Peor que nuestras abuelas
aceptemos ese ideal y queramos satisfacerlo. “Una cultura obsesionada con la delgadez femenina no está obsesionada con la belleza de las mujeres., sino con la obediencia de estas. La dieta es el sedante político más potente en la historia de las mujeres; una población tranquilamente loca es una población dócil”, sostiene Naomi Wolf en El mito de la belleza (1990). Este ensayo permite comenzar a hacerse con el control del propio cuerpo y a reconciliarse con él. Significativamente, cuenta Naomi Wolf, las mujeres occidentales nos hemos empoderado en muchos ámbitos sociales, pero muy poco en nuestros cuerpos. Permanentemente ocupadas y preocupadas por las prácticas que nos prometen la anhelada belleza delgada, ¿quién tiene tiempo para preguntarse de dónde viene esa obsesión? La tesis central de El mito de la belleza es la siguiente: la vieja ideología doméstica que encerraba a las mujeres en el hogar se ha sustituido por una ideología de la belleza, tanto o más esclava que aquella. Las presiones para conseguir el cuerpo ideal, eternamente joven y delgado, forman parte del último esfuerzo por parte de los hombres para conservar la dominación de lo masculino en la sociedad. “Muchas mujeres tienen más dinero, poder, campo de acción y reconocimiento legal del que jamás habíamos soñado, pero con respecto a cómo nos sentimos acerca de nosotras mismas físicamente, puede que estemos peor que nuestras abuelas no liberadas”, escribe. En su análisis, las industrias culturales, cosmética y de la moda cooperan para promover en las mujeres “una obsesión con el físico, un terror de envejecer y un horror a la pérdida de control sobre sí mismas”. Una insana relación con el cuerpo que “está destruyendo físicamente y agotando psicológicamente a las mujeres”.
Nos vemos inevitablemente gordas porque no podemos evitar compararnos con los imposibles estándares de