LA GUERRA DE LAS MUJERES
La documentalista Alba Sotorra viajó a Siria para dar a conocer la lucha de los batallones femeninos kurdos contra el DAESH. Una guerra donde ellas eran solo víctimas, hasta que decidieron dejar la retaguardia y coger las armas.
LLas abuelas musulmanas, kalashnikov en mano, patrullaban las calles para defender su barrio en Kobane, al norte de Siria. Eran los momentos más duros del conflicto, cuando todas las mujeres cogían las armas si era necesario. Y lo era. A la cineasta Alba Sotorra le impactó sobremanera esta imagen: ancianas empuñando un arma. Luego todas volverían a sus quehaceres diarios. Todas, excepto las integrantes de las YPJ, las Unidades de Defensa de las Mujeres, un ejército creado y liderado por kurdas para enfrentarse al enemigo cara a cara. Su meta pasaba por detener al Daesh, pero también por tratar de construir un mundo más igualitario en el que las mujeres pudieran ocupar otro lugar.
Alba había oído hablar de ellas y viajó a Siria para conocerlas y mostrar esa heroica resistencia en su documental Comandante Arian, recientemente estrenado. El viaje duró ocho meses, repartidos a lo largo de tres años en los que convivió con las guerrilleras kurdas en primera línea de fuego. “Me dieron un uniforme y me integré en el batallón de la comandante Arian”, recuerda la documentalista Alba Sotorra, quien pasó meses durmiendo en el mismo suelo que el batallón de mujeres, protegiéndose de los ataques bajo los mismos muros y escuchando sus conversaciones.
Así descubrió que este ejército femenino es totalmente diferente a cualquier otra organización que hubiera podido imaginar. “Es una forma muy distinta de vivir un conflicto bélico. Se trata de un ejército que no está al servicio de ningún Estado, sino al de la protección de ellas mismas y de las otras mujeres civiles de su territorio. Pero también al servicio de unas ideas. Están ahí para defenderse del Daesh, pero sobre todo para transformar su sociedad, y esta última lucha es la que más les interesa. Es la que hace que las chicas jóvenes se unan, porque quieren cambiar las cosas, lograr un mundo más igualitario. Están hartas de ser tratadas únicamente como máquinas de tener hijos y de ocupar un papel solo en el seno de la familia”, explica la directora.
Esas reflexiones están presentes en la cinta. Sotorra pudo documentar que la vida en primera línea de guerra es defenderse y luchar, pero también conversar. “El día a día en el frente no es estar todo el rato pegando tiros –dice la cineasta–. Al contrario, la mayoría del tiempo estás esperando, y es donde se daban momentos, que a mí me parecían alucinantes; donde conversan sobre sus emociones o debatían sobre la liberación de la mujer. Lo extraordinario es que esas charlas se producían en primera línea, a 500 metros de las bases del Daesh. Pero los primeros días no entendías las distancias. Cuando llegué, me avisaron para que no me expusiera en determinadas partes porque podían dispararme con un arma de largo alcance; los morteros llegaban, pero yo no era consciente aún”.
Filmar en el frente
Hace 14 años, cuando Alba Sotorra acababa de licenciarse en la Universidad Complutense de Madrid, decidió hacer un viaje en autostop desde Barcelona a Pakistán que se prolongaría durante 13 meses. Se llevó una cámara, y entonces supo que esa herramienta era su preferida para relacionarse con el mundo. Desde aquel viaje, no la ha soltado. La acompaña a todas partes en una profesión que la ha llevado por decenas de países, muchos de ellos en una situación política complicada, cuanto menos. Sin embargo, ja-
más había presenciado un conflicto desde la primera línea del frente; eso no la detuvo cuando quiso comenzar a investigar para este documental.
Por aquel entonces se encontraba en Berlín, y decidió emprender un viaje a Siria. Solo se lo dijo a sus dos mejores amigos. “Les di los teléfonos de la embajada de España en Bagdad y les advertí que no sabía cómo iba a estar de cobertura, para que no se alarmaran si durante unos días no sabían de mí –recuerda Sotorra–. A mis padres, en cambio, se lo conté cuando volví. Mi madre, que lleva en Guatemala 20 años y que trabaja en un proyecto de educación con niñas maya en un lugar que yo creo que es más peligroso que Siria, siempre me ha animado en lo que he hecho. Pero recuerdo que me advirtió: “Ten cuidado, porque hay algunos caminos que no tienen vuelta atrás”. No se refería a que me cuidara físicamente; sino a que pensara bien qué significaba involucrarme en algo así, porque después ya no puedes olvidarte de esa causa. Y tení mucha razón. Mi padre, en cambio, me prohibió volver a Siria [Risas]. Pero claro, yo estaba empeñada”, recuerda.
Amistad de trinchera
Ya en aquella primera experiencia, Sotorra comprobó que las cosas no iban a ser fáciles. “Fui con el empuje de alguien que tiene mucha curiosidad por conocer a unas mujeres que admira, pero no me planteé mucho cómo iban a ser las cosas una vez me encontrara allí –recuerda–. Tenía que entrar en Siria de forma ilegal, no hay otra posibilidad. Y yo llegué con mi maleta de ruedas, vestida de ciudad, sin tener ni idea de que había que correr campo a través. Llevaba una falda larga, y era imposible correr con aquello y mis zapatos urbanos… Me pilló tan de sorpresa que no podía más que reírme de mi misma”, dice entre carcajadas. Después, a lo largo de esos ocho meses de rodaje, llegarían momentos más duros. Por ejemplo, cuando estuvo incomunicada durante 21 días, durante un complicado viaje hacia Irak en el que había que salvar un río en barca hinchable. “El último mensaje que había mandado a mi familia y a mis amigos era que esa noche cruzaba y que al día siguiente, a primera hora de la mañana daría, señales de vida. Pero todo se acabó complicando y pasamos 21 días en una zona de montaña con aviones turcos patrullando y totalmente incomunicada porque, por seguridad, no puedes conectar tu teléfono. Ahí sufrí mucho porque sabía que ellos lo estarían pasando mal”, recuerda.
Alba asegura que la peor parte fue perder a amigas que luchaban en las YPJ y a las que conoció durante la filmación; o recibir llamadas informándole de que las habían herido de gravedad. Una de esas llamadas llegó cuando ya se encontraba en España, editando el documental. La comandante Arian, protagonista de su cinta, había recibido cinco balazos. La cineasta regresó a Siria sin pensarlo dos veces.
“Fui corriendo para verla. No tenía intención de grabar. Es más, el documental estaba prácticamente terminado;