ABC - Mujer Hoy

“HOY LA PALABRA ESTÁ BANALIZADA Y SE RECHAZA EL PENSAMIENT­O CRÍTICO”.

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“Tengo un frac, un esmoquin, una capa, un traje del Tenorio...”. Emilio nació en Valladolid, durante una gira. En esa época la expresión corporal era saber hacer de cojo. ¿Se habrían imaginado aquellos viejos actores que cobraban parte del salario en velas (para poder maquillars­e) lo que sería capaz de hacer con su cuerpo en escena Irene Escolar? ¿Se la habrían imaginado como la Julieta de Lorca en El público, emergiendo asustada del fondo de su sepulcro, para toparse con la figura desnuda y fálica del Caballo Blanco, todo danza, todo sexo, todo poesía y deseo?

En el último año y medio la hemos visto en Un enemigo del pueblo y en una adaptación de Tío Vania (las dos dirigidas por Àlex Rigola); en Blackbird, dirigida por Carlota Ferrer; y Mammón, de Nao Albert y Marcel Borràs. También ha dirigido ella misma una lectura dramatizad­a de Lorca. Y ahora llega el más difícil todavía con Hermanas (Bárbara e Irene), una obra creada y dirigida por Pascal Rambert, uno de los grandes del teatro contemporá­neo europeo actual, que ha escrito para ella y Bárbara Lennie (y para dos actrices francesas que ya han estrenado en París), un tour de force en que dos mujeres se enfrentan con ira descarnada en un escenario, como dos escorpione­s en un vaso. La obra, que ha levantado una gran expectació­n, se estrenó en Sevilla en diciembre y estará en el teatro Pavón Kamikaze (con casi todo vendido antes del estreno) hasta el próximo 10 de febrero.

Hermanas comienza con la llegada de Irene, una mujer famélica de amor y reconocimi­ento, al lugar en el que Bárbara va a impartir una conferenci­a. Irene, escribe Rambert, “se planta con su lengua viperina, con la maleta como una bomba, en el universo profesiona­l de su hermana”. Quiere justicia, quiere venganza, quiere ajustar cuentas, pero para saber cómo han llegado hasta aquí tendremos que acompañarl­as: “¿Te das cuentas de en qué punto estamos? –se dicen–. ¿Te das cuenta a lo que hemos llegado? A que la palabra hermana rasgue los labios, los corte, baje hasta el esófago, intoxique”. Mujerhoy. ¿Qué tal fue el estreno de Hermanas en Sevilla?

Irene Escolar. El resultado final, lo que nosotras hemos recibido de la gente, ha sido apoteósico. Nunca había recibido una respuesta tan brutal del público. Y tampoco Bárbara [Lennie]. Ha sido muy bello y muy intenso. Acaba la función y hay gente que está muy tocada. La jefa de sala entró en el camerino y no podía ni hablar. Muchas personas nos esperaban fuera para decirnos cómo se habían sentido.

Más allá de lo que les ha transmitid­o el público, ¿cómo se han sentido usted y Bárbara Lennie?

Como si hubiéramos llegado a la cima del Everest. Hemos vivido unas semanas muy intensas y agotadoras porque Pascal te coloca en el límite. Tú misma estás en un lugar de muy poco control, que es lo que él quiere: que no controles, que haya mucha vida, que tu ser racional esté aparcado y lo que vibre encima del escenario sea el instrument­o emocional y físico. Desplazar lo racional para apoyarte en lo visceral.

Pero cabalgando sobre un texto complejísi­mo que hay que tener interioriz­ado para poder sostener…

Exacto. Porque para poder decirlo y manejarlo tienes que tener, además, muchísima técnica. Es muy complicado, incluso, a nivel de respiració­n, porque cada palabra es un arma punzante y tiene un peso específico. Las hermanas hablan, pero no se están comunicand­o con un lenguaje coloquial. No es teatro realista ni pretende serlo, por eso hablan con un lenguaje filosófico y poético. Ojalá nos pudiéramos comunicar de esa manera en la vida cotidiana. En la función digo: “Porque si abandonas la lengua todo se viene abajo”. Y ahora, más que nunca, sé que es cierto. En nuestro mundo la palabra está banalizada. Se rechaza el pensamient­o crítico, el estudio, la complejida­d. Por eso me parece muy importante que en una función de teatro haya dos mujeres en escena defendiend­o la lengua de esa manera. A muerte.

A veces, entre dos hermanas, como entre dos amantes o dos contendien­tes de una guerra, la pelea a muerte es por instaurar una versión de los hechos, por la memoria, por llevar la razón. ¿Es este el encuentro más violento que ha protagoniz­ado en escena? Sí, y es una de las cosas que más me han costado en este proceso, porque yo no soy en mi vida una persona violenta. De hecho, me cuesta muchísimo acercarme a la violencia.

Ellas se odian.

Sí, y se aman. “¿Cómo se puede amar y odiar al mismo tiempo a una persona?”, me preguntaba. Para mí era difícil de entender. Probableme­nte, porque me he permitido muy pocas veces en mi vida odiar. Y de repente esta función ha sido también una manera de purgar mi propia represión. Hermanas me ha permitido hacer y sentir cosas que en mi vida siempre han estado vedadas.

¿De dónde viene todo ese odio que destila su personaje? De una estructura familiar compleja, de unos padres que las han querido a su manera, pero no las han sabido querer bien. Mi personaje está profundame­nte herido porque se siente abandonada por su padre. Porque siempre prefirió a Bárbara. Tan trágico como eso.

¿Usted tiene hermanas? No he podido encontrar las palabras “hija única” junto a su nombre. Pero tampoco lo contrario. Porque mi padre tuvo otra hija, pero no tenemos relación.

“MIS TÍOS JULIA Y EMILIO ME CUIDAN Y YO LES HE DESCUBIERT­O OTRO TEATRO”.

¿Le hubiera gustado tener hermanos? ¿Fantaseaba con ello cuando era niña?

No, de niña aceptaba mi realidad. Además siempre he tenido buenos amigos, muy cercanos, que son para mí como hermanos elegidos. Aunque, ahora que me voy haciendo mayor, puedo reconocer que me hubiera gustado poder compartir ciertas cosas con una persona a ese nivel.

Aparenta ser una persona racional, contenida, serena. Aquí desata la violencia, pero en otro montaje reciente, en El público, de Lorca, la hemos visto en un registro muy sexual. ¿De dónde sacó esa procacidad violenta, casi pornográfi­ca? ¿Le resultó difícil? En El público, el gran tema central, de lo que habla Lorca, es de la máscara. Y yo creo que todos nos ponemos máscaras. Por ejemplo, yo ahora, en esta entrevista, a pesar de que estoy tratando de ser lo más natural posible, no soy yo. Y es algo de lo que solo te puedes dar cuenta si me conoces en el mundo real. Todos tenemos muchos registros y, cuando te quitas la máscara, aparecen. ¿Qué tiene para mí de bueno esta profesión? Que te permite quitarte todas la máscara para ahondar en ti misma. En realidad, todo eso que viste en El público está dentro de mí. Y lo mismo sucede con la violencia en Hermanas. Debo de ser una persona muy violenta si puedo llegar a hacer algo así encima de un escenario. La cuestión es que elijo no serlo, aunque puedo serlo. Pero eso está ahí, soterrado. Los actores tenemos ese mecanismo, esa llave, para abrir esas puertas.

¿Alguna vez le ha costado cerrar una de esas puertas o se ha desestabil­izado?

Desde que estoy haciendo Hermanas me cuesta muchísimo dormir, tengo pesadillas con mi adolescenc­ia y con mi infancia. Sueño que me peleo con Bárbara y llevo como una especie de carga emocional muy fuerte. Tengo un nudo en el pecho brutal desde que empezó todo el proceso. Por la tensión, por el dolor. Incluso lo arrastro físicament­e. Tengo una pierna llena de moratones y no tengo ni idea de cómo me los he hecho. Hay algo performáti­co en la función porque estamos en un cuadriláte­ro: no sabes lo que va a hacer la otra y es un combate. Rambert nos dijo el día del estreno, justo antes de salir: “Comeros la una a la otra”.

¿Lleva algún talismán en escena?

Antes del estreno en Sevilla le dije a mi tía Julia [Gutiérrez Caba] que estaba muy nerviosa y me trajo un corazoncit­o pequeñito de terciopelo rojo, que llevo en el bolsillo del vaquero durante toda la función. Ella no lo sabía, pero yo en la obra hablo mucho de que tengo el corazón roto. En Sevilla, el día del estreno, hubo un momento que bajé la mano, lo noté y seguí. Es una cosa muy extraña y muy bonita.

¿Cómo recuerda a su abuela Irene?

Pues… [Silencio largo] La verdad es que Irene murió cuando yo tenía siete años. Así que para mí lo que queda de ella son sensacione­s, recuerdos y cosas que me cuenta la gente. Su figura está ahí como una especie de halo que me acompaña, pero no puedo tenerla tan presente como he tenido a mis tíos Emilio y Julia, que siguen conmigo y han estado toda

la vida. Piensa que mi abuela nunca me vio en un escenario. Yo le decía: “Quiero salir contigo, aunque sea haciendo de perro”. Con cinco años iba los domingos al teatro y, después de ver la función entre bambalinas y aprenderme sus movimiento­s, la imitaba en el camerino mientras ella se cambiaba.

¿Cómo es su tío Emilio?

Un hombre brillante, con muchísima capacidad de trabajo y sentido del humor. Una de las personas más cultas que he conocido jamás. De hecho, siempre quiero jugar con él al Trivial y es imposible. Tiene toda la Historia en la cabeza: es una encicloped­ia andante. Además de un gran seductor. Y mi tío. Mi familia.

¿Cuándo se ha sentido cuidada por él?

Siempre. Los dos están y han estado presentes y pendientes de mí. Cuando empecé, mi tío Emilio me dio unos consejos técnicos muy útiles. Tuve la suerte de que alguien me dijera en confianza todo lo que tenía que mejorar y lo que había que trabajar. “Ten cuidado con esto, ten cuidado con lo otro”. Y eso es impagable. Porque a ellos ya se lo decían sus padres, así que al final este oficio también tiene algo de artesanía, de pasar de padres a hijos y de educarnos entre nosotros.

¿Cree que ven a su abuela Irene en usted?

Sí, pero no solo. Ven en mí a una combinació­n de muchas de las mujeres de mi familia. Dicen que me parezco a mi abuela, pero también a Irene Caba Alba, que es la madre de ellos; y a Julia de joven…

Además de orgullosos, me da la sensación de que están bastante alucinados o desconcert­ados con las cosas que hace sobre el escenario.

[Risas] Piensa que el teatro ha evoluciona­do muchísimo y yo soy la que llevo a mi tía Julia a ver a Angélica Liddell. Ellos vivieron una época de la escena de este país muy importante, pero no tiene nada que ver con lo que yo hago. Es cierto que formo parte de una saga teatral, pero cuando conocí a Àlex Rigola, con 17 años, comencé a construirm­e una nueva familia en la profesión. Con él descubrí un nuevo lenguaje teatral, moderno, europeo, que es donde puse el foco y que no tiene nada que ver con lo que ellos hacían. Y eso es lo bonito. La sociedad cambia. El teatro cambia como cambia la sociedad y nosotros cambiamos también. Para mí lo más hermoso es que ellos me dieron una cosa y yo les estoy devolviend­o otra.

¿Qué papel ha jugado en su vida el director Àlex Rigola?

Ha sido mi mentor. Yo descubrí el teatro gracias a él. Me escogió para hacer Días mejores con 17 años, y fue lo que determinó cómo iba a ser mi carrera. Podría haber tirado por otro camino...

Podría haber hecho El internado o una serie tipo Al salir de clase, pero lo que hizo, una obra de teatro donde su personaje era una drogadicta que esnifaba productos de limpieza y se masturbaba en escena... Resultaba tan impactante que, algunos se levantaban y se iban...

[Risas] Afortunada­mente, Rigola se cruzó en mi camino y me eligió sin tener ni idea de quién era nieta. La persona que soy ahora, las amistades que tengo, mi universo teatral y artístico, todo se lo debo a ese encuentro. Y no solo porque me ha dirigido, sino porque durante los ocho años que él estuvo al frente de la Bienal de Venecia de teatro, viajé muchos veranos a Italia con un grupo de compañeros de mi edad para formarme con los mejores directores europeos. Tomé contacto con otras formas de hacer teatro que me abrieron un mundo de posibilida­des y de metas a las que querer llegar. Que te quiten la venda de los ojos y te descubran todo eso es un regalo. ●

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Camisa y pantalón de Liu Jo.
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