras mecánicas, la estación de tren con máquinas en funcionamiento...) se lo llevó a Nueva York, a su propio “show”, que cierra con broche de oro todas las Fashion Week de Nueva York y que el año pasado celebró las tres décadas sobre la pasarela en el Ziegfield, uno de los míticos teatros de variedades de Broadway. “Todos tenemos un papel en nuestra propia historia y la ropa que elegimos nos sirve para contarla”, asegura. En la suya hay un poco de todo: “Pasé una fase de faldas escocesas y vestidos, pero ahora me siento más cómodo con mis pantalones de chándal de Adidas”, explica. Aderezados con chaquetones de piel, abrigos femeninos de Prada, bolsos Kelly de Hermès y brazaletes de Cartier, por supuesto.
EN LOS ALREDEDORES DE LA MODA
Lo que sí es cierto es que Marc Jacobs no sabe estarse quieto. Que no tenga que preocuparse por producir 13 o 14 colecciones al año, como hacía cuando simultaneaba su marca homónima con Louis Vuitton, le deja tiempo para sacar a pasear a su perro, viajar a las Bahamas con su novio y, sobre todo, embarcarse en otras aventuras empresariales que se sitúan en las líneas tangenciales de la moda. Probablemente, su proyecto más personal sea Bookmarc, su cadena de librerías, concebidas como lugares de encuentro de la vanguardia artística. Abrió la primera en 2010, en la misma manzana en la que estaban situadas todas sus tiendas en aquel momento y a tir tiro de piedra de su propia casa, justo en el m momento en el que las librerías de toda la v vida empezaban a desaparecer del paisaje urbano. Su idea era compilar libros de arte que le hacían feliz, elementos originales de papelería, propuestas de nuevos diseñadores (fue el primero en vender los bolsos bordados de Olympia L Le-Tan) y muchos de los divertidos art artículos de su ya extinta y maravillosa sección de Special Items. A Nueva York le siguieron París, Londres, Tokio y Los Ángeles. Las sucursales europeas acabaron cerrando, pero la
Su plan B comienza a convertirse en un imperio, con la belleza como eje principal.
japonesa resiste y las americanas se mantienen como focos culturales en el West Village (Manhattan) y en Melrose Place (Los Ángeles).
Su otro plan B parece que empieza a convertirse en un imperio. Uno en el que la belleza es el eje principal, con dos protagonistas claros: las fragancias y el maquillaje. En los perfumes se inició hace ya 16 años. Su primer aroma se llamaba simplemente Marc Jacobs Woman e inundaba el ambiente con la etérea caricia de las gardenias. Para sus primeros anuncios, su amiguísima Sofia (Coppola) se metió en una piscina para dejarse fotografiar por el entonces cronista visual de todo lo que tenía que ver con Jacobs, Juergen Teller.
Década y media después, su estela permanece (de hecho, se ha erigido en clásico), pero a ella se ha unido una familia de esencias en la que cabe la seducción sofisticada de Decadence y Divine Decadence, pero también la fantasía de Honey, Dot y
Lola, y la despreocupación juvenil de Daisy en todas sus encarnaciones: Oh Fresh!, Daisy Dream y Daisy a secas. Precisamente, esta primavera las tres se visten de rojo para una propuesta efímera y deliciosa, la Kiss Edition.
A conquistar los neceseres de maquillaje de medio mundo se lanzó hace cuatro años con piezas imaginativas y que se han convertido en pura tendencia. “Me chiflan los cosméticos. Crearlos es lo más parecido que se me ocurre a poner en pie una colección de moda: tienes que elegir los colores, las formas, el “packaging”...”. En estos productos también vuelca su imaginario visual y sus propias referencias culturales. Hay un lápiz de labios llamado Sonic Truth que homenajea a la banda de música “underground” Sonic Youth de Kim Gordon, y un esmalte de uñas denominado Klute, que comparte nombre con la película de Jane Fonda favorita de su madre, que murió en 2011 y con la que no se hablaba desde hacía 20 años.
Pero Jacobs no mira al pasado con nostalgia. Tiene los pies bien plantados en un presente, en el que se divierte como nunca (de ello dan testimonio sus constantes bromas en formato vídeo), pero en el que también deja claros sus principios. Como su apoyo incondicional a la causa transexual (convirtió a la directora de cine Lana Wachowski en imagen de su campaña el año pasado; esta primavera lo ese la hija de Kurt Cobain y Courtney Love, Frances Bean) y su total desprecio por la política del actual presidente norteamericano, Donald Trump.
En el futuro. hay una anunciada salida a Bolsa de la que todavía no se han producido noticias y una intencionalidad clara de seguir haciendo moda para mujeres sobresalientes. “Mi ropa no está pensada para llevarla a la tintorería y guardarla para la temporada siguiente. La idea es llevarla puesta hasta que se acabe la fiesta, si es que se acaba”, comentó una vez.