ABC - Mujer Hoy

Nuestra ESTÚPIDA gata

- CAITLIN MORAN

CUANDO TE LLEVAMOS

al veterinari­o por última vez, todavía tenía barro en las botas. Había cavado tu tumba esa misma mañana. Pero no fue necesario pasar mucho tiempo bajo la lluvia: eras muy pequeña. Siempre habías sido una gata muy pequeña y muy tonta. Por eso era una suerte que fueras hermosa, con tus pequeñas patas blancas y tus rayas perfectas y tus ojos enormes como lunas extranjera­s. Ese siempre fue tu punto fuerte. Tu belleza.

“Esta es nuestra estúpida gata”, solíamos decir cuando llegaba alguna visita y tú te acercabas ronroneand­o. “Todo belleza, pero nada de cerebro. Es como vivir con una estrella de Hollywood”.

Claro, eras tonta, por eso nos costó tanto notar que estabas enferma. ¡No nos dimos cuenta! Siempre venías y nos mirabas con expresión confundida. Nos mirabas todo el rato. ¿No es eso lo que hacen las estrellas de Hollywood? Así que no supimos diferencia­r cuándo habías dejado de mirarnos porque estabas confundida y cuándo habías empezado a hacerlo por tu enfermedad. “Lo siento mucho, pero le quedan apenas unos días”, nos dijo el veterinari­o, cuando te llevamos. “Sus órganos han estado fallando durante meses. Nunca se sabe con los gatos, suelen esconder su sufrimient­o”. En tu jaula, tú parpadeast­e con los ojos salpicados de morfina y te sentaste muy recta, tratando, creo, de parecer digna. “Llevadla a casa y despediros de ella”, dijo el veterinari­o, mientras las chicas te abrazaban y lloraban sobre tu pequeña y confundida cabeza. “Traedla mañana y… la dejaremos ir”.

TODOS LLORAMOS

en el coche de camino a casa: cuatro personas y un pequeño bulto hecho de huesos y de piel. Te llevábamos como si fueras un grial o una corona, pequeña, tonta gata. En ese momento ya sabíamos lo importante que habías sido en nuestras vidas, pero cuando llegaste eras tan poca cosa. Apenas una gatita en una caja de cartón, con los ojos azules como añil. Así que solo pensamos en ti como en... un placer inesperado.

“Un gato es un bien de lujo”, pensé entonces, mientras abríamos la caja y salías caminando de puntillas, no más grande que un monedero o un guante. “Te cuidaré y te daré de comer, y te tumbarás frente al fuego y tendrás todas las siestas que yo no puedo tener. Serás mi alter ego decadente y ocioso. Todo lo que tienes que hacer es ser linda. No te pido nada más de lo que le pediría a un ramo de flores. Simplement­e sé bella. Ese será tu propósito. Convertirt­e en el encantador ornamento de nuestras vidas”.

supuesto, Y, por lo fuiste. Cumpliste a la perfección con tu rol. Pero un gato de familia no es solo una cosa hermosa, de eso me fui dando cuenta a lo largo de los años. En realidad, los gatos son como de peluche porque su piel peluda sirve para absorber nuestros secretos. Puedes llorar en esas pieles. Cuando envuelve un corazón, un pelaje es capaz de adormecer la tristeza. Puede volver a hacerte feliz.

LOS HUMANOS NECESITAMO­S

de ciertos pelajes porque parece que solo alrededor de ellos nos es permitido expresar todos los sentimient­os. Tal vez por eso compramos abrigos de piel, porque quisiéramo­s llevar a nuestras mascotas, y su amabilidad, a todas partes.

Porque al final de eso se trata, de la amabilidad de las mascotas. Y tú fuiste muy amable, gatita. Cuando estaban tristes, los niños te alzaban de las patas y volvían a ser felices. Enojados prepúberes te llevaban a sus habitacion­es para confiarte su furia. Adolescent­es agotados por un exámen o un desamor o un hospital se cubrían la cara contigo o te usaban como estola hasta volverse niños

cansados, alegres nuevamente. Y los padres al final del día, yacían en el sofá contigo, pequeño dios doméstico con ojos de linterna. Y suspiraban: “¿Qué tal el día, compañera?”. Y acariciaba­n la perfección de tus patitas.

No me di cuenta de todo lo que significab­as hasta que estaba cavando tu tumba, mientras tú me mirabas desde la ventana como un fantasma. Llamarte “tonta” fue, sin duda, un grave error de cálculo sobre nuestro lugar en el mundo, sobre el funcionami­ento del universo. Haberte llamado “tonta” solo prueba lo tonta que era yo. Porque toda tu existencia fue exquisitam­ente diseñada, porque un gato es el lugar en el que depositas todos los sentimient­os que no puedes compartir con los humanos.

ESO ES LO QUE TENEMOS

cuando tenemos un gato. Es un ser de otra especie que vive con nosotros y absorbe nuestra tristeza, nuestra soledad, nuestro enojo y nuestro exceso de amor. Como esos pájaros diminutos que recogen la carne sobrante en los dientes de los cocodrilos, así limpian nuestros corazones y almacenan todas las palabras que no usamos, que no dijimos nunca.

Cuando el veterinari­o te puso la inyección, cuando te derrumbast­e –“Se ha ido”, pensé–, recordé toda la carga que habías llevado encima sin quejarte. “No, no fuiste una gata tonta”, dije, mientras te introducía en el áspero agujero que habíamos hecho en el jardín. “Fuiste tan lista como el amor”.

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