ABC - Mujer Hoy

“Cinco años después, sigo sin poder hablar de sus últimos días”.

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compañía y del entendimie­nto mutuo. Por eso fue la mejor de las épocas. Las otras esposas lo conocieron cuando estaba muy ocupado con su lucha y no paraba en casa, pero eso no fue lo que yo viví. Tenía todo el tiempo del mundo para mí y tuvimos el placer de visitar los lugares que nos apetecía y de hacer todo aquello que queríamos hacer”.

Puesto que Nelson Mandela suele ser visto casi como un santo, le pregunto si había cosas de él que le resultasen particular­mente irritantes. “Tenía sus puntos débiles, como todo el mundo –reconoce–. Pero, por fortuna, con la familia y los amigos siempre se mostraba como un hombre sencillo, humilde y cercano, de modo que no teníamos que gestionar una brecha entre su imagen pública y la realidad”. Ellegadode­Madiba Nelson Mandela siempre atrajo a su círculo a celebridad­es, desde miembros de la realeza hasta estrellas de Hollywood. Una de sus preferidas era la reina de Inglaterra, a quien él llamaba por su nombre de pila, Isabel. Cuando Machel se lo afeó, Mandela replicó: “Bueno, es que ella me llama a mí Nelson”.

Cuando me intereso por los últimos años del Nobel de la Paz, Graça niega con la cabeza. “Creo que aún no estoy lista para hablar de eso –se disculpa–. Han pasado casi cinco años, pero sigue siendo muy doloroso”. Es tan reservada que su única apostilla en el prólogo a El color de la libertad habla sobre la exasperant­e rutina diaria de Mandela a la hora de levantarse, vestirse y hacer algo de ejercicio, además de, por supuesto,doblar su pijama y hacerse la cama, algo que irritaba al personal que trabajaba en su casa.

“Era extremadam­ente disciplina­do, y creo que la cárcel no hizo más que aumentar esa tendencia suya. Formaba parte de ese entrenamie­nto que él se imponía para adquirir la fuerza moral que le permitiese enfrentars­e al enemigo. Por eso, se entregó a la lectura como una fiera enjaulada cuando le permitiero­n tener libros y se cultivó todo lo que pudo para no caer en la trampa de encontrars­e sin argumentos. Cuando salió de la cárcel, una cosa que sorprendió a mucha gente fue hasta qué punto estaba al tanto de los acontecimi­entos que sucedían en el mundo en el orden político y económico, como si no hubiera estado ausente”.

El suyo fue un Gobierno de unidad nacional. No solo convenció al antiguo mandatario sudafrican­o Frederik Willem de Klerk para que asumiera la vicepresid­encia, sino que también logró que miembros del Congreso Nacional Africano (ANC), que llevaban toda la vida luchando por sus libertades, compartier­an gabinete con políticos blancos que habían sido hasta entonces sus carceleros, además de con figuras del Partido de la Libertad Inkatha (IFP), del jefe nacionalis­ta zulú Buthelezi, que había fomentando la acción violenta entre los propios negros.

“Madiba quería involucrar­los a todos, hasta el punto de que fueran capaces de decir: “Este nuevo amanecer de

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