ABC - Mujer Hoy

CARE SANTOS

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aEscritora mis hijos les matan varias veces todos los fines de semana. A veces mueren a manos de guerreros armados hasta los dientes y otras son aplastados por bichos horribles. Nos lo cuentan a la hora de comer. A veces deseo que les maten pronto para que no se enfríe la sopa.

A su edad, a mí me mataban los fantasmas del comecocos, que cambiaban de color a traición. Jugaba en la maquinita de un bar. Funcionaba con monedas de cinco duros. Había practicado mucho y no se me daba mal. Un poco después me dio por matar marcianos y me pasé al Space Invaders. Lo dejé por aquel otro en que una rana tenía que cruzar un río saltando a través de todo tipo de objetos flotantes, fiables y no.

De mi breve etapa de jugadora de videojuego­s, aprendí un par de cosas interesant­es. Que los videojuego­s despiertan en nosotros un afán primitivo de superación que aún no sé si es bueno o malo. Y que ser un buen jugador consiste, casi únicamente, en recordar qué movimiento­s debes hacer y ejecutarlo­s con precisión milimétric­a una y otra vez, para ir pasando pantallas. Mis hijos están hartos de decirme que también se requieren habilidad, rapidez y reflejos, y que los gamers tienen la cabeza más despierta. No lo dudo, y a mi experienci­a me remito: desde que a los 15 años dejé de jugar a lo de la rana, no soy capaz ni de ganar al Mario Kart.

Así que no me horrorizo de que mis hijos sean gamers. Incluso hay cosas que me gustan: que jueguen en línea y por equipos, con amigos que a veces están a miles de kilómetros; que sean críticos y se rían de los gazapos de tal o cual juego; que me quieran mostrar los magníficos gráficos de su último descubrimi­ento; que sueñen con ser algún día diseñadore­s de sus propios videojuego­s. No solo es una diversión. Es algo mucho más serio. Es su modo de pertenecer al mundo que les ha tocado vivir. Aseguran los expertos de mi casa que los cuatro fantasmas del Comecocos no solo tenían nombre, sino su propia y diferencia­da personalid­ad. Blinky (el rojo), se aceleraba; Pinky (el rosa) tendía emboscadas; Inky (el azul) evitaba a su enemigo y Clyde (el naranja) deambulaba sin rumbo fijo. En la versión japonesa se llamaron Cazador, Emboscador, Caprichoso y Bobo. Por cierto: les parece muy sexista que fueran todos chicos. Yo no digo nada, claro. Yo solo escucho, aprendo y alucino.

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