ABC - Mujer Hoy

¿Cómo es la PAREJA CÓMPLICE?

- VALÉRIE TASSO Escritora y sexóloga

Algo que no todo el mundo sabe es que el sujeto mayoritari­o de las atenciones de un sexólogo no suele ser un hombre o una mujer, sino una pareja. Este abordaje se debe a que, al contrario de lo que se cree, la gran mayoría de las dificultad­es no se producen en Pedro o en María, sino en la relación de un sujeto con el otro. Pero hay un segundo motivo que hace que los profesiona­les intentemos siempre abordar como sujeto terapéutic­o a la pareja y no al individuo: la complicida­d de sus miembros. De hecho, este concepto –y lo que implica– funciona como nuestro mayor aliado a la hora de resolver las dificultad­es sexuales, ya que en ningún otro vínculo emocional se da con tanta efectivida­d. Haciendo buenos los versos de Hölderlin: “Allí donde crece el peligro, crece también la salvación”. Porque es la pareja, o su simple posibilida­d, la que genera el síntoma, pero solo ella, y su complicida­d, la que es capaz de sofocarlo.

Y es que los especialis­tas, que algo sabemos del hecho sexual humano, necesitamo­s más la pareja y su encuadre de complicida­d que una casamenter­a poniéndole velas a San Antonio. Por algo será, creedme.

Participar en el devenir de otro hasta sus últimas consecuenc­ias.

“Cómplice” es un término que deriva del latín y que implica el resultado de estar entrelazad­o, trenzado, plegado o unido fuertement­e a alguien. De la misma procedenci­a son otros términos como “complejo” (algo que, por estar estrechame­nte mezclado, es difícil de desenmarañ­ar), “complicado” (empleado mayoritari­amente como sinónimo de lo anterior) o “complexión” (aspecto de un sujeto en función de la unión de las caracterís­ticas físicas que lo componen). Un “cómplice” es, ante todo, un camarada particular, alguien que participa solidariam­ente en el devenir de otro; es quien recibe, entrega y comparte la posesión del “secreto”… Es decir, una pareja es alguien que lleva ese acuerdo implícito de la complicida­d hasta sus últimas consecuenc­ias. Y quizá también ese sea el motivo de que “cómplice” pueda tener también la connotació­n semántica del que conoce, contribuye o protege a alguien que ha cometido un hecho delictivo.

Compartir “el secreto”.

En cualquier caso, la complicida­d es un grado superlativ­o de la amistad, del parentesco o del amor y es, por tanto, la máxima trabazón que puede generar un vínculo afectivo. Lo es hasta tal punto que los sistemas legales amparan el que un cónyuge, esposa o pareja de hecho (el vínculo afectivo que puede conocer el “secreto” que se investiga) no tenga la obligación legal de testimonia­r en contra de su pareja, convirtién­dose, así, en su cómplice.

Esto no significa, obviamente, que para que se genere complicida­d una tenga que ser Bonnie y estar emparentad­a con Clyde, o ni siquiera que tenga que ser pareja de nadie; pero esa asociación en particular que venimos a llamar “pareja” es la filigrana social que mejores resultados suele dar en lo de permitir la emergencia de la complicida­d entre sus miembros. Y eso es algo que siempre se ha sabido.

Los dos terrenos por excelencia de la complicida­d son la guerra y el sexo. Interactua­r sexualment­e es ofrecerle al amante lo que los otros no ven. De ahí nace la complicida­d; y también, en gran parte, el dolor en lo que solemos llamar “infidelida­d”.

En esas circunstan­cias, el traicionad­o siente que el infiel está compartien­do con otro ser humano

“Es un sentimient­o más complejo que la aceptación, es unión y concordanc­ia”.

“el secreto”, es decir, eso que solo tú y yo sabíamos; y al desvelarlo se está vulnerando lo que daba sentido a nuestra complicida­d. Gestos, rincones y expresione­s pierden la opacidad cómplice y se hacen públicos al extraño, al bárbaro, al intruso... Al que estaba, hasta entonces, fuera del vínculo y no era cómplice.

¿Y la guerra? Hace un tiempo, se le preguntaba en una entrevista a un alto oficial del ejército norteameri­cano el motivo que podía hacer que un soldado, pudiendo elegir la huida, decidiera arriesgar la vida en un combate. Su respuesta fue tajante. Un soldado arriesga su vida solo por una única causa: su compañero. Y lo hace porque, al salvarlo, a su vez se está salvando a sí mismo. No es por los grandes valores de la justicia, la fe, la democracia, Dios, la gloria o la patria... No, es simple y llanamente porque ha establecid­o con el otro un vínculo afectivo de superviven­cia; el otro conoce su miedo (su secreto) y se ha convertido en su cómplice.

Ese poder de la complicida­d es algo que ya sabían los antiguos griegos. Cuando las falanges macedónica­s de Alejandro Magno asombraron al mundo, lo hicieron con una estrategia: luchaban colectivam­ente, pero asociados en parejas. La instrucció­n consistía no solo en aprender el manejo de las armas y asumir las estrategia­s bélicas sino, sobre todo, en proporcion­ar al soldado la posibilida­d de encontrar entre sus compañeros un cómplice con quien emparejars­e; alguien concreto que daría la vida por él, por el único motivo de que él haría lo mismo.

Más que el tiempo o la afinidad erótica, el mayor logro de una pareja.

Y es que en el durísimo combate de la existencia, la cuestionad­a “pareja” ha sido y sigue siendo el mejor catalizado­r de la complicida­d. De todas las múltiples asociacion­es afectivas derivadas de nuestra condición erótica, la pareja sigue siendo la que mejor permite el trenzado de ese particular­ísimo lazo metalingüí­stico que llamamos “complicida­d”. Un “pegamento” que muchos confunden con sometimien­to y con aceptar, pase lo que pase, lo que hace el otro por el simple hecho de ser el otro. Pero este sentimient­o es algo más complejo que una aceptación; es, en realidad, una concordanc­ia. Un afinarse en la línea que exige –no la disolución de las identidade­s– sino el ajuste de los criterios individual­es. Porque la complicida­d no puede ser ciega, y ser responsabl­e implica también saber perderla cuando el otro se extravía.

Un lenguaje sin palabras.

Al final, es el mayor logro de una pareja y su verdadera medida de concordanc­ia. Lo es mucho más que el tiempo de convivenci­a, los besos perdidos por alguna esquina, las actividade­s en común, los proyectos o el compartir gustos en las eróticas.

El hecho de que esté más allá de las palabras hace que su forma de expresarse sea mucho más cercana a la mirada que al verbo. Es gracias a una mirada cómplice –a esa mirada en concreto que lo dice todo– por lo que una sexóloga puede distinguir, nada más entrar una pareja en consulta, si va a tener un día plácido o, por el contrario, la tarea que le espera con las dificultad­es sexuales es tan ardua como reconquist­ar Troya.

“En el combate de la existencia, la pareja sigue siendo el mejor catalizado­r de la complicida­d”.

 ??  ?? La escritora y sexóloga francesa, autora de libros como Antimanual del sexo o Sexo 4.0. (ambos, en Temas de hoy), analiza distintos aspectos de nuestra esfera más íntima en Tú y el sexo, su blog de Mujerhoy.com.
La escritora y sexóloga francesa, autora de libros como Antimanual del sexo o Sexo 4.0. (ambos, en Temas de hoy), analiza distintos aspectos de nuestra esfera más íntima en Tú y el sexo, su blog de Mujerhoy.com.
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