LA VIDA QUE LLEVAMOS
Podemos evitar que la precariedad laboral, la ansiedad y la ambición penetren en nuestra vida amorosa y la arrasen? En estos tiempos de malvivir social y consumo exacerbado, ¿son las parejas como las camisetas, un producto de usar y tirar que se se renueva cada temporada? Esta novela soberbia y brillante va de eso, de la agonía del amor en el capitalismo incontrolado y de la desazón de sus víctimas. Ángela y Antonio, tras 13 años de relación amorosa y dos hijas, deciden romper.
Desde el título, Feliz final, hasta la estructura narrativa, todo cursa en esta novela al revés, un juego original que implica activamente al lector en la historia. Arranca el relato con la ruptura de la pareja, cada uno cuenta su particular visión del fracaso, repartiéndose reflexiones y culpas: el ERE que aprieta, los apuros, la pérdida de los ahorros, la infidelidad. Hay páginas sublimes. Ella está en casa en excedencia, después de la baja por el embarazo de la segunda niña, y él, inmerso en la crisis de la empresa, circulando a diferentes velocidades; como dice Angela: “Es entonces cuando comprendes que no es que nuestra normalidad sea incompatible con criar hijos, es que es incompatible con la vida”; o la discusión de la protagonista con su suegra, la madre natural frente a la madre feminista liberada de los años 70, que, vencida, exclama el día de su segunda boda: “Casarse consiste en elegir qué malestar estás dispuesta a aguantar en los próximos años.”
La historia culmina con ese momento único del enamoramiento, narrado magistralmente; la pasión vencida, que ya ha sido doblegada por el sistema, pero que hace exclamar a Antonio en un mensaje esperanzador: “Nunca habría entendido como hoy lo entiendo que nos merecemos otro amor, un amor mejor, un amor sin tanto esfuerzo ni rencor, un amor sereno, sin melodrama, sin látigo ni miedo a estar solos”. ●