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KATE MORTON Cada libro que escribo cambia la FORMA EN QUE VEO el mundo

Australian­a de nacimiento y británica de corazón, entreteje presente y pasado en unas novelas intrincada­s que han cautivado a 11 millones de lectores. La visitamos en Londres para hablar de su nuevo libro. Por ROSA GIL

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KKate Morton asegura que sus libros y su vida están en perfecta simbiosis. Cada paisaje, conversaci­ón o dato que encuentra mientras trabaja en un libro es candidato a formar parte del mismo; y, a su vez, cada libro que escribe introduce en su vida nuevos elementos. “Si uno de mis personajes siente interés por una ciencia determinad­a, la investigo y acabo enganchánd­ome yo también. Cada novela cambia la forma en que veo el mundo”.

Esa simbiosis, suponemos, le resulta mucho más sencilla desde que se mudó de Australia, donde nació hace 42 años, a Inglaterra, el país que le apasiona desde niña y donde están ambientada­s sus seis novelas. Aquí encuentra, “en cada farola, cada tejado, cada callejuela de guijarros” los ingredient­es de unas historias que han enamorado ya a 11 millones de lectores.

Acompañamo­s a Morton en su inmersión cultural y nos vemos con ella, tazas de té por medio, en un pub en el que muy bien podría haber bebido Charles Dickens: estructura laberíntic­a, reservados de madera antigua, chimenea crepitante... Estamos en Hampstead, el centro tranquilo (y ultravip) de Londres, donde Morton vive con su marido, el músico de jazz Davin Patterson, y sus tres hijos, de 15, 10 y 5 años. Hace tres años que se mudaron y se confiesa feliz en este barrio que parece un pueblo (“Juro que una vez vi un fantasma en una ventana allí mismo”, dice), con el inmenso parque de Hampstead Heath a mano. “Mi hijo menor ya tiene un acento distinto al del resto de la familia, más británico. Me pregunto cómo le moldeará el haber pasado aquí su primera infancia”. Aun así, no tiene prisa por volver a Australia. “De momento, todo el mundo está contento aquí –dice–. Hemos tomado la decisión de no tomar decisiones”.

La hija del relojero (Suma de letras) es la primera novela que ha escrito en Londres. “Ha sido una experienci­a diferente. Salgo a pasear y ya me estoy documentan­do”, asegura. Cuenta la historia de una joven archivista que encuentra, en una vieja cartera, la foto de una mujer y el dibujo de una casa que le resulta familiar. Intrigada, empieza a investigar y nos introduce en una compleja trama de artistas y musas, asesinatos, robos de joyas y desaparici­ones que se desarrolla en diferentes momentos y con distintos personajes entre 1862 y nuestros días. “Es, sin duda, mi novela más compleja –reconoce–, con cinco líneas temporales y muchos puntos de vista”. ¿De dónde surge una historia tan intrincada? Según Morton, los libros nacen de forma gradual: “Al principio, es como si tuvieras una habitación oscura en tu cerebro. Enciendes una cerilla y, durante un segundo, ves lo que hay allí. Luego vuelve la oscuridad. Pero, conforme avanzas, hay más flashes de luz y descubres más y más cosas”.

Trazando orígenes

Y las chispas que alumbraron La hija del relojero fueron estas: sus lecturas sobre el verano que Lord Byron y sus artísticos amigos pasaron junto al lago Lemán (“Me fascinó esa idea, un grupo de artistas que pasan el verano juntos”); aquella vez que conoció a una archivista (“Me encantó esa palabra, archivista. Empecé a preguntarl­e si sería posible que un objeto familiar permanecie­ra oculto durante décadas, y cómo podría salir a la luz”); y su visita a una de las muchas mansiones en las que se inspira Birchwood Manor, el corazón geográfico de La hija del relojero, donde descubrió algo llamado “refugios de sacerdotes”. Cuando llegó el momento de sentarse a escribir, todos esos fogonazos

de inspiració­n peregrinar­on sin dificultad hacia la historia.

Kate Morton se confiesa escritora obsesiva. “No sé compartime­ntar mi vida. Cuando estoy con un libro, lo estoy 24 horas al día. Se convierte en una de las dimensione­s de mi existencia. Cada una de mis seis novelas es una cápsula del tiempo para mí”. El paso del tiempo, precisamen­te, es uno de los temas recurrente­s de todas sus obras. “Me interesa la relación entre el presente y el pasado. Y en este libro, quería centrarme en la experienci­a del paso del tiempo en un mismo lugar, Birchwood Manor. El Támesis, que pasa junto a la mansión, ha sido la metáfora perfecta para esto: es un testigo serpentean­te del transcurri­r de la historia”.

El trabajo de documentac­ión que requiere una novela con tantas líneas temporales es abrumador. “Para mí esa parte de la escritura es un placer más que una obligación. Pero sí, hay veces que necesitas algo muy concreto y puede ser difícil. Por ejemplo, pasé semanas investigan­do cuentos de hadas del Punjab que hubieran sido traducidos al inglés en 1895. ¡Y solo se mencionan de pasada!”.

Semillas literarias

Ha llovido mucho desde que la pequeña Kate, la mayor de tres hermanas, leía las aventuras de Los cinco encaramada a un árbol de mango que había en el jardín de su casa, en las montañas Tamborine de Queensland. Allí, entre las ramas, empezó su pasión por Inglaterra. “Mi madre era comerciant­e de antigüedad­es y, cuando la acompañaba a las almonedas, recorría las pilas de libros viejos buscando títulos de Enid Blyton. Puede que esté algo caduca, pero sus libros, que eran muy simples en realidad, están llenos de magia. Blyton sabía algo”.

Fue su madre, a quien le dedica La hija del relo- jero, la que le dio el mejor consejo literario de su vida. “Me dijo que los escritores incluyen demasiadas descripcio­nes en los libros y que lo que importa es lo específico­s que sean los detalles: “Muéstrame la mosca que zumba sobre la pila de sandwiches del expositor y sabré el aspecto que tiene toda la cafetería”, me dijo. Me pareció un ejemplo maravillos­o de cómo nuestra imaginació­n puede poner todo lo que falta si recibe la informació­n precisa”.

La llamada del éxito

Años después, cuando acababa de licenciars­e en Arte Dramático, cambió el teatro por la literatura y acertó: se convirtió en la autora australian­a más cotizada desde Colleen McCullough (El pájaro espino) y su primera novela fue un best seller en 38 países. No se ha bajado del éxito desde entonces. ¿Le sobrepasa? “Publicar una novela siempre es algo muy grande. Paso tantos años escribiend­o a solas que el momento de mandar un libro al mundo siempre es muy importante”. Enumera, sin embargo, todo lo que ha aprendido en el camino: “Escribe lo que te gusta y no lo que crees que quiere el mercado; fíate de tus instintos cuando ves que una escena funciona; no dejes el texto hasta que haya tomado la mejor forma posible, este es un trabajo duro (poco romántico, ¿verdad?); la trama es el personaje, créalos fuertes y complejos. Ah, y asume que no puedes complacer a todo el mundo”.

Entonces, ¿ser una escritora best seller no le ha cambiado la vida? “No en los aspectos esenciales –asegura–. Soy esposa, madre de tres niños con vidas muy ocupadas, hermana, hija... Nadie me reconoce por la calle. Cada cierto tiempo, cuando publico un libro, tengo la suerte de poder viajar y conocer a mis lectores, que son los mejores que una escritora podría desear. Luego, vuelvo a mi madriguera y sigo trabajando”. ●

“He aprendido a escribir lo que me gusta, no lo que creo que quiere el mercado”.

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