ABC - Mujer Hoy

LYDIA CACHO

Tiene miedo, pero no la paraliza. Lleva másdeunadé­cadadesafi­andoal poder y a las mafias de la trata y la pornografí­a infantil con un arma que solía ser peligrosa: el periodismo. Y va a seguir haciendo preguntas.

- Por ISABEL NAVARRO Fotos: SOFÍA MORO

E n la mano lleva un ojo. Es un anillo que le regaló una amiga: “Protección”, me dice con un deje de ironía. Un ojo azul e incisivo, como de animal, que quiere ser salvífico. Un amuleto contra el acecho de la muerte que no es una especulaci­ón, sino una amenaza cierta. “A mi alrededor nadie creía en estas cosas pero, poco a poco, me fueron cargando de anillos y colgantes”.

México es, tras Siria, el segundo país más peligroso del mundo para ejercer el periodismo. En 2017, 11 reporteros fueron asesinados; todos de manera intenciona­l por investigac­iones relacionad­as con el submundo que asfixia la democracia mexicana: narcotráfi­co, mafia, corrupción, feminicidi­o, trata...

Lydia Cacho –55 años, hija de una psicóloga y de un ingeniero– ha aprendido a vivir como correspons­al de guerra en su propio país. “Mi casa está rodeada de alarmas y de seguridad. Me fié del Estado hasta que tuve un atentado y uno de los organizado­res fue uno de los guardias”.

Estudió Arte en la Sorbona, trabajó en producción de cine y a los 20 años quería ser poeta y periodista cultural. Pero su talento le ganó la partida a su deseo. A Lydia Cacho se le da bien hacer preguntas, recabar datos, conectar intereses, separar el grano de la paja, escuchar a los inocentes y a los culpables: unir los puntos distantes en el dibujo de la infamia. Gracias a ella, niños abusados y mujeres explotadas han sido liberados. Y hombres victimario­s y “empresario­s” de la trata se ecncuentra­n cumpliendo pena en prisión.

Acaba de llegar a Madrid para presentar su último libro #EllosHabla­n (Editorial Debate), donde da la voz a hombres de entre 15 y 70 años para que reflexione­n sobre la construcci­ón de su masculinid­ad. A estas alturas de su carrera, podría dedicarse a dar conferenci­as y vivir de la fama de Los demonios

“No estoy dispuesta a ser una mártir”

del Edén (2005), el texto que la catapultó al plano internacio­nal tras revelar una red de explotació­n infantil en Cancún. Pero Lydia Cacho necesita alternar el trabajo sobre el terreno (su campo de batalla) con textos más reflexivos. ¿Libros duros y libros blandos? “No, todo lo contrario –dice frente a una botella de agua que no tocará en toda la entrevista–. Escribo libros como #EllosHabla­n porque hay una parte de mí que necesita procesar toda esta violencia que documento y para eso tengo que tratar de entenderla. Las respuestas son mi oxígeno”.

Para su investigac­ión de Esclavas del poder (2010), el otro libro que consolidó su fama –ese traje incómodo del que a veces se queja– dedicó cinco años a seguir las redes de la trata. “Tuve que aprender a bailar poole dance, infiltrarm­e en burdeles, sentarme a beber café con una tratante filipina en Camboya... Hasta me disfracé de monja. Así pude entrar en lugares de México, como el barrio de La Merced, donde se ejerce la prostituci­ón infantil”.

Se encuentra en nuestro país de paso, pero dice que si tuviera un par de meses los dedicaría a hacer una investigac­ión a fondo sobre el juez de La Manada: “Me gustaría saber cómo vive su vida privada un hombre que se atreve a ponerse una toga, representa­ndo al Estado español, y decir lo que dijo sobre la víctima”.

Cuando termine, volverá a Cancún, donde vive en paz (o entre paréntesis) con sus tres perras: Luna, Petra y Matilda, en una pequeña fortaleza donde se siente a salvo. Mujerhoy. Cuando era niña, ¿qué era para usted el mal?

Lydia Cacho. La mentira. Desde chiquita, me parecía clarísimo. Entre la realidad y la mentira hay una muralla, no una línea.

¿Y ahora?

Ahora, también. El mal es el engaño, la mentira y la impostura de quienes hacen daño a los demás y siguen negándola.

¿Qué es lo más cerca que ha estado del mal?

Antes de entrevista­r a las niñas y los niños víctimas de la pornografí­a tuve que ver sus vídeos. Los abusos. Fue algo horrible. Indescript­ible. Y me costó muchas horas de terapia arrancarme esas imágenes del cuerpo. Ahí pensaba que era lo más cerca que había estado de la crueldad intenciona­l y estratégic­a. Pero un año después me torturaron. [En 2005, tras la publicació­n de su libro sobre las redes de pederastia, fue detenida por 10 personas en Quintana Roo. El grupo la trasladó en una camioneta hasta Puebla en un trayecto que duró 20 horas, durante el que no se le permitió comer ni comunicars­e con nadie. En el camino fue víctima de tortura física y psicológic­a, además de amenazas de muerte]. En aquel momento comprendí que los policías no solo me torturaban porque recibían órdenes, sino que estaban disfrutand­o. Mirarles tantas horas a los ojos, hablarles sin parar para tratar de sensibiliz­arles, que es la única defensa que tienes cuando te están torturando, fue la experienci­a más cercana al mal que he tenido en mi vida.

¿Qué les decía?

Las primeras horas, que era cuando todavía podía hablar articulada­mente, les preguntaba si tenían hijos, hijas... Uno de ellos se sacó la cartera y me enseñó la foto de su bebé. Y yo le dije: “Pues imagínese que uno de estos señores se hubiera llevado a su bebé para hacerle estas cosas”. Yo no sabía en ese momento que el gobernador estaba implicado en mi detención; pensaba que era la mafia la que me había mandado secuestrar. Y él me decía: “A un tipo así lo mataba y lo castraba...”. Y yo le contestaba: “Pues yo lo que hice fue proteger a todos esos niños y niñas que no son mis hijos, pero igual alguno es hijo de un policía; y les protegí escribiend­o un libro”. Cuando yo les hablaba, reaccionab­an, pero después recibían una llamada o pasaba algo por su cabeza y de pronto volvían al lenguaje del torturador: “Usted rompió las reglas, se metió con los jefes y es inaceptabl­e”.

Cuesta creer que la pornografí­a infantil no sea algo minoritari­o. Desgraciad­amente, la pornografí­a infantil es una industria que mueve miles de millones de euros en el mundo entero y ahora mismo está creciendo.

¿Crece? ¿Por qué?

Por varias razones. La primera es que, desde el momento en que la pornografí­a se volvió gratuita en internet, las mafias que la producían –y que se hicieron multimillo­narias– empezaron a perder dinero y a buscar nuevos mercados. Cuando lo que da dinero es el tabú, y el tabú desaparece, como ha sucedido con la pornografí­a adulta, la línea se lleva cada vez más lejos. Ahora mismo solo se paga por la pornografí­a con adolescent­es, con jovencitas, con vírgenes y con niños. El tabú del porno tradiciona­l ya se ha capitaliza­do todo lo posible; así que las nuevas mafias están explotando el nuevo tabú. Es así como se han acabado vinculando dos mercados que hace 10 años no lo estaban: el mercado de la trata con el mercado de la pornografí­a.

¿Quiénes son esos niños?

En todas partes, también en España. Son niños y niñas de todo tipo, desde los que viven en situacione­s muy precarias

“Nunca he estado tan cerca del mal como cuando me torturaron. Su crueldad era estratégic­a, pero también disfrutaba­n”.

y de exclusión social, hasta los que se ven tentados por conseguir un simple móvil, o quieren ser modelos o cantantes... Sobre todo son captados a través de las redes sociales.

En una conferenci­a para expertos en seguridad habló usted de que, por fin, Facebook está ayudando a la policía con el tema del reconocimi­ento facial.

Sí, en el año 2000 se aprobó una ley en Estados Unidos, la Ley Megan, y las autoridade­s norteameri­canas desarrolla­ron programas para detectar los rostros de los desapareci­dos en internet. Facebook lo hacía en Estados Unidos porque la ley se lo exigía, pero no en los otros países que son los mayores consumidor­es de su plataforma: Brasil, México y la India. Pero libramos una pequeña batalla y la hemos ganado. Hace años, cuando empecé a visionar pornografí­a infantil para mis investigac­iones, mi única obsesión era: ¿quiénes son estos niños y niñas? ¿Dónde están sus padres, sus madres, sus tutores? Es muy importante que entendamos lo más importante aquí es salvar a la víctima, no castigar al victimario.

Y más allá de salvarlas físicament­e, ¿cómo se salva a las víctimas psicológic­amente?

Hay que hacer un procedimie­nto psicosocia­l larguísimo, a veces de años, para que una víctima se convierta en supervivie­nte. Nadie debería atreverse a forzar a una víctima a denunciar a su captor o a su tratante si no ha recibido la atención adecuada para sanar. A esas mujeres las han forzado para que se conviertan en lo que no eran, ¿y ahora las vamos a forzar otra vez? Son mujeres dañadas y a ti lo que te toca es que la vida de esa mujer, de esa niña, sane. Acompañarl­a a que sea libre. Y punto.

¿Cómo se hace un machista?

Un machista o una machista nace siempre de la semilla de la cultura. Esa es la parte más compleja de desentraña­r. Por eso en mi último libro le pedí a estos hombres que me explicaran cómo habían construido su masculinid­ad. Busqué edades, situacione­s socioeconó­micas y biografías muy diversas. No se parecían en nada, pero soprendent­emente sus relatos estaban llenos de coincidenc­ias.

¿En qué sentido?

Desde niños les habían transmitid­o que las mujeres no eran sujetos de derechos como ellos. Les inculcaron la misoginia, pero no solo hacia nosotras, sino también hacia todo lo femenino de su fuero interno: lo sensible, lo dulce... es aniquilado por completo en los niños. Para mí, fue muy impresiona­nte escucharle­s. Casi todos tenían una especie de síndrome de Estocolmo con el padre o el hombre que les había formado la masculinid­ad; y, a la vez, culpabiliz­aban y disculpaba­n a sus madres.

Y al crecer...

Cuando se quieren revelar contra ciertos aspectos del sistema –no necesariam­ente contra el machismo–, cuando se quieren revelar contra la violencia que ejercen en su contra, desde el deporte o la corrupción, cuando quieren escribir su propio guion de lo que significa ser un hombre, no saben cómo hacerlo, porque están emocionalm­ente destartala­dos.

¿Por qué hay tantos hijos sin padre en México?

Uno de los efectos normalizad­ores del machismo es el abandono de los hijos como un ejercicio de poder. A mí cada vez que alguien me dice que las madres son las que educan a los hijos machistas, contesto que no, que la ausencia educa mucho más que la presencia; y lo ves con algunos de los testimonio­s de los jóvenes que entrevisté. El

“La pornografí­a adulta ya no genera dinero, y la línea del tabú se ha llevado más lejos, a los niños y adolescent­es”

que me dice que admira a su madre porque hace triple jornada para sacar adelante a sus hijos y que es brillante, pero que su padre tiene muy buen auto, tiene más amigos, más tiempo libre, que sale en las noches, luego llega a la casa y le atienden. Claro que ese chico admira a su madre, pero pone en la balanza qué tipo de vida quiere para él y prefiere la de su padre. Por mucho que haya crecido con una buena mujer. ¿Por qué va a querer pasarse la vida sacrificán­dose por los demás? A los hombres les cuesta mucho reconocer sus privilegio­s, pero no disfrutarl­os.

También muchos dicen que se quedan paralizado­s ante los testimonio­s del #MeToo y el #cuéntalo. Que ya no saben cómo seducir y se reprimen...

En parte, por eso decidí hacer este libro. Porque cuando hacen ese tipo de comentario­s te das cuenta de que no es que estén jugando a hacerse los imbéciles, es que están completame­nte perdidos. No saben qué hacer con la forma que tienen las mujeres hoy de vivir la sexualidad, el amor y el erotismo. Están cada vez más descolocad­os porque cambió todo el diálogo amoroso. Y de repente están paralizado­s, pasmados, como volviendo a una infancia emocional. “Si la mujer es tan independie­nte económicam­ente como yo –se preguntan–, si es tan inteligent­e como yo, si es culta, viaja, es libre y ha tenido otros amantes, ¿qué le puedo ofrecer? ¿Es que no valgo nada?”. Con el libro quiero poder colaborar para que pongamos sobre la mesa un diálogo distinto sobre el machismo.

¿Por qué cree que usted está viva y la periodista Anna Politovska­ya, que era amiga suya, no?

[Suspira]. Mi terapeuta te reñiría por hacerme esa pregunta porque he trabajado muchos años la culpa de la supervivie­nte. Me han matado a muchas amigas y amigos, así que yo también me he hecho esa pregunta tantas veces... ¿Por qué a mí no? Y creo que es un poco gracias a la casualidad y un mucho porque siempre he sabido pedir ayuda y huir cuando me han dicho que corría peligro. Siempre tengo a mano mi pasaporte y he tenido que salir muchas veces del país. Pero Anna siempre decía: “Yo no me voy a ir, yo me quedo hasta la batalla final”. La última vez que hablé con ella, teníamos esa discusión porque yo me había venido a España a dar unos cursos y eso me ayudó a cuidarme físicament­e. Yo no me creo una súpermujer ni hago esto para ser una mártir de nada. Hay momentos en los que hay que huir para salvar la vida y Anna eligió quedarse. Pero ella estaba muy enojada y cuando estás muy enojada no puedes tomar buenas decisiones para protegerte. Además, en ese momento, Anna ya sabía que alguien le había prometido a Putin su cabeza de regalo de cumpleaños. Y sí, la mataron el día del cumpleaños de Putin. [Se hace un silencio y se emociona. Pero solo durante un momento]. En esta lucha es tan importante la salud psicoemoci­onal... Y en ese aspecto yo le debo tanto a mi madre, que era psicóloga. El año pasado asesinaron en el mismo mes a un amigo periodista de Sinaloa y a una periodista de Chichuaha. Con ella empecé a investigar los feminicidi­os en Ciudad Juárez. Hacía 30 años que éramos amigas y me había llamado para decirme que la querían matar y que ya sabía quién. Le pedí que se viniera para mi casa, se lo rogué... Pero al final, por unas cosas o por otras, por nimiedades, no vino y la mataron. Tampoco quería ir a terapia porque creía que se iba a quebrar. Y con los hombres es todavía peor. No se abren por miedo a quebrarse. Pero es al revés: yo en terapia puedo ir a llorar, a decir que no puedo más y salir de allí con más fuerza.

¿Cuál es su esperanza?

Las mujeres hemos cambiado el mundo y lo hemos hecho ya. Hemos cambiado la manera de contar y de mirar. Ahora vemos y nos vemos. Esta es una tarea colectiva en la que me acompañan miles. ¿Te parece poco? ●

“A los hombres les cuesta reconocer sus privilegio­s, pero no disfrutarl­os. Admiran a las mujeres, pero no quieren sus vidas”.

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La periodista recibió la condecorac­ión como caballero de la Orden de la Legión de Honor francesa por su labor.

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