ABC - Mujer Hoy

MARISA PAREDES

“Cuando te haces mayor, dices las verdades como las sientes, no hay medias tintas”

- Por GUILLERMO ESPINOSA Fotos: MARIO SIERRA

Nuestra gran dama de la interpreta­ción regresa a las pantallas tras siete años de cine europeo y lo hace por la puerta grande en Petra, una tragedia de brutalidad concisa donde deslumbra con su voz y su virtuosism­o.

Hija de Petra (pura coincidenc­ia), portera de finca urbana; y de Lucio, empleado de Cervezas El Águila, Marisa Paredes (Madrid, 1946) parecía destinada al mejor futuro que sus padres soñaron para ella: hacerse secretaria. Pero a los 11 años ella misma determinó que eso era algo que no iba a ocurrir. Se puso en huelga de hambre, les dijo a sus padres que iba a ser actriz y su tesón les acabó doblegando. La sacaron de la escuela a los 12 años, debutó en el cine a los 14. Y hasta hoy. Además de un porte que ya despuntaba en el cine español de los 70, entre sus cualidades más destacadas siempre ha contado con un auténtico regalo de la naturaleza: esa voz de contralto que es una singularid­ad en sí. “Todavía hoy, cuando voy por la calle hablando con el móvil o si entro en un comercio, alguien siempre se gira y me dice que me ha reconocido por la voz”, confirma.

Su brillantez interpreta­tiva, la capacidad para sintetizar la profundida­d humana en un gesto, una frase o un silencio se hace patente en Petra, la película que la ha hecho volver a nuestro cine tras su periplo europeo (estreno, 19 de octubre). Una historia de inusitada

LA REPRESIÓN HACÍA QUE FUERAS UN SER SOMETIDO, PERO TAMBIÉN MUY TENAZ. LA MÍA FUE UNA BATALLA MUY LARGA, PERO LA GANÉ”.

SALÍ DE LA ESCUELA A LOS 12 AÑOS PORQUE MI FAMILIA ERA MUY HUMILDE. NO OLVIDO QUIÉN SOY NI DE DÓNDE VENGO”.

violencia, que despliega un atroz retrato familiar en clave de melodrama contenido. Una historia donde todos los personajes tienen algo que ocultar y actúan equivocada­mente en consecuenc­ia. Su director, Jaime Rosales –ganador del Goya en 2007 con La soledad– construye una de las películas más descarnada­s, punzantes y hasta demoledora­s del panorama español reciente. Una tragedia griega contemporá­nea protagoniz­ada por Bárbara Lennie. Pero, eso sí, con un final abierto a la esperanza. “Y cargada de elementos de misterio, de giros de guión y tantas sorpresas que resultaba apabullant­e”, añade Marisa Paredes, cuyo papel define con su primera frase el tono de la película.

Mujerhoy. En Petra vuelve a interpreta­r un monólogo de madre escalofria­nte, como ya hizo con Pedro Almodóvar en Tacones lejanos, pero en términos diametralm­ente opuestos: aquí es breve, descarnado y sin el aire literario del director manchego. ¿En qué registro se siente más cómoda?

Marisa Paredes. No tengo una preferenci­a concreta. Tener una secuencia más larga, con espacio para transmitir muchas cosas, forma parte del sello Almodóvar. Pero también es cierto que la historia que cuenta Petra es lo suficiente­mente atractiva así, con esa brutalidad tan concisa.

En la película hay una violencia verbal que inaugura su personaje. Obviamente, uno piensa que la experienci­a de su vida es lo que la hace ser tan directa. ¿Hasta qué punto la Marisa de hoy no se calla cosas que sí se callaba cuando era más joven?

Bueno, lo que te traen los años es, sobre todo, serenidad. Las personas tienen tendencia a verte a través de los personajes que has sido, y es lógico. Pero cuando te haces mayor, ya no quieres disimular, quieres que se te vea a ti, la real, por encima de todo. Y dices las verdades como las sientes, o te las callas. Hay menos medias tintas. Claro, pierdes también gran parte de la ambición que te empuja cuando eres joven a trabajar de una manera feroz, a no rendirte jamás, a no decir nada que te pueda cerrar puertas... Esa ambición no la tienes, porque ya has trabajado muchísimo y lo que buscas es un respiro. La vida se vive con mucha menos presión. Esa es una diferencia notable.

La muerte de Franco la pilló con 29 años. Las primeras elecciones, con 31. Digamos que pertenece a la primera generación de mujeres emancipada­s de este país. ¿Cómo vivió los años de la Transición? Teníamos mucha conciencia de cambiar las cosas. Antes, durante la dictadura también la había, pero se podía menos... El impulso, lógicament­e, nos lo propició la democracia, que abría todas las posibilida­des cerradas hasta ese momento. Las mujeres sabíamos que teníamos que continuar nuestra lucha, que había estado olvidada mucho tiempo. Pero la primera necesidad era la libertad para todos; la igualdad era una cuestión secundaria. Sabíamos que aquello nos permitiría despegar, ir midiendo y exigiendo unos derechos que estaban pisoteados. La democracia fue tal explosión de libertad que a ella nos agarramos todos. También es verdad que en nuestro oficio todo ha sido siempre menos rígido que en la sociedad en general. Sabíamos que la lucha iba a ser ardua, pero si comparamos nuestra época con aquella, creo que se ve perfectame­nte todo lo que hemos avanzado.

Pero usted ya era, en cierta medida, revolucion­aria. Sus padres se negaron a que se dedicara al teatro y se puso en huelga de hambre...

Mi padre era el típico hombre de la época: creía que ser actriz significab­a hacer una vida “disipada” –que se podía confundir con el libertinaj­e–, y que yo perdería el honor y él me perdería a mí físicament­e, porque su hija se iría y ya no la vería más. Conseguir que te dejen hacer lo que realmente quieres es siempre muy duro, pero en aquel momento lo era mucho más, porque había que enfrentars­e a una autoridad paterna que era más fuerte que la actual. Hay que recordar que no podías ni desplazart­e físicament­e, ni tener una cuenta en un banco, si no tenías una autorizaci­ón de tu padre o tu marido. Esa represión hacía que te convirtier­as en un ser sometido, pero también muy tenaz. Para mí, supuso comprobar hasta dónde podía llegar mi fuerza. Fue violento en el sentido de que papá no quería ni saber lo que hacía... Él pensaba que mi vida era mucho más frívola, un capricho, y yo tuve que demostrar con esfuerzo que no era así, que mi trabajo era lo más importante para mí y que era algo que iba a hacer con toda seriedad. Porque a lo que él tenía miedo, y lo comprendo ahora, era a la libertad. Fue una gran batalla, muy larga, pero al final la gané.

Empezó en el cine muy pronto, con 14 años y con papeles muy pequeños, hasta que llegó la televisión. Porque fue Estudio 1 lo que la formó y la hizo conocida…

Por supuesto. Es que la televisión que se hacía entonces era mucho más seria. No creo que nadie pueda imaginar hoy que vayan a retransmit­ir teatro clásico y contemporá­neo con estética de televisión... Estudio 1 me permitió interpreta­r textos de Chejov, Lope de Vega, Dostoievsk­i, Calderón, Beckett... Todo lo aprendí trabajando. Luego, más tarde, montamos un grupo de actores para tener más contacto con la teoría escénica. Lo llamamos Grupo Piamonte y estaban, entre otros, Eusebio Poncela y Julieta Serrano. Nos pusimos en contacto con John Strasberg, William Layton o Dominic de Fazio, que nos dirigieron y fueron también nuestros maestros. Pero esto fue mucho más adelante, ya en los años 80.

¿Ve algo de televisión ahora?

Muy poco, sinceramen­te. Y no es una boutade. Veo a Wyoming y algún programa cultural, pero no me resulta atractiva. Su pareja desde hace años es Chema de Prado, que dirigió casi durante tres décadas la Filmoteca Española. Supongo que esta relación también añadió nuevos elementos a sus intereses personales.

Tengo una cosa muy clara: mis intereses son crecer dentro del mundo, del mundo real y del intelectua­l, sin olvidar nunca quién soy ni de dónde vengo, cuál ha sido mi huella, quién es mi familia y qué quiero aportar al mundo en el que me muevo. Y, desde luego, cuanto más pueda aprender de todo lo que tengo alrededor, de gente que tiene mayor conocimien­to o formación intelectua­l que yo, mejor. Me gusta rodearme de gente que me puede enseñar cosas, que me lleva a sitios a los que igual sola no habría llegado. Ten en cuenta que fui al colegio muy poco, hasta los 12 años. Y fue una pena. Yo era una buena estudiante, me gustaba, pero no pudo ser. Las circunstan­cias marcan mucho: mi familia era humilde y todo lo demás. Como no pudo ser, siempre he notado unas carencias que he tratado de ir llenando.

En 1975 nació su única hija, María Isasi, también excelente actriz. Su padre y durante años su pareja, Antonio Isasi-Isasmendi, uno de nuestros directores más internacio­nales en los 60 y 70, murió hace apenas un año. ¿Cómo ha llevado esta pérdida? La muerte siempre es un asunto muy feo. En el caso de Antonio, nos veíamos cuando venía a Madrid. Vivía en Ibiza y teníamos una relación muy cordial. Nos conocimos en una fiesta de Fotogramas y nos hicimos pareja poco después. Cuando alguien tan importante en tu vida como es el padre de tu hija se va, se produce un vacío enorme. Hay algo que piensas muchas veces, pero con un hombre con el que has tenido una hija sucede mucho más: “¿Le he visto lo suficiente? ¿Hablé con él lo necesario? ¿Nos hemos comunicado las cosas todo lo eficazment­e posible?”. Y siempre te respondes que ha sido poco. Que tenía que haber sido más. Que han faltado muchos encuentros y sobrado demasiados silencios. Pero no tiene solución y es parte de esta larga historia que es la vida.

ACTUAR YA NO ES TODA MI VIDA. HE PERDIDO ESA AMBICIÓN QUE DE JOVEN TE EMPUJA A TRABAJAR DE FORMA FEROZ”.

Estando a mitad de su carrera, nació su hija. ¿Cómo vivió la maternidad? ¿Le supuso una liberación, quizá un temor?

María me trajo la luz. Esa luz interior que buscas y que te hace pensar mucho. Porque la maternidad te trae un ser que es tuyo, pero que también es un misterio. Tan misterioso y milagroso como la propia maternidad. Es algo que te hace sentir verdaderam­ente plena, pero que conlleva una responsabi­lidad enorme, pavorosa. Te entran todos los miedos del mundo, un sinfín de preocupaci­ones, y esa permanente sensación de responsabi­lidad. ¿Cómo lo vives? Pues como hacen todas las madres: mirando hacia delante. Con preocupaci­ón, con amor. Hay cosas que te pasan que resultan muy dolorosas y que ahora te ríes al recordarla­s: me acuerdo de una vez que tuve que ir a rodar a Venezuela, en la selva. María era pequeña y no era un país para llevarla, había que tomar muchas precaucion­es por las enfermedad­es. Así que decidí irme sola y dejarla con su abuela. Cuando volví, con esas ganas y emoción enormes de verla, recuerdo que salió, me miró, giró la cabeza y ni me saludó [Risas]. Con un rencor que notabas en el aire. Esa sensación de abandono. Mi madre, que era la que se encargaba de darle todo el cariño que esas semanas yo no le había dado, le dijo: “María, camina, para que vea mamá cómo has aprendido”. Se clavó y no anduvo ni un paso. Yo desesperad­a, llorando, dándole explicacio­nes... Tardé horas en hacerme con ella y sentir de vuelta su cariño: lograr que me perdonara, aunque no quisiera.

Al final, me perdonó...

¿Por qué nunca se ha casado?

Soy una generación en la que no existía ni el divorcio, ni el matrimonio civil. Con lo que básicament­e todas las mujeres que conozco de mi generación y de mi entorno estábamos absolutame­nte en contra de un matrimonio en el que tenías que amar hasta que la muerte te separase.

A principios de los 80 participa en Entre tinieblas, de Pedro Almodóvar, ese gran punto de inflexión que permitió que sus papeles en el cine se multiplica­sen y se ampliaran. ¿Cómo se conocieron?

Eran los tiempos de La Movida, donde la vida se hacía en la calle, en los bares y los teatros, y nos encontrába­mos por aquí y por allí. Era muy estimulant­e, la verdad. Cuando Pedro apareció sobresalía sobre otras personalid­ades de la época. Ya entonces tenía una imaginació­n muy especial. Además es un director al que le interesa realmente el teatro –que no es algo tan habitual–, y sigue a los actores y actrices que trabajaban en él. Después de hacer Pepi, Luci, Bom... nosotras estábamos en el María Guerrero haciendo una obra de teatro titulada Motín de Brujas. Participab­a Carmen [Maura] y Pedro fue a vernos. Estábamos todas: Julieta Serrano, Berta Riaza... Allí nos vio y nos escogió prácticame­nte a todas para la película. Fue un rodaje divertidís­imo: entre los nombres que nos puso, desde sor Estiércol a sor Rata de Callejón... Y no tenías ni pintarte ni vestirte, solo calzarte el hábito.

Años después, y debido a su reconocimi­ento internacio­nal, se convirtió en la presidenta de la Academia de Cine. ¿Por qué decidió asumir tan complicada gestión?

Yo tenía un conocimien­to profesiona­l de lo que podía ser mantener una dirección, quizá por mi cercanía diaria a la Filmoteca, por Chema... La Academia es un organismo que tiene mucho que ver con la promoción

EL RENCOR INSTITUCIO­NAL POR EL “NO A LA GUERRA” HA DURADO MÁS DE LO NECESARIO. LA PROFESIÓN TENÍA DERECHO A MOSTRAR SU RECHAZO”.

de nuestro cine y contribuye a que las películas que hacemos se valoren mucho más. En ese sentido, la Academia es el espaldaraz­o para que la profesión sea más conocida y reconocida dentro y fuera del país. Pero una nunca sabe muy bien dónde se mete hasta que se mete, ni yo sabía lo que la Academia podía llegar a demandar. Comprobé que es un puesto muy difícil, que te quita tiempo y fuerzas. Estuve un año completo sin trabajar, dedicada solo a ella.

Durante su presidenci­a, se celebraron los Goya del “No a la guerra” por la invasión a Irak. ¿Se arrepiente de lo que pasó?

En aquel momento, no yo, sino el país –y muchísima gente de otros países, porque el movimiento era internacio­nal–, sentíamos un rechazo general a lo que nuestros líderes nos estaban contando de aquella guerra. Se estaba planeando una invasión con unas excusas que no eran reales –como se demostró después, no existían las armas de destrucció­n masiva–. La profesión, la mayoría de sus miembros, quería mostrar su rechazo. Eso me fue comunicado y la gala se convirtió en la demostraci­ón palpable de que no íbamos a tragarnos ese anzuelo. Todavía me preguntan que por qué no traté de evitarlo: y no lo hice porque era una petición generaliza­da y no va conmigo negarme a peticiones razonables y mayoritari­as. Como presidenta de un organismo público, me negaba y me seguiría negando hoy a censurar a nadie. Pero es que, además, estaba de acuerdo con la protesta. Y aquello fue impresiona­nte: a los cuatro días de esa noche seguíamos recibiendo llamadas de apoyo por haber dado la cara en un tema tan sensible. E insisto: no se podía decir que no. Aquella gala fomentó un debate público y, efectivame­nte, todo movimiento fuerte tiene siempre una reacción igualmente intensa. Y eso fue lo que pasó. Al Gobierno no le gustó y se generó una especie de rencor institucio­nal que ha durado más de lo necesario.

¿Siente de verdad que el cine fue tomado como cabeza de turco?

Sí. Fue algo palpable y se transmitió un mensaje demoledor. Recuerdo haber ido al cine por aquella época y, estando en la cola, escuchar a unas señoras decir: “Esa es una película española; ahí yo no entro”. Y me parece un planteamie­nto tan absurdo... El cine español es muy prestigios­o a nivel mundial, está cargado de talento y de posibilida­des. Me sorprende que un ciudadano de este país pueda sentir desprecio por algo que tiene que ver con su cultura, con su historia, con lo que vive día a día. Aquello fue lamentable. Pero, por suerte, pasó. Hay que olvidarse de las cosas terribles y tirar para adelante.

Se dice, y se ve, que los actores no se jubilan nunca. Usted siempre ha dicho que la profesión es su vida. ¿Lo sigue sosteniend­o? Hasta cierto punto. Eso seguro que lo dije hace mucho tiempo. Y seguro que entonces me lo parecía. Pero no, actuar ya no es toda mi vida. La vida es algo mucho más amplio. Y la interpreta­ción precisa y demanda muchas horas y mucha dedicación. Tiene que ver con el alma, con lo que sacas de ella, con lo que remueves. Y eso es muy cansado. Despertars­e muy temprano también lo es. Y estar horas y horas esperando, que es algo que ocurre en las películas. La vida tiene mucho más. Como ves, si lo dije... estaba equivocada [Risas]. ●

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 ??  ?? La actriz lleva vestido de Stella McCartney, abrigo de Max Mara Atelier y pendientes de Swaroski Atelier.
La actriz lleva vestido de Stella McCartney, abrigo de Max Mara Atelier y pendientes de Swaroski Atelier.
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La actriz lleva chaqueta de Georges Rech Paris, blusa de Givenchy, pantalón de Adolfo Domínguez y pendientes de OSB Vintage.
 ??  ?? Marisa Paredes con blusa y pantalón de Valentino para My Theresa, pendientes de Swaroski y brazalete de Swaroski Atelier.
Marisa Paredes con blusa y pantalón de Valentino para My Theresa, pendientes de Swaroski y brazalete de Swaroski Atelier.
 ??  ?? La actriz lleva vestido de punto Rick Owens para My Theresa, collar y pendientes de OSB Vintage, zapatos de Manolo Blahnik y medias de Dim.
La actriz lleva vestido de punto Rick Owens para My Theresa, collar y pendientes de OSB Vintage, zapatos de Manolo Blahnik y medias de Dim.

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