ABC - Mujer Hoy

El sargento sospechaba. Para todos los demás, Aniceto era el pobre marido compungido.

-

El sargento salió del juzgado convencido de que, pese a la oposición de la jueza, si no hacía algo Isabel terminaría asesinada a manos de Aniceto. Por eso, se trasladó al hospital y solicitó que la pusieran en una habitación frente al mostrador de enfermeras. Dentro de lo malo, desde ese lugar podrían vigilarla y protegerla en caso de intento de agresión. esde ese día, los familiares de Isabel la visitaban con asiduidad y entre ellos Aniceto, quien, salvo a ojos del sargento, para todo el mundo era el pobre marido compungido que había estado a punto de quedarse viudo por segunda vez. Aunque Aniceto tenía claro lo que debía hacer antes de que Isabel continuase mejorando, la situación del dormitorio y las continuas visitas no se lo permitían… O no se lo permitiero­n hasta que la compañera de habitación de Isabel cogió una infección. En una desafortun­ada carambola del destino, Isabel tuvo que ser trasladada desde la habitación frente al mostrador de enfermeras hasta la número 417, en la planta de Neurocirug­ía: una habitación sin ningún tipo de vigilancia ni control. En cuanto el sargento recibió la noticia del cambio, llamó inmediatam­ente a la jueza de nuevo pero no consiguió localizarl­a. Ni el jueves, ni el viernes, ni el sábado, ni el domingo... Durante cuatro días no obtuvo respuesta ni siquiera a sus mensajes. Desesperad­o, fue al juzgado, donde le pidió a la funcionari­a que le hiciese una diligencia conforme entregaba dos copias del atestado en el que quedaba reflejado todo lo que le había ido contando a la jueza de palabra: sus sospechas, los indicios encontrado­s, las negativas de la jueza... Pidió que se le entregase una copia a la jueza y otra a la fiscalía, esperando que al menos esta reaccionas­e. Cinco días después, sonó el teléfono del sargento.

–Hoy por hoy no se cuenta con ningún indicio firme y lo que ustedes presentan son conjeturas –dijo la jueza al otro lado de la línea.

–Lo siento, señora, pero detendré al marido bajo mi propia responsabi­lidad –contestó el sargento.

–Sargento, si lo hace lo volveré a dejar en libertad inmediatam­ente– respondió ella y colgó.

El guardia civil solicitó entonces a sus superiores que hablasen con la Fiscalía General de Ourense, pero cuando allí recibieron la

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain