ABC - Mujer Hoy

HUMOR OTOÑAL

- PINA GRAUS

Martina murmura contemplan­do los fresnos desde la ventana: “Míralos desnudos, pelados, sin su follaje natural, parecen postes”. Deduzco que como yo, mi amiga padece el síndrome otoñal.

Para contrarres­tar la caída de la hoja (y nuestro estado de ánimo), pongo música. Simulando el vuelo de un moscardón, me acerco y le propongo un viaje que nos aligere el espíritu. “Imposible darling –responde ella–, tengo dos presentaci­ones y una boda canina”. “¿Canina?”, digo aterrizand­o sobre el sofá. “Sí, un mestizo y una fox terrier. ¡Cualquier excusa es buena para organizar un jolgorio!”, contesta. “Entonces, la única alternativ­a que contenga agua es ¡ir al spa!”, afirmo.

Sumergidas, con esos gorros infames que nos asemejan a erizos de mar, nadamos y nos zambullimo­s encantadas. Dos horas más tarde, arrugadas pero felices, subimos de nuevo al coche. “El agua es esencial –opina Martina–. Un estudio de nosequién dice que las personas que viven cerca de cursos de agua son más felices”. “¿De todo tipo de aguas?”, pregunto señalando un charco. “Sí –asegura ella, adoptando un aire científico–. Si coges un microscopi­o, verás cómo en solo una gota una pequeña multitud de seres nacen, viven, nadan...”. “Y mueren,” añado. “Claro, todos lo haremos tarde o temprano”, contesta ella. Dejo a Martina en su casa, me hidrato la dermis y la profundide­rmis, caliento una lasaña que languidece en la nevera y doy de comer a los perros. Horas después, la caída del sol me sumerge de nuevo en un estado pre-melancólic­o, afortunada­mente telepático. Suena el teléfono; es mi colega de charca. “¿Qué haces?”, pregunta. “Nacin”, respondo. “He hecho brownies, ¿voy?”. “¡Sí! ¡Veeeeeen!”, digo balando.

Nos sentamos frente a la chimenea a ver a los Monty Python. En una pausa, le digo: “La risa es el mejor antítodo”. “¿Antítodo?”, pregunta con voz de chocolate. Suspirando, contesto: “Sí: contra la melancoliz­a de noviembre, el mes de los difuntos. Deberíamos morirnos todos de golpe, irnos al mismo tiempo que la gente que quieres”. Me pasa la mano por el hombro: “Totalmente de acuerdo. No sabemos nada acerca del otro lado, pero si existiera (o existiese) la reencarnac­ión –quita el pause y regresan los Python–, elegiría nacer en el Reino Unido y con suerte coincidirí­a con alguno de ellos. Y después de un breve pero intenso encuentro mental y carnal, nos casaríamos y tendríamos...”. “¿Un rebaño de ovejas? ¿Y no tienes alguna predilecci­ón? Porque mi media mandarina galáctica, sería John Cleese”, le digo. Partiendo el último brownie contesta: “Pues mi medio membrillo sería Terry Gilliam”. “¿Sabes? –contesto más animada–, deberían cambiar los telediario­s por programas de los Monty Python y después de medianoche emitir un Especial Horrores Varios, con las tragedias y barbaridad­es que han sucedido”. Martina asiente: “Mejoraría la digestión de la población, disminuirí­a el consumo de ansiolític­os y subiría el índice de felicidad ciudadana”. ●

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