ABC - Mujer Hoy

SINCERA Y ÚNICA: ISABEL COIXET

La directora catalana ha alzado la voz frente al independen­tismo, pero dice que está deseando hablar, por fin, de las cosas que le importan: el cine, la belleza, la creación, los libros, la vida. Ni tímida ni cobarde. O solo a veces. Por Ana Santos /Fotos

-

En estos momentos, Isabel Coixet es lo más parecido a una malabarist­a ejercitánd­ose al mismo tiempo en las tres pistas de un circo. La directora de cine está a punto de estrenar La librería, película basada en el libro de la escritora inglesa Penelope Fitzgerald; a la vez rueda el documental Cai Guo Quiang, el espíritu de la pintura, que acompañará la exposición del artista chino en el Museo del Prado; y, probableme­nte a su pesar, está jugando un importante papel como voz crítica sobre la situación catalana. “Me siento mal, cómo voy a sentirme, pero intento volcarme en el trabajo. Es un privilegio poder asistir al proceso de creación de un artista al que admiro y trato de estar todo el día muy concentrad­a, pero en cuanto llego al hotel no puedo evitar echarme a llorar, es automático. A mí me gusta hablar de pelis, de que anoche en el Prado tuve el síndrome de Stendhal, de la vida… Pero me arrepentir­ía si ignorara todo esto que está ocurriendo, si no dijera: “¿No creéis que os estáis pasando todos?”, que el mundo va por otro lado, que el nacionalis­mo no es del siglo XXI… No es la primera vez que me llaman fascista por la calle, pero hasta ahora no había respondido y la verdad es que lamento no haber reaccionad­o antes. Nos hemos callado mucho, demasiado”, reconoce.

Isabel ya veía venir la que está cayendo. Concretame­nte desde hace 10 años, cuando un grupo de intelectua­les catalanes celebró el Foro Babel con el fin de promover el bilingüism­o real, sin arrinconar el castellano. “Para mí, el bilingüism­o ha sido un gran tesoro. Mi padre era catalán y catalanist­a; mi madre, de Salamanca; y yo estudié en un colegio en el que hablábamos los dos idiomas. Pero desde el momento en que me critican llamándome “cosmopolit­a” te das cuenta de que las cosas no van bien”. Y su nivel de aguante ya está rozando el máximo: “Claro que me estoy planteando marcharme de Barcelona. Pero, por otro lado, nunca había recibido tantas muestras de cariño de catalanes y no catalanes. Además, no hay que perder el norte, porque en el mundo ocurren cosas mucho más graves que estas todos los días”, añade.

Coixet se define como una persona “fundamenta­lmente cobarde”,

pero nunca ha tenido miedo a significar­se. Bien a través de artículos publicados en prensa o de sus documental­es sobre temas que levantan ampollas, como la guerra de los Balcanes o el juez Baltasar Garzón. Y le han llovido las críticas. Tantas, como etiquetas por atreverse a hacer películas en inglés, rodar anuncios con sello propio –quién no se acuerda de aquello de “¿A qué huelen las nubes?”– o quedarse en blanco cuando recibe un premio.

Siempre fue así, desde que era una niña y leía compulsiva­mente tras unas enormes gafas. “No me acuerdo de muchas anécdotas de mi infancia, pero hay una que tengo grabada. Mi familia era humilde y le estoy muy agradecida porque hizo un gran esfuerzo para llevarnos a mi hermano y a mí a un colegio que, en la España gris de Franco, era como un oasis. Pero recuerdo un día en el patio, yo tendría unos siete años, y los típicos guays de la clase nos preguntaro­n a todos si éramos del Barça. Yo respondí que no me gustaba el fútbol y una chica me tiró al suelo. Pero lo peor es que me levanté llorando y diciendo: “Sí, sí, soy del Barça”. Como diciendo: “Quiero que me aceptéis, quiero ser como vosotros”. ¡Siempre me he arrepentid­o del aquello! Así que un día me dije: “Nunca más”.

Tal vez fue entonces cuando decidió que nunca se traicionar­ía a sí misma y perseguirí­a sus sueños. Porque, aunque Isabel tardó tiempo en darse cuenta, siempre quiso dirigir películas. Adoraba ir con su padre al cine en el que trabajaba su abuela y se pasaba el día rodando con la cámara Super 8 que le regalaron por su primera comunión. Pero antes se licenció en Historia, ejerció el periodismo y montó una productora de publicidad que le sirvió como escuela de cine. “Tenía una idea muy vaga de lo que era un director, pero sabía que quería contar historias con imágenes. El cineasta y gran amigo Juan Potau fue la primera persona que creyó en mí, que no se reía cuando le decía que quería ser directora y me ayudó mucho”, cuenta. Juntos trabajaron en su debut detrás de la cámara, con solo 28 años, con Demasiado viejo para morir joven, una película que le valió su primera nominación a los Goya pero que no le dio muchas más alegrías.

Lecciones del fracaso

“Lo del fracaso lo aprendí muy pronto –admite entre risas–. En ese momento lo sentí como una tragedia, pero después viví y trabajé mucho; era muy joven y un director tiene que madurar”. Luego llegaron Cosas que nunca te dije y Mi vida sin mí, que nos demostraro­n que también sabíamos hacer cine indie, y La vida secreta de las palabras, que la consagró como directora. Hasta las más recientes Nadie quiere la noche o La librería, siempre historias dramáticas protagoniz­adas por mujeres. “Aunque me encantaría escribir comedias, no son lo mío. Y lo de centrarme en mujeres me sale casi de una manera orgánica, pero toda clase de mujeres, no necesariam­ente fuertes. A mí esto de las mujeres fuertes empieza a agotarme. Yo veo Wonder Woman y me dan ganas de reírme, si este es el prototipo… Las mujeres tenemos que aspirar a ser normales y a tener problemas normales. Yo no quiero ser una superheroí­na, solo deseo ser igual que los hombres y si me pagan lo mismo, mejor. Solo me gustaría tener el superpoder de ser invisible. Porque

ME ESTOY PLANTEANDO IRME DE BARCELONA. PERO, A LA VEZ, NUNCA HABÍA RECIBIDO TANTAS MUESTRAS DE CARIÑO”.

LAS MUJERES PEDIMOS MUY POCO,VAMOS ENCOGIDAS PORQUE ES ALGO QUE TENEMOS INTERIORIZ­ADO”.

soy tímida y estoy harta de tener que pedir disculpas.”, afirma. También se reconoce como hedonista: “Me gusta disfrutar de las cosas buenas y disfruto recomendan­do sitios, pelis, libros…”. De lo sublime a First dates “Me interesan muchas cosas y muy diferentes. Por ejemplo ahora estoy leyendo un libro sobre la banalidad en el arte, pero el otro día llegué agotada al hotel y me puse First dates, porque es un programa que me hace alcanzar el nirvana porque no pienso en nada más. Uno necesita un poco de frivolidad de vez en cuando, porque la intensidad agota y a mí me gusta pasármelo bien”. Isabel Coixet está entusiasma­da con Verano 1993, la película dirigida por Carla Simón que va a representa­r a España en la carrera por el Oscar –“El otro día le dije a Carla: “Vas a ganar”. Es una historia universal que toca a todo el mundo y con dos niñas en estado de gracia”, reconoce–, pero no cree que la situación haya cambiado mucho desde que ella decidió coger una cámara. “Sí, va mejorando, pero tan lentamente que la igualdad me va a pillar con el taca taca. ¿A quién le dan los grandes presupuest­os, aquí y en todo el mundo? El cine es un reflejo de la sociedad –afirma–. Las mujeres, y me incluyo, pedimos muy poco, vamos como encogidas por la vida porque es algo que tenemos interioriz­ado. No nos han enseñado a creérnoslo un poco. Y si te lo crees mucho te tachan de sobrada. Pero entre la falta total de autoestima y la soberbia hay todo un abanico de posibilida­des. Para todo necesitamo­s una confrontac­ión, todo tenemos que reclamarlo y llega un momento en que abandonamo­s porque es agotador”.

Llegados a este punto, Coixet recuerda una historia que lo dice todo. Durante el caótico rodaje de La vida secreta de las palabras, en una plataforma petrolífer­a en medio del mar de Irlanda, su pareja de entonces y padre de su hija la llamó y le dijo: “Isabel, la lavadora se ha roto, ¿qué hago?”. “Con ese panorama, dirigir una película es complicado. Pero ¿tú crees que esto le ocurre a un director? A mí siempre me preguntaba­n cómo me organizaba con mi hija, pero a ellos no les hacen esa pregunta. Pues la mía ha ido conmigo a todos lados y otras veces se quedaba con su padre o con mi madre. Si no fuera por mi madre, yo no podría haber muchas cosas. Ella me ha ayudado muchísimo y siempre me empujó. Mi padre solía decirle que me enseñara a hacer cosas de la casa y ella le contestaba: “Tú déjala que lea”.

¿Y ha conseguido librarse del sentimient­o de madre culpable?. “Qué va, ¡mi hija tiene 20 años y sigo sintiéndom­e tan culpable como siempre! Lo he hecho lo mejor que he podido, pero sé que muchas veces la he fastidiado y ella se ha sentido sola… Pero qué le vas a hacer. También soy protectora, quizá demasiado, y profesiona­lmente angustiada, me preocupa mucho el mundo que les dejamos. ¡No me falta de nada!”.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain