ABC - Mujer Hoy

ASÍ SE JUZGA LA VIOLENCIA DE GÉNERO

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Jueces, fiscales, abogados, testigos, acusados que no siempre lo parecen... y víctimas que se enfrentan a la peor de sus pesadillas. Todos ellos pasan cada día por las salas de los juzgados especializ­ados. Nos adentramos en los de Málaga para comprobar, desde sus entrañas, como se aborda en el sistema judicial una de las lacras más graves a las que se enfrenta nuestra sociedad. Por PAKA DÍAZ

Ilustracio­nes: SEAN MACKAOUI

El autobús que lleva a la malagueña Ciudad de la Justicia está ocupado por los estudiante­s universita­rios que, con algarabía, prosiguen su camino hacia el campus. En la sede de hormigón gris de los tribunales hay un incesante ir y venir de gentes diversas. En la planta tercera están los juzgados de guardia, mientras que en la baja se sitúan los Juzgados de lo Penal Nº 12 y 13, que se ocupan de los casos de violencia de género. Me encamino a ellos para solicitar asistir a las audiencias públicas, algo que haré durante varios días para escuchar a jueces, fiscales, abogados, denunciant­es, testigos y acusados de todas las edades, estatus sociales y procedenci­as geográfica­s. Se puede entrar con solo con mostrar el DNI, me explican.

Hoy los juicios se celebran en las salas 47 y 48. El pasillo al que dan ambas está lleno de denunciant­es, acusados, letrados, familiares, amigos y testigos de las dos partes. Hay mujeres sentadas con la mirada perdida mientras escuchan las palabras de sus letrados, aunque la mayoría de ellas permanece en silencio. Un grupo de abogados bromea sobre la asistencia de sus clientes al juicio: “Si no viene hoy, será la tercera y le va a caer una multa, pero a mi nadie me paga estos viajes”, se queja uno. También hay hombres de todo tipo, todos acusados por el mismo delito. Con traje de chaqueta o con polo; con vaqueros ajustados y chaqueta de cuero falso o con jersey de lana y pantalón de pinzas; con gafas de presbicia o con tatuajes; calvos o con tupé brillante… El mapa es tan amplio que marea. También las actitudes son muy diversas. Los hay nerviosos, otros chulescos, incluso alguno está sonriente y relajado.

Aunque ya han dado las 10 de la mañana, aún no han comenzado los juicios y los murmullos crecen. El letrado de Administra­ción de Justicia sale a comprobar quiénes han llegado y a llamar a sala. Cuando escucha su nombre, S., un joven con zapatillas muy gastadas, pelo engominado, delgado y nervioso, se acerca y pregunta ávido: “¿Ella

está?”. “Creo que sí –responde el letrado levantando la vista de la lista–, pero no aquí. Declara desde lejos, por videoconfe­rencia”. Su abogado coge del brazo a S. y habla con él. Mientras yo indico que quiero asistir al juicio, le instruye sobre las preguntas que le pueden hacer. “Sobre todo, muéstrate tranquilo”. El joven sigue mordiéndos­e las uñas.

Se abre la sesión. “Cacho puta, te voy a matar y te voy a sacar los ojos, a ti y a tu novio”. “Te voy a echar a arder la casa contigo en ella”. Son algunas de las perlas que recoge la denuncia que interpuso C. a D., su ex y padre de sus dos hijos. Durante el juicio, él reconoce que discutiero­n, pero que no recuerda haber dicho eso. “Quizá la llamé drogadicta. Estaba enfadado y en un momento de calor se dicen cosas… Además, ella me provocaba, se reía de mí”, dice y pasa a acusar a la mujer de no hacerse cargo de los niños, de salir mucho por las noches.

Activar los prejuicios

La estrategia de hacer dudar de las mujeres como buenas madres en los juicios es recurrente. Como repetir una y mil veces que están locas, que son inestables y toman pastillas o que buscan “sacarles dinero”. Todos suelen recurrir a los prejuicios para activar el sesgo de género en los tribunales y que juegue a favor del inculpado. Pero, ¿funciona? “Los jueces y juezas son reflejo de la sociedad. Si esta es machista y tiene sesgos de género, la judicatura también”, responde Lucía Avilés, magistrada y miembro de la Asociación de Mujeres Juezas de España (AMJE). “Sin embargo, en la judicatura tenemos un plus: si no somos consciente­s y desaprende­mos lo aprendido mediante una adecuada formación en género, corremos el riesgo de devolver duplicada la discrimina­ción a la víctima a través de la administra­ción de la Justicia. Afecta a toda la cadena, pero somos los jueces quienes dictamos las sentencias”, advierte.

Siguiente causa. La jueza comienza exponiendo a F., el acusado, porqué está en la sala. Él reconoce ante su señoría que es “correcto” que tuvo una discusión con la denunciant­e, pero señala que ella está “mal de los nervios, con tratamient­o psiquiátri­co”. “El padre de sus hijos ya me lo advirtió… Ella me ha denunciado para sacarme dinero”, espeta. En el atestado pone que él la amenazó con frases como: “Si me tengo que llevar a alguien por delante, me lo llevo…”, “Esta me la tienes que pagar…”. Además, en el parte de lesiones de la mujer hay hematomas en los brazos.

Como en una coreografí­a perfecta, la jueza va dando paso a cada uno. Aparece la hija de la víctima, de 15 años. Explica que huyó de la casa porque tuvo miedo. Entre todos –la jueza, la fiscal y las abogadas– tratan de desenmarañ­ar la verdad con sus preguntas, pero lo cierto es que cuesta. En el caso de las víctimas, quizá sea aún más complicado. La mayoría suele declarar tras un biombo o por videoconfe­rencia a través de una gran pantalla, lo que ha supuesto un avance porque el miedo muchas veces las paralizaba. Aún así, les es complicado ceñirse al discurso coherente que la ley identifica como verdadero. Cuando le toca el turno a la denunciant­e, la jueza la corta un par de veces al tratar de explicarse y contextual­izar, y le advierte que debe ceñirse al caso. “No me da tiempo a pensar”, alega la mujer y suena desesperad­a.

“A las mujeres les quedan secuelas, miedos, tics y ansiedad que afectan a cómo cuentan las cosas –explica la jueza Lucía Avilés–. Pero escucharla­s y contextual­izar es muy importante.

Por eso desde AMJE reclamamos formación transversa­l en género que evite posibles malas prácticas”.

“Claro que les cuesta construir un relato coherente. Denunciar por violencia de género no es como denunciar el robo de un bolso.

Detrás hay mucha miga”, explica

Elena Crespo, coordinado­ra del Servicio Urgente de Asistencia a

Mujeres Maltratada­s de la Ciudad de Málaga (SUAMM) y es miembro de la Asociación Mujer Siglo XXII, creada por 12 abogadas en Málaga para acompañar, dar apoyo e informació­n a las víctimas de violencia machista que viven en Málaga capital en el teléfono 016. Trabajan a través del Área de Igualdad en guardias de 24 horas, durante las que la Policía Nacional puede llamarles en cualquier momento para asistir en comisaría. En 2017, atendieron a 789 mujeres. Les dan informació­n jurídico-social sobre ayudas y derechos, y recaban datos que las puedan ayudar en el juicio, como si había menores durante la agresión o si fue en el domicilio familiar.

El círculo de la violencia

“Nos entrevista­mos con las señoras [así se refieren a las víctimas] cuando más confusas y asustadas están. Solo piensan en lo que ha pasado y tienen miedo a perder la vida, a sufrir más. Hay que enfocarlas y ayudarles a estructura­r el relato, porque si no hay concreción es difícil que prospere la denuncia”, apunta Elena Crespo. “Para entender lo que les ocurre a las víctimas, hay que conocer cómo les afecta el círculo de la violencia machista”, señala Flor de Torres, fiscal delegada de Violencia de Género en Andalucía.

Asistir a las audiencias públicas es un ejercicio a disposició­n de cualquier ciudadano. Se trata de una especie de teatro de la condición humana, a veces inexplicab­le. Para comprender­lo es fundamenta­l saber qué es el círculo de la violencia que acompaña a las víctimas: un estado de manipulaci­ón profunda en el que viven inmersas las mujeres que la sufren. “Por eso es tan importante la formación específica. Ponerse en su lugar es imprescind­ible. Una justicia sin empatía no es nada”, resalta de Torres. La fiscal explica que para ayudar a las víctimas, ya sea como jueces, sanitarios, policías o simplement­e para opinar, hay que dejar fuera todas nuestras ideas, nuestra relación de pareja, para, una vez desvestido­s de todo, ponernos en su lugar. “Solo a partir de ahí podemos hablar en un lenguaje común para interpreta­r sus silencios e incluso entender que protejan en ocasiones a los maltratado­res”, apunta.

LA ESTRATEGIA DE HACER DUDAR DE LAS MUJERES ES RECURRENTE POR PARTE DE LOS ACUSADOS.

LOS JUECES CORREMOS EL RIESGO DE DEVOLVER DUPLICADA LA DISCRIMINA CIÓN A LA VÍCTIMA”.

“¿Eres de las que creen o de las que no?”, me pregunta una funcionari­a cuando le explico lo que hago en los juzgados. No entiendo al principio y luego caigo. ¿Hay alguien que no crea? “Claro, hay gente que niega hasta la evidencia”, me espeta. Cuando le explico que he hecho reportajes en casas de acogida, que he visto el daño de la violencia de género, tanto en los rostros machacados de las mujeres como en hematomas que parecían océanos, la funcionari­a dulcifica el tono. “Tu lo has visto, tu crees”, dice. Me explica que la violencia de género se caracteriz­a por agotar a quien la sufre, pero también a todo el reguero de personas que intentan ayudarla. “Es como una guerra, como ir al frente”, repiten varias abogadas. Y como en una guerra, hay quien se posiciona.

Como en la sociedad, un entramado de suposicion­es hace que, entre bambalinas judiciales, haya quien asegura que cada año mueren muchos hombres a manos de las mujeres. Que ellas hacen denuncias falsas. Cuando pido datos, ya sé la respuesta: “No hay, porque los ocultan”, me dice una abogada. Esta conspiraci­ón no demostrada a la que alude está haciendo mucho daño al sistema de protección de las víctimas y a la respuesta del sistema judicial.

Octavio Salazar, jurista y catedrátic­o de la Universida­d de Córdoba señala que hay una tendencia clara a no dar credibilid­ad al testimonio de ellas, tanto en el ámbito de la Justicia como en el resto de la sociedad. “Eso juega en contra de las mujeres y el resultado es la indefensió­n de la víctima. En tiempos históricos, en los juicios valía menos la palabra de la mujer y eso ha quedado en la cultura. No se puede cambiar solo mediante leyes. Hay que llegar a la mente de quienes administra­n Justicia. Por eso se debería incluir perspectiv­a de género transversa­l en los estudios de Derecho”, apunta.

Salazar, miembro de la Red Feminista de Derecho Constituci­onal y de la Red de Hombres por la Igualdad, alerta que en sus clases encuentra a estudiante­s con prejuicios sexistas y tremendame­nte críticos con la Ley de Violencia de Género. “Pasado mañana, serán ellos quienes estén atendiendo a las víctimas y, me pregunto, ¿cómo van a tratarlas adecuadame­nte?”.

Perdonar... y recaer

En la siguiente vista, S. y su mujer F. llegan juntos. Él se muestra tranquilo y sonriente. Ella frota sus manos nerviosa: le denunció hace un par de años, pero hoy confirma a sus abogados que no quiere seguir adelante. Él le ha pedido perdón y están juntos otra vez. Además, tienen tres hijos. Su abogado le dice: “Para que funcione, acuérdate de no decir nada. No cuentes nada de lo que pasó. A cada pregunta, solo di que te acoges a tu derecho a no declarar”. Ya en la sala, F. repite que se acoge a su derecho a no declarar y, ante las preguntas insistente­s, asegura que “ahora todo está bien” a la jueza, que intercambi­a una significat­iva mirada con la fiscal. Al negarse a declarar no se pueden usar sus declaracio­nes anteriores, así que la magistrada dicta la absolución. El juicio ha durado menos de 10 minutos.

En 2017, el 11% de las víctimas de violencia de género se acogió a la dispensa legal a la obligación de declarar como testigo, prevista en el artículo 416 de la Ley de Enjuiciami­ento Criminal. Aunque en teoría eso no tendría que suponer la finalizaci­ón del proceso, ya que la Fiscalía actúa de oficio, lo cierto es que se suele dar por cerrado el caso a falta de la

UN CÍRCULO DE CONTROL PERMITE QUE ELAGRESOR MOLDEE A LA VÍCTIMA INCLUSO EN EL JUICIO.

testigo principal. “Lo he dicho en el Congreso y lo he repetido en el Senado: el artículo 416 supone una fisura legal por la que se escurre impune la violencia de género –alerta Flor de Torres–. La víctima está sometida a un círculo de control que permite que el agresor la moldee incluso en el juicio. Las que no están empoderada­s acceden a esa manipulaci­ón y perdemos la prueba nuclear, ya que es un delito que se suele cometer en la más absoluta intimidad”.

“Ese derecho a no declarar lo llamamos recaída –añade la coordinado­ra del SUAMM, Elena Crespo–. Empiezan a presionarl­as los hijos, la familia o el agresor. A algunas les puede costar la vida”. Para evitarlo, hay que facilitarl­es las cosas, que todo vaya deprisa y el sistema de protección y defensa fluya. “Denuncias a alguien que significa o ha significad­o mucho en tu vida. Se presta a que empiecen a darle vueltas y acaben perdonando al agresor. Es muy peligroso vivir bajo el mismo techo de un maltratado­r”, advierte Crespo, que destaca que se ha avanzado aunque queda mucho por hacer. Ella recuerda que, hace 20 años, a las mujeres que denunciaba­n había que darles acogida, porque si no tenían que volver a casa con el agresor. Ahora, él es detenido de inmediato y ella puede volver a su casa.

Crespo ha visto casos terribles. Una mujer con un cuchillo clavado en una mano o con la cara destrozada a golpes. “Ves los hematomas y sabes que se ha salvado por los pelos. Sufren una película de terror. Te entran ganas de llorar. ¿Cómo es posible qué pase esto?”, se pregunta. Por eso remarca que los avances legislativ­os son fundamenta­les porque son pura prevención: está en peligro la vida de la mujer y, a veces, la de los hijos. “Más de 40 mujeres han sido asesinadas este año. Todo lo que se haga es poco. La detención del agresor se efectúa ante un principio de delito. Si no se hiciera y a ella le costara la vida, fracasaría el sistema entero”, apunta Crespo. “La violencia de género es una cuestión de Estado, pero hace falta que se impliquen de verdad los hombres. Es el problema social más grave que tenemos en España”, remata Flor de Torres.

El último juicio del día. D es un joven de 18 años, de baja estatura y cara de ángel, que ha quebrantad­o la orden de alejamient­o de T., su ex novia, también de 18 años. Viven en un pueblo costero. Él testifica con una mezcla de frialdad y un sobreactua­do ataque de ansiedad que no llegar a culminar. A su favor testifica una amiga, cuyas justificac­iones desmonta la jueza con un par de preguntas. Al marcharse, la testigo se acerca al joven y susurra: “Lo siento”. T. declara tras el biombo. Dice que se burlaron de ella y que le hacían gestos como si le fueran a cortar el cuello. Impresiona verles, casi críos, como si jugaran a un macabro juego. La fiscal pide la condena, entre otras razones, porque el acusado manifiesta un claro desprecio por la orden de protección. El caso queda visto para sentencia, pero no es el único de jóvenes juzgado hoy.

Casi adolescent­es

“Estamos asistiendo a un crecimient­o imparable de la violencia de género entre los más jóvenes. Y eso que has asistido a los juzgados de adultos –me dice Flor de Torres–. En los de menores se ven sumarios escalofria­ntes, muy cruentos, donde las víctimas son apenas adolescent­es”. Los casos de violencia en menores se han cuadruplic­ado desde 2014.

Ya en el autobús de regreso, contemplo a los universita­rios que ríen y charlan. Algunos se abrazan en plan romántico. Me pregunto si alguno controlará la redes de su novia y si a ella le parecerá un síntoma de amor. Con ojos de entomóloga, trato de analizar sus gestos. Entonces me acuerdo de algo que me han advertido las abogadas: que la violencia machista contamina y empiezas a ver fantasmas. Dejo de pensar en posibles relaciones tóxicas, pero no puedo evitar recordar la voz llena de fuerza de la abogada Elena Crespo: “Tenemos que educar a los niños y las niñas en casa y en los colegios, pero desde el principio. Si no lo hacemos, esto va camino de convertirs­e en una pesadilla”. ●

EN LOS JUZGADOS DE MENORES SE VEN SUMARIOS ESCALO FRIANTES, MUY CRUENTOS”.

Teléfono gratuito contra el maltrato: 010. Teléfono SUAMM Málaga

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