Mira esa ESTRELLA
Alos 12 años quería estudiar Física, pero, a mediados de los 50, en Irlanda del Norte, las chicas no se dedicaban a esas cosas: aprendían a cocinar y a bordar. Jocelyn, que se había leído toda la biblioteca científica de su padre, logró que el director de su escuela la admitiera en la asignatura junto con otras dos chicas. Al final del primer semestre, era la mejor de la clase.
A pesar de ello, sus problemas fueron en aumento a medida que sus estudios progresaban. En la Universidad de Glasgow era la única mujer de su curso y, cada vez que subía al estrado a exponer su trabajo, los chicos la interrumpían con silbidos y gritos. Si se ruborizaba, los abucheos arreciaban, así que aprendió a mostrarse como un témpano de hielo. No es extraño que se sintiera impostora cuando fue admitida en Cambridge. Solo había otra estudiante y Jocelyn sentía un miedo constante a perder su matrícula.
Allí, en Cambridge, se unió al departamento de Radioastronomía. Su director de tesis, Antony Hewish, buscaba cuásares, los objetos más brillantes del universo conocido, mediante ondas de radio. Burnell participó en la construcción del telescopio que debía detectarlas y se encargó de analizar los datos. Un día, descubrió una vibración fuera de lo normal en el gráfico de papel milimetrado. Poco después, detectó una segunda señal. Y luego, llegaron más. Era un púlsar, una estrella de neutrones, y acababan de detectarlas por primera vez.
El descubrimiento se publicó en 1968. Jocelyn tenía 24 años y firmaba en segundo lugar el artículo de la revista Nature. Pero en las entrevistas, solo le preguntaban por sus novios o la talla de su sujetador. Lo llamaban el “lado humano”. Hewish, mientras tanto, explicaba las posibles teorías tras el descubrimiento.
La invisibilidad de Burnell llegó a su punto culminante en 1974: cuando se otorgó el Nobel de Física a los descubridores de los púlsares, su nombre no estaba en la lista de premiados. Muchos miembros de la comunidad científica se mostraron molestos e incluso avergonzados. Pero ella eligió no sentirse derrotada. Al contrario: se alegró porque era la primera vez que la astrofísica ganaba un Nobel.
Su nombre fue olvidado durante muchos hasta que, hace unas semanas, le concedieron el premio Breaktrough Especial, el mejor dotado del mundo científico, por aquel descubrimiento. Ella dice que ha hecho las paces con el olvido y ha preferido batallar por su cuenta: recauda fondos para ayudar a jóvenes aspirantes a científicas. Es su manera de reparar el lapsus de aquel Nobel: llenar el mundo de científicas. ●