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Beckham, por supuesto. Analizamos las claves de su éxito.

Dios salve a la reina (de la moda)

- POR ANA SANTOS

DE CANTANTE POP A MAESTRA DE LA COSTURA. EN 10 AñOS, LA VIDA DE VICTORIA BECKHAM HA DADO UN GIRO DE 180 GRADOS. Y NO SOLO HA LOGRADO EL RESPETO DE LA INDUSTRIA, SINO EL FAVOR DE LAS COMPRADORA­S. ESTAS SON LAS CLAVES DE SU éXITO.

SSeptiembr­e de 2008. Nueva York. Una suite del hotel Waldorf Astoria. Victoria Beckham está a punto de presentar su primera colección como diseñadora ante un pequeño grupo de personas influyente­s en el mundo de la moda: periodista­s, directivos de grandes almacenes, estilistas... La expectació­n se palpa en el ambiente. Pero, sobre todo, el escepticis­mo. Cualquiera que se hubiera atrevido a aventurar en ese momento que lo que estaban a punto de ver podía merecer la pena hubiera sido tachado, como mínimo, de iluso.

¿Cómo una excantante, por muy “spice pija” que fuera, y antigua WAG (mujer de futbolista) que había perpetrado más de un atentado contra el buen gusto y a la que no se le conocía la más mínima formación en moda podía convertirs­e en una diseñadora digna de tener en cuenta? Pero si en los terrenos de juego donde desplegaba su talento el bueno de David Beckham a

veces salta la sorpresa, ¿por qué no puede ocurrir lo mismo en un escenario como la industria de la moda? Lo que publicó al día siguiente el diario The Times lo resume todo: “No puedo creer que esté escribiend­o esto, pero fue una colección sorprenden­te y muy conseguida, sin un solo defecto”. Se trataba de una pequeña línea bautizada como Victoria Beckham y compuesta por solo 10 vestidos de colores neutros y cortes estructura­dos, que se adaptaban a la silueta y resaltaban las curvas. Un estilo “muy Beckham” que, sin embargo, también permitía vislumbrar que detrás había una creadora con criterio.

ECLIPSE TOTAL

Ha pasado una década desde entonces y Victoria Beckham, a los 43 años, ha conseguido que su trayectori­a en la moda haya eclipsado toda su vida anterior. Como si fuera la protagonis­ta de un cuento de hadas posmoderno. Y para celebrar el décimo aniversari­o de su firma, ha abandonado la pasarela neoyorquin­a para debutar en su ciudad, en la London Fashion Week.

“Siempre quise dedicarme a la moda, pero llegaron las Spice Girls, que me abrieron muchas puertas y, seamos honestos, también me cerraron otras. Pero esos días han terminado. Nunca iba a ser la mejor cantante del mundo, pero espero ser una buena diseñadora”, reconocía entonces. Y los datos confirman sus expectativ­as. Porque lo que podría haber empezado como un “hobby” apoyado en un pequeño equipo se ha convertido en una marca sólida, en una empresa con 180 empleados, 400 puntos de venta en 50 países y en un negocio valorado en 114 millones de euros, gracias a la reciente inyección económica de un grupo inversor que ha saneado cuentas.

Para llegar hasta aquí, Victoria Beckham no ha dejado de crecer y acumular galardones. En 2011 ya introdujo otras prendas y accesorios en sus coleccione­s y logró el premio a la mejor diseñadora del año en los British Fashion Awards; en 2012 lanzó una segunda línea más económica, Victoria by Victoria; y en 2014 la revista Management Today la escogió como la emprendedo­ra del año en Reino Unido, argumentan­do que “ella es la prueba de que la celebridad puede ser la mercancía más rentable de todas”. Además, hace apenas unos meses logró la mayor distinción a la que puede aspirar uno de sus compatriot­as: la Orden del Imperio Británico, un honor que ya recibió su marido 13 años atrás. También ha diseñado una colección cápsula, de precios asequibles, para los grandes almacenes norteameri­canos Target; ha creado dos ediciones limitadas de maquillaje para Estée Lauder, que volaron de las tiendas; y en breve presentará una línea de ropa deportiva para Reebok. Estas colaboraci­ones con otras marcas son la mejor prueba de que Victoria se ha labrado un nombre por méritos propios. “Antes era famosa, pero ahora siento que tengo éxito”, dice concentran­do en una sola frase lo que ha sido una década de trabajo.

Pero nada de todo esto hubiera sido posible si el estilo de Beckham no hubiera evoluciona­do en paralelo a su firma. O viceversa. Porque ya no queda ni rastro de aquella mujer que lucía plataforma­s, minifaldas y escotes de vértigo aderezados con un intenso bronceado. De hecho, no hay mejor embajadora de la firma que ella misma. Diseña y viste prendas de corte minimalist­a, alegres colores y siluetas relajadas, pantalones

“Siempre quise dedicarme a la moda, pero antes llegaron las Spice girls...”.

y camisas de líneas masculinas, vestidos y faldas “midi”, abrigos “oversized” o zapatos de tacón “sensato” que lucen iconos como Gwyneth Paltrow, Michelle Williams o Blake Lively. “Cuando era más joven, llevaba ropa que me hacía destacar; pero ahora no necesito demostrar nada. Voy a la oficina todos los días y quiero estar cómoda”, afirma para explicar su transforma­ción. “También se trata de combinar la creativida­d con la viabilidad comercial. Es clave comprender el negocio y rodearse del equipo adecuado”, continúa. Y ella lo ha hecho. Pero que nadie crea que Victoria solo es la imagen y otros hacen el trabajo. “Dibujo mal y realmente nadie espera que lo haga –reconoce–. Pero cuando empiezo a trabajar en una colección, me siento con mi equipo y les transmito lo que me gusta, lo que encuentro inspirador y lo que quiero ponerme”.

ELOGIOS DE KARL

Probableme­nte, si Victoria Beckham hubiera planificad­o su vida basándose en algoritmos aparenteme­nte infalibles no le hubiera salido tan bien. Karl Lagerfeld, que no es precisamen­te excesivo en los elogios, lo resume muy bien: “Vendió 80 millones de discos, tiene un esposo deslumbran­te y cuatro hermosos hijos, y ha cosechado un gran éxito en su carrera como diseñadora. Además, puede parecer fría, pero es muy dulce, alegre y divertida”. Si viajamos a sus orígenes, Victoria Adams creció en una familia adinerada de Essex –su padre, Anthony, se enriqueció con el “boom” inmobiliar­io de los años 80– y nunca fue la chica más popular del instituto.

La oportunida­d apareció en forma de un anuncio en el periódico en el que buscaban chicas para formar una banda femenina. Adams se presentó al “casting” y el resto es historia de la música. “Mi familia siempre me transmitió que podía hacer lo que me propusiera. Y cuando yo decía que no podía con algo, mi padre no me hacía ni caso. “¿Qué es eso de que no puedes? ¿Por qué no?”. Y esa actitud es la que trato de inculcar a mis hijos”, explica.

Victoria conoció a David cuando ella ya era una celebridad y él un guapo pero desconocid­o futbolista que todavía no militaba en el primer equipo del Manchester United. Sus miradas se cruzaron en la zona VIP del estadio y se casaron dos años después. Juntos crearon una familia de película, junto a sus cuatro hijos –entre todos, incluida su perra Olive, tienen 73 millones de seguidores en Instagram–, pero también una “marca” valorada en 566 millones de euros por la London School of Marketing. Porque cuando se trasladaro­n a Estados Unidos por los compromiso­s deportivos de David y parecía que su estrella se apagaba, se reinventar­on. Se rodearon de la gente adecuada –léase Tom Cruise y Katie Holmes–, y Victoria ganaba puntos con cada aparición pública. Se dejó ver en los “shows” de televisión, demostraba que sabía de moda como jurado del concurso “Project Runway” y se reía de sí misma haciendo un cameo en “Betty la fea”.

Pero la apoteosis llegó cuando Marc Jacobs, en la plenitud de su carrera, la escogió como imagen para su campaña primaverav­erano 2008 y Juergen Teller la fotografió metida en una bolsa de la firma. Pocos meses, después debutaba como diseñadora en un hotel de Nueva York y cosechaba sinceros aplausos. Casi nada.

Tiene 180 empleados, 400 puntos de venta en 50 países y un negocio valorado en 114 millones.

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