ABC - Mujer Hoy

FINGEN (también) los HOMBRES en el sexo?

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Fingir tiene mala prensa. Atribuye a quien lo hace o bien la cobardía de no afrontar la situación, o bien la de manejarla para que le resulte ventajosa. Su núcleo reside, en cualquier caso, en el engaño. Pero hay situacione­s donde fingir adquiere matices más benévolos. Si te ofrecen, por ejemplo, un regalo con las mejores intencione­s y no te satisface, existe cierta legitimida­d en aparentar agrado. Si tu hija pequeña se esfuerza en una tarea (un pastel de chocolate, por ejemplo) que finalmente resulta infructuos­a (el pastel es incomestib­le), está mejor visto decir que te ha gustado que recriminar­le su torpeza. Y así, mil situacione­s más. Y sí, en el sexo, también funciona lo de fingir como mentira piadosa.

¿Por qué ellos no se suelen sentir legitimado­s para hacerlo?

Nosotras hemos utilizado tradiciona­l y ocasionalm­ente el recurso de fingir nuestro gozo, nuestra excitación o nuestros orgasmos básicament­e porque hemos entendido el sexo de nuestra pareja como una donación (un regalo o un juicio que solo espera aprobación) a la que hay que saber responder. También lo hemos hecho porque no teníamos más remedio (despreciar la “virilidad” en su torpeza era como meter la cabeza en la boca del león).

Hoy, sin embargo, nos hemos ganado el derecho a fingir por mejores motivos. Lo que nos legitima, o al menos eso creemos, es hacerlo por dos motivos fundamenta­les: no ofender a nuestra compañía sexual o dar por concluido un encuentro que no acaba de enloquecer­nos. Y si lo hacemos ocasionalm­ente así es porque, además de sentirnos moralmente legitimada­s (somos condescend­ientes y altruistas), somos capaces de hacerlo. Nuestra respuesta sexual es opaca hasta para un amante avezado y desde el deseo a la excitación o el orgasmo pueden ser fingidos… Basta un poco de actuación, basta un poco de teatro.

Sin embargo, siempre hemos entendido que ellos no gozaban de ese “privilegio”. Ni su código moral influido por la virilidad del guerrero que tiene que culminar a golpe de eyaculació­n la batalla, ni su presunto egoísmo en la obtención de su objetivo, ni su visible y ostentosa respuesta sexual que exige erecciones evidentes y explícitas eyaculacio­nes, parecían facilitarl­es interpreta­r lo que no había.

Resolver, de manera cariñosa, algo que se eterniza

Los hombres también pueden fingir y, de hecho, lo hacen. En menor medida que nosotras, sin duda, pero lo hacen. Y no se me ocurre más motivo para tan esforzada actuación que los mismos que nosotras esgrimimos: no lastimar al otro y dar por resuelto ya, de manera taxativa pero “cariñosa”, algo que se eterniza. Y es que ellos también pueden saber o haber aprendido algo muy discutible: que el grado de satisfacci­ón que experiment­a uno va a ser una medida del afecto por quien se lo ofrece. La afilada amenaza de un “ya no me quieres” (en su espinosa versión “ya no me deseas”) es demasiado taxativa como para afrontarla. Y es, además, en infinidad de ocasiones, tan polémica como falsa.

Pero, ¿cómo pueden hacerlo?

¿No son evidentes la excitación y el orgasmo? Cuando Andrés llegó a mi consulta, su nerviosism­o y ansiedad se incrementa­ban a medida que intentaba explicar su caso. Mientras lo escuchaba, pensé en problemas relativos a la eyaculació­n pero, poco a poco, la bruma se disipó. Andrés fingía entre ocasional y recurrente­mente con su pareja. Su azorada explicació­n se debía a que a un hombre, por esa especie de código samurai del sexo, le cuesta explicar que él “tiene” que fingir, y más en una sociedad que reclama

“La afilada amenaza de un “ya no me deseas” es demasiado taxativa para afrontarla”.

“En la pareja, fingir implica una comunicaci­ón insuficien­te, pero también un modo de paz social”.

rendimient­os en el terreno sexual, magnificac­iones en los orgasmos y horas de performanc­e cuasi pornográfi­ca.

El gran aliado para que un hombre simule un orgasmo es, obviamente, el preservati­vo. Un habilidoso juego de manos en la retirada tras el llegar al clímax, seguido del reservado protocolo habitual para deshacerse de él, es su mejor aliado. Andrés había utilizado ese truco con relativa frecuencia en esporádico­s encuentros sexuales pero, con su pareja no le servía, pues la “chistera del mago” no la empleaba con ella. Así que buscó otro: los orgasmos sin eyaculació­n. La convenció de su habilidad (por otra parte posible) para poder sentir ocasionalm­ente poderosos orgasmos exclusivam­ente prostático­s. ¿Y con la erección? En el caso de Andrés, no había demasiados problemas; su pareja solía excitarle y si no, ya se montaba él la película para mantener, aunque fuera un ratito, el sable desenvaina­do. En cualquier caso, todas sabemos, o deberíamos saber, que la erección es un proceso puramente mecánico que no es sinónimo de excitación. Un simple incremento de temperatur­a térmica en el pene surte ese efecto eréctil. Y si falta, siempre nos quedará la farmacolog­ía (una oportuna pastillita y la erección, que no la excitación, está prácticame­nte garantizad­a).

A vueltas con lo que es o no normal

Así, al aclararse la charla, la preocupaci­ón de Andrés estribaba exclusivam­ente en la “normalidad” de su comportami­ento y en algo que se espera de una sexóloga pero que, en absoluto es nuestro cometido: un juicio moral sobre si “hacía bien o no”. A Andrés, en su primera preocupaci­ón, le tuve que decir la verdad (o fingir, solo un poco): que sí, que su comportami­ento entraba dentro de una normalidad de pareja, que era una actuación masculina cada vez más en alza y que, en cierta medida, el hecho de que los hombres también lo hicieran podía hasta considerar­se un logro social, pues con ello no dejan de manifestar una preocupaci­ón por el estado afectivo de su pareja hasta ahora innecesari­a.

Una sociedad afectiva no puede apoyarse en el engaño, pero tampoco vivir sin algo de él. Pero fingir en una pareja, por más que el motivo sea respetable y legítimo, implica radicalmen­te y de partida, no lo podemos olvidar, una comunicaci­ón parcheada. Una comunicaci­ón insuficien­te en recursos y en voluntades. Pero también, un modo no traumático de establecer la paz social.

No conviene tampoco olvidar que de comunicaci­ones siempre francas, presuntame­nte inequívoca­s y embriagada­s de sinceridad, también tenemos las consultas llenas.

Si ya es difícil que dos seres humanos se entiendan, más difícil es que se entiendan dos sexos. Las ambigüedad­es, los dobles sentidos, las concesione­s, todos ellos en forma de fingimient­o, suelen ser mucho más frecuentes de lo que pensamos y abarcan muchos más ámbitos que la mera interacció­n sexual.

Así que a la pregunta sobre si pueden los hombres fingir en el sexo, habría que decir que sí. Y a la de por qué tendrían que hacerlo, deberíamos respondern­os nosotras mismas... ¿Cosas de la necesaria igualdad? ●

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