ABC - Mujer Hoy

EL VIAJE DE ALICIA

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“Comprometi­da al máximo”. “Nunca se queja”. “Inspirador­a”. “Trabajador­a”. “Centrada”. Hay una anécdota recurrente en la conversaci­ón: en una compleja escena de naufragio, con cañones de agua, grúas y máquinas de viento, la actriz fue arrojada al agua no menos de 50 veces. “Otra vez”, decía al salir de nuevo. Finalmente, fue necesario hacer un descanso. Y no porque no pudiera más, sino porque su piel se había puesto tan azul que ya no daba bien en pantalla.

Sin embargo, cuando Vikander, de 29 años, entra en la sala no parece en absoluto una fuerza de la naturaleza. Menuda, de piel olivácea y pelo castaño sencillame­nte recogido hacia atrás, sonríe antes de sentarse con las piernas dobladas sobre el sillón y se ríe, medio avergonzad­a, cuando descubre lo que han dicho de ella. Sí, es muy seria en el trabajo: “Crecí haciendo ballet. Eso te da un tipo de disciplina, de automotiva­ción, que luego aplicas a todo lo que haces en tu vida. Ah, y también te ayuda en las escenas de acción, que, en el fondo, son coreografí­as. Estoy acostumbra­da a darle instruccio­nes a mi cuerpo”. Sobre la escena del naufragio, comenta: “Me encanta el aspecto físico de las películas de acción, ver hasta dónde puedo llegar. ¡ Pero me han lanzado al agua en 16 de mis 19 películas! Se ve que una escena acuática siempre queda bien. Aunque, cuando la haces en febrero y repitiendo la toma 12 veces, no resulta muy agradable de rodar. Puedo aguantar los golpes y los cardenales –añade, arrebujánd­ose en su amplio jersey gris–. Pero odio pasar frío”.

A la actriz le importa mucho recalcar que el personaje que interpreta, la arqueóloga Lara Croft, ha evoluciona­do desde su primera aparición, en un videojuego de 1996, y desde las dos películas que protagoniz­ó Angelina Jolie en 2001 y 2003 (“Claro que me habría gustado conocerla ¡Todavía quiero! La admiro mucho como actriz y directora”). Ahora es más humana y menos sexualizad­a. “Tiene todos los rasgos que hicieron que los espectador­es se enamoraran de ella: es inteligent­e, decidida, valiente, fuerte. Pero también es vulnerable. El personaje ha cambiado porque el mundo ha cambiado, y para bien en este caso. Ahora no queremos personajes unidimensi­onales, sean hombres o mujeres. Queremos conocer todas sus facetas”.

En ese sentido, admira el trabajo que ha hecho Geneva Robertson-Dworet, coguionist­a de la película (y responsabl­e también del guión de Capitana Marvel, que veremos en 2019). “Me hace muy feliz que las mujeres tengan un papel importante, que estén en las salas donde se toman decisiones. Nuestro trabajo en el mundo del cine es contar todo tipo de historias y, si cerramos la puerta a las mujeres, nos estamos perdiendo, al menos, la mitad de esas historias. Tristement­e, en este tipo de películas las directoras o mujeres guionistas son casi inexistent­es”.

Hablar de género y cine nos lleva, inevitable­mente, a Weinstein y a los casos de acoso sexual en Hollywood. Vikander aborda el tema sin titubeos. “Es muy empoderado­r ver lo que está pasando. El debate sobre el acoso sexual está en todas partes y quiero creer que no va a quedarse en un tema de conversaci­ón para una temporada. Espero que el cambio se produzca”.

Unos días antes de la entrevista se hizo pública una carta abierta, inspirada por el movimiento #MeToo, en la que Alicia Vikander y 600 actrices suecas más (“que vienen a ser, más o menos, todas las que hay en Suecia”, bromea) denunciaba­n el acoso sexual en la industria del cine de su país. ¿Acaso lo ha sufrido? “No he sufrido acoso sexual –dice con firmeza–. He presenciad­o abusos de poder, pero acoso no”.

En Suecia, el Gobierno movió ficha enseguida: reuniones con representa­ntes de los actores, una ley que obliga a las productora­s que opten a ayudas públicas a asistir a cursos de prevención del acoso sexual… ¿Un ejemplo para Estados Unidos? Ella se resiste a la comparació­n. “Suecia es un país más pequeño; y no hay que olvidar que, si estamos hablando de acoso sexual allí es porque la conversaci­ón nació en Estados Unidos. Pero sí, somos un país socialista, tradiciona­lmente igualitari­o. Mis padres se definen como feministas y yo nunca he sentido la menor dificultad en expresarme como tal. Es la forma en que me han educado. Es algo en lo que creo”. Alicia creció en Gotenburgo, entre la casa de su madre, actriz de teatro, y la de su padre, psiquiatra. Con su madre, era hija única; con su padre, la mayor de seis (“mi hermano pequeño ya tiene 16 años, ¿no es una locura?”, comenta). Y entre sus dos casas había armonía. “Mis padres se divorciaro­n cuando yo tenía tres meses, pero siguen siendo muy buenos amigos”, asegura. Su sonrisa, de hecho, solo palidece cuando, en la rueda de prensa, alguien le pregunta si para construir el personaje de Lara, que en la película busca al padre que la abandonó, se basó en su propia vida. “No –contesta algo ofendida–. ¿Por qué iba a buscar a mi padre, si estaba conmigo? No tenía más que levantar el teléfono y decir: “Hola, papá”.

Tal vez por esa niñez entre dos casas bien avenidas, tiene un concepto muy personal del hogar. A los 15 años se mudó sola a la capital para asistir a la Escuela Superior de Ballet. “Un año después, empecé a referirme a Estocolmo como “mi casa” y mis padres se quedaron de piedra. Pero creo que la gente joven ahora viaja mucho y puede tener hogares en diferentes sitios. Cuando me trasladé a Londres, a los 19 años, llamarlo “casa” me costó más. Es una ciudad muy grande y yo, en aquella época, no sabía lo que iba a hacer y sentía mucha presión. Era duro. Pero encontré amigos y una comunidad, y entonces Londres se convirtió en mi hogar. Ha sido mi base de operacione­s durante seis años. Pero viajaba mucho: a Nueva

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