ABC - Mujer Hoy

EL DESTORNILL­ADOR

- PALOMA BRAVO, periodista y escritora

Escribo este texto sabiendo que mañana no me va a leer nadie. Quizá un hombre que ha huido a la terraza con la excusa de fumarse un pitillo y que, pese al frío, se ha llevado una revista para hacerle compañía. Conozco y quiero a ese hombre. Sé que no fuma. Es Pablo, está agotado. Más friolero e igual de exhausto, mi padre ha cerrado tres o cuatro puertas y se ha encerrado en una butaca, a leer el periódico y recordar otras infancias.

Mi hermano, en cambio, resiste. Armado con un destornill­ador y muchísima paciencia; rodeado de embalajes rotos, instruccio­nes arrugadas y tornillos perdidos. El resto de los adultos están ya en las copas, pero mi hermano está montando el quinto garaje o, tal vez, el penúltimo coche teledirigi­do. No sé si a estas alturas los distingue, pero sigue construyen­do el juguete mientras su dueño juega a las tinieblas borracho de azúcar y de primos mayores a los que seducir.

Mi madre ofrece su arsenal de pilas. El día de Reyes pasa por su casa una veintena de niños de todas las edades para recibir regalos y ella acumula pilas de botón, recargable­s, con muchas A, con menos, con… Pero, al final, lo que importa es el destornill­ador.

Mi padre empezó quejándose y hace años que dimitió: “Me da igual que sean más seguros, a estas alturas no estoy para abrir y cerrar compartime­ntos de pilas con mi mejor destornill­ador, que encima siempre es demasiado pequeño, o demasiado grande…”. Mi padre amenaza pero no cumple: abre y cierra los compartime­ntos de pilas todos los años, pero el montaje más sofisticad­o lo delega en Pablo, en mi hermano, en mí…

Solo que yo me escaqueo. Pablo y yo hemos montado en casa un barco pirata con piezas de Lego; un robot que funciona por energía solar (y cabezonerí­a de los padres); una pista de carreras. Y ya. Me rindo. Pablo ayuda a mi hermano pero hay más juguetes que destornill­adores, más niños que adultos, más carreras que silencio... La perra ha robado medio roscón. El coche anda. Su dueño se lo olvida. Pablo abandona el cigarro que no fuma. Mi padre sale de la siesta. Uno de mis sobrinos se ha quedado frito en el sofá. Otros empiezan a irse. El destornill­ador se ha escapado de casa...

Mi padre se acerca a mi hermano, le aprieta el hombro en solidarida­d y nos pide que, por una vez, le escuchemos. “Si el año que viene los Reyes no traen solo libros, contratad un montador o no entráis en casa”. “¿Un montador de qué?”, pregunta mi hermano pequeño que, como no tiene hijos, vive ajeno al destornill­ador. Mi padre sacude la cabeza. “Sin cachondeos. O traéis un montador o traéis los regalos montados de casa. Que los reyes son...”. Antes de que meta la pata, mi sobrino adolescent­e le completa: “¡Unos vagos!”. ●

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