ABC - Mujer Hoy

Razones para un DIVORCIO

En la mente, tomando distancia del otro. Así se gesta la idea de una separación, después de que aparezcan los dolorosos síntomas del desamor. Pero romper puede ser la decisión correcta para todos.

- ISABEL MENÉNDEZ Psicoanali­sta

LLa incomunica­ción, la infidelida­d, los reproches continuos, la sensación de soledad y una decepción insoportab­le respecto a la vida en común son síntomas que muestran que la separación de una pareja está cerca. Ya nada une. El vínculo se envuelve en una atmósfera irrespirab­le. Todo irrita y lo que predomina es la rivalidad, las quejas y las violencias reciprocas. El hastío se instala entre ambos.

Los divorcios comienzan en el interior de nuestra mente. Se produce una distancia entre lo que encontrába­mos con la pareja al principio de la relación y lo que tenemos ahora; un desacuerdo entre lo que veíamos antes en él o en ella y lo que vemos ahora. Se rompen lazos afectivos y se disuelven sentimient­os amorosos que ensombrece­n el espacio íntimo de la pareja.

Las circunstan­cias externas, como el paso del tiempo y la crisis de la mediana edad, se unen a conflictos internos inconscien­tes, que se abren paso y acaban fisurando la relación. El deseo mutuo se evapora, mientras los miembros de la pareja comienzan a mirarse desde una distancia donde se mezcla lo familiar y lo ajeno.

Las funciones familiares se disocian: aunque la relación con los hijos también se altera, siguen siendo padre y madre, pero ya no son pareja. El tiempo, sin pausa, avanza y se lleva los buenos momentos de antaño. Antes de decidir el divorcio, se puede intentar reconducir la situación, pero para ello ambos tendrían que estar dispuestos a realizar una profunda reflexión sobre la deriva que les ha conducido a ese deterioro.

El (falso) hombre ideal

Elisa ya no soportaba más su relación con Julián. La primera vez que pensó en separarse de él se sintió tan aliviada que la idea ya no se le iba de la cabeza, aunque le daba miedo afrontarla. No sabía cómo había pasado, pero su convivenci­a se había convertido en un infierno. ¿Cómo era posible que un hombre al que ella considerab­a fuerte y cariñoso se hubiera convertido en alguien incapaz de comunicars­e?

Elisa y Julián se habían casado enamorados hacía 12 años y tenían una hija de nueve. Poco después de nacer la niña, las cosas comenzaron a cambiar para ambos. Elisa empezó a sentirse sola en todo lo que se refería a la educación de la pequeña, mientras él se encontraba cada día más enfrascado en su trabajo. Ella intentó que hablaran para resolver lo que les ocurría, pero Julián se negaba. A Elisa le dolía mucho que se escaqueara de su función de padre: él nunca hablaba con su hija de lo que le pasaba, pues decía que, al ser una chica, debía solucionar las cosas con su madre.

Elisa tenía poderosas razones para divorciars­e y tomó esa decisión. Después, en una terapia psicoanalí­tica que comenzó poco después de separarse, comprendió lo que le había pasado. Toda su infancia había sufrido lo mal que se llevaban sus padres y la con-

Los hijos maduran si las crisis que se resuelven y enferman si permanecen.

tinuas discusione­s familiares. Su padre era un hombre un poco ausente al que le costaba acercarse a su hija, pero Elisa siempre echó la culpa de esa situación a su madre, porque pensaba que era ella quien le impedía ser más cercano. De esta forma, negaba las carencias paternas, mientras en su fantasía seguía viéndole como un hombre fuerte. Así quiso ver a Julián cuando le conoció.

Una relación mejor

Elisa se dio cuenta de que había elegido a un hombre que, si bien parecía fuerte, tenía incapacida­des que ella no podía soportar, pues le evocaban lo que de pequeña había sufrido con su padre. Y no quería que se repitiera con su hija la mala relación que ella mantenía con la suya.

Cuando pudo analizar los conflictos que la habían llevado al divorcio, empezó a pensar que podía organizar una relación mejor y que había hecho bien al tomar esa decisión, ya que así su hija podría relacionar­se con sus padres de una forma más saludable.

El divorcio altera la vida emocional de la pareja y los hijos, pero también tiene ventajas. En el caso de los niños, se produce un gran alivio psíquico al cesar las interaccio­nes destructiv­as de los padres. Los hijos maduran con las crisis familiares que se resuelven y enferman con las que permanecen en el tiempo.

Si existe violencia, dejarán de ser testigos de la ruina psíquica de los padres y de vivir en un ambiente enrarecido. La condena de sufrir una batalla diaria desaparece­rá.

Además de tener la posibilida­d de vivir en un ambiente familiar más saludable, otra razón para el divorcio es darse la oportunida­d a uno mismo de ejercer recursos psíquicos nuevos después de elaborar los conflictos inherentes a una relación que ha sido patológica. ●

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