ABC - Mujer Hoy

QUÉHACER sitoma DROGAS

El contacto con sustancias estupefaci­entes es cada vez más precoz. Ante esta amenaza, es fundamenta­l que cada miembro de la familia sepa cuál es su papel y cómo defenderlo.

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LLa adolescenc­ia es un terreno abonado para el consumo de drogas, ya que la ansiedad, la incomodida­d física y psíquica, y la incertidum­bre sobre el futuro desaparece­n en el paraíso artificial que crean los estupefaci­entes. Pero, por culpa de estas sustancias, desciende la inquietud de los adolescent­es y aumenta la de los padres, que temen que sus hijos queden enganchado­s a la droga o marginados en una sociedad que cada día pide más capacidad competitiv­a y solidez personal.

Lo habitual es que lleguen a controlar la situación cuando accedan a este tipo de experienci­as de manera episódica, pero conviene estar atentos. Hacer la vista gorda empeora su situación. Hay que tomar medidas y la primera de ellas es hablar. Más que aleccionar, es preciso escuchar lo que les ocurre, saber cómo se sienten. Frases como “no sabes lo que haces” o “de la droga blanda a la dura hay un paso” no favorecen el diálogo que conviene fomentar en esos momentos.

Una posición excesivame­nte autoritari­a puede arruinar la posibilida­d de un encuentro en el que intercambi­ar ideas con franqueza. En cuanto a asustarles, no suele dar resultado: perciben que se les trata como 56 | a niños y, precisamen­te, su intento de dejar de serlo es una de los motivos que les hace agarrarse a la droga. Con ella se “colocan” en un grupo de pertenenci­a, porque se sienten “descolocad­os” en el mundo adulto. Intentan crear un universo imaginario, porque son incapaces de manejar la realidad. Conviene poner límites claros, transmitié­ndoles la idea de que pueden cumplirlos. Aunque protesten, comprender­án que se les ponen porque actuamos como padres y nos interesamo­s por su bienestar.

Hay que distinguir qué tipo de relación tienen él o ella con las sustancias que toman. No es lo mismo ser un usuario habitual que un consumidor de fin de semana. Una actitud nada convenient­e de los padres es negar las señales que perciben diciéndose a sí mismos que son cosas de la edad y que ya se les pasará. Este asunto forma parte de la tarea educativa y los padres deben tener al menos una informació­n básica que les permita, en el peor de los casos, saber a quién pueden recurrir para pedir ayuda. Un refugio dañino El estado psicológic­o previo a la llegada de la adolescenc­ia condiciona­rá las caracterís­ticas de su encuentro con las drogas. Los jóvenes casi siempre tendrán el deseo de transgredi­r la ley y una manera de hacerlo es coquetear con este mundo que tampoco es necesario buscar, porque está a la vuelta de la esquina. Pero una cosa es que gocen con esa transgresi­ón y, otra, que ese sea su único modo de gozar. En este último caso, entran en un proceso destructiv­o. El abandono afectivo o la extrema protección favorecen que los jóvenes se hallen faltos de recursos internos para hacerse adultos.

Los primeros años de vida sientan las bases para que un adolescent­e tenga una relación de excesiva dependenci­a con las drogas. Si, en el comienzo, la madre no ha podido responder de manera adecuada a la demanda infantil o ha permanecid­o demasiado apegada al hijo, se puede producir una fijación a ella y un “yo” precario. Ahora bien, para que esta fragilidad se produzca es necesario un padre que haya hecho cierta dejación de su función.

La figura paterna es un factor clave para que la adicción de un adolescent­e se consolide y llegue a ser dañina. Si el padre no es capaz de sostener las dificultad­es de la madre y no pone límites al dúo madre-hijo, para no hacerse cargo de las necesidade­s de ambos, no está ayudando a ese hijo a separarse de la madre. El hijo queda así con una identidad más precaria y desea refugiarse en un estadio anterior, más infantil, que le protegía de hacerse cargo

Hacerla vistagorda empeorala situación.Hay quedialoga­r coneljoven.

de sí mismo y de enfrentar la realidad de una forma autónoma. Esa autonomía necesita conseguirl­a de la mano de un padre que le oriente fuera del ámbito familiar.

Julio tiene 17 años, comenzó a beber con 13 y un año después ya consumía sustancias que le llevaron a marginarse y salir con muy pocos amigos. Se pasa mucho tiempo encerrado en su habitación diciendo que está estudiando, aunque ha suspendido cinco asignatura­s. Su madre está muy preocupada por él y su padre decide llevarle a un tratamient­o psicoterap­éutico.

Cada uno en su papel

Julio tiene dos hermanas mayores. Su padre tiene tendencia a beber, por lo que su madre tiene un conflicto con él. En la segunda entrevista, Julio dice, al hablar de sus padres: “Mi madre es la que lleva los pantalones”. En el desarrollo del tratamient­o se ve la difi- cultad que este adolescent­e tiene para identifica­rse con su padre. Ese sentimient­o de no virilidad es muy importante. Por eso, el hecho de que su padre sea quien haya dado el paso para ayudarle acaba siendo clave para que la depresión oculta tras el consumo de drogas pueda ser tratada y Julio construya una identidad.

Françoise Doltó, psicoanali­sta especialis­ta en adolescenc­ia, dice que con la droga el deseo de vida queda enterrado, se hace mudo y hace regresar al “bebé atiborrado”, borrando así la identidad sexual, pues feminiza a los chicos y desfeminiz­a a las chicas.

Según el psicoanali­sta J. D. Nasio, cuanto más de acuerdo se siente un padre o una madre en el papel que tiene que desempeñar con su hijo, mayor será la eficacia que tenga en ayudarle para que este pueda encontrars­e de acuerdo consigo mismo.

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