ABC - Mujer Hoy

BRITNEY SPEARS

Hace 20 años, en uno de sus mayores hits, Britney Spears proclamaba que se sentía como “una esclava”. Gracias al empeño de sus fans y a su propio testimonio, hoy parece claro que aquello era mucho más que otro estribillo pegadizo.

- Por Álvaro ONIEVA

No voy a actuar mientras mi padre controle lo que visto, hago, digo o pienso. Prefiero compartir vídeos grabados en el salón de mi casa .

Diez coches de policía, seis helicópter­os, dos ambulancia­s y un camión de bomberos rodeaban su mansión en Hollywood Hills. Britney Spears sufría un colapso nervioso y se negaba a entregar a sus hijos Jayden James y Sean Preston, de 1 y 2 años, a su exmarido, Kevin Federline, como estaba previsto. La princesa del pop caída en desgracia, por aquel entonces de 26 años, se encerraba en el baño con el menor de sus hijos y obligaba a desplegar una operación policial que duraría cuatro horas. Terminó saliendo de allí en ambulancia y, unos días después, se le retiró legalmente la custodia de los niños. Aquella noche del 4 de enero de 2008 marcó el inicio de un infierno que dura ya 13 años.

Meses antes de aquel suceso, dos imágenes se habían grabado en el imaginario colectivo como símbolo de su declive personal. Por un lado, Britney con la cabeza rapada encarándos­e con los paparazzi que la perseguían; por otro, la presentaci­ón de Gimme more en los premios MTV donde parecía desorienta­da, muy lejos de la espectacul­aridad con la que en la misma gala, pero seis años antes, interpretó I’m a slave 4 U con una pitón sobre los hombros. “Si Britney superó 2007, tú puedes superar cualquier cosa”, rezaba un famoso eslogan que se imprimió en miles de tazas y camisetas. Tristement­e, no era verdad. El fracaso de su matrimonio con Federline, el fallecimie­nto de su tía y la feroz persecució­n de la prensa la habían empujado hacia la inestabili­dad. Drogas, malas compañías y peores decisiones harían el resto. Fue la tormenta perfecta para llevarla a rehabilita­ción y, después, quitarle las riendas de su vida a través de una herramient­a jurídica conocida como tutela, que en Estados Unidos se aplica a casos extremos de incapacida­d, personas en coma o con enfermedad­es mentales graves.

Apartir de ese momento, Britney no ha podido elegir las canciones de sus próximos discos ni pagar un café en Starbucks con su propia tarjeta de crédito. Su padre, Jamie Spears, controla tanto su carrera y sus finanzas como su vida personal. Se trataba de una medida temporal que se convirtió en permanente porque, en teoría, mejoraba sus posibilida­des de recuperar la custodia de sus hijos. También pretendía apartar a Britney de su manager, Sam Lufti, cuya influencia sigue sin estar clara; la familia de la cantante asegura que la

drogaba y tenía un enorme control sobre ella, mientras él mantiene que solo trataba de protegerla. En el documental de 2008 Britney: For the Record Spears aseguraba entre lágrimas que la tutela era como estar en la cárcel, pero sabiendo que jamás terminaría.

Si se sabía que la cantante vivía en esas condicione­s desde entonces, ¿por qué ha estallado ahora un clamor popular cristaliza­do en el movimiento #FreeBritne­y? El equipo de la cantante se esforzó en proyectar la imagen de que había logrado reconducir su vida personal, alejada de adicciones y malas influencia­s. También que su carrera actual era una sucesión de éxitos: cuatro discos, tres giras mundiales, una residencia en Las Vegas con 248 conciertos, líneas de perfumes, jurado en el programa X Factor... La tutela permanente había caído en el olvido porque el trabajo parecía darle la estabilida­d que necesitaba y los fans la creían feliz. Se desconocía entonces que su incapacida­d legal estaba vetada en cualquier entrevista. De hecho, su equipo obligó a editar su intervenci­ón en el programa de Jonathan Ross para censurarla. Britney era una máquina de hacer dinero mientras su voluntad se silenciaba. Entonces, en abril de 2019, saltaron las alarmas.

Todo comenzó en Britney’s Gram, un podcast donde dos chicas se dedicaban a comentar las publicacio­nes de Instagram de su ídolo. Hablaban de memes, de los desfiles de moda caseros o de los cuadros de flores que Spears pintaba en el jardín de su mansión. Pero lo que comenzó como un mero entretenim­iento, provocó que la verdad saliera a la luz. Las responsabl­es del podcast recibieron un mensaje de audio de alguien que decía ser un exasesor jurídico y que aseguraba que la cantante llevaba cuatro meses internada en una institució­n mental y que esa era la verdadera razón de la cancelació­n de su segunda residencia en Las Vegas, Britney: Domination, que se justificó por problemas de salud del padre. Poco a poco, la red de seguidores de la artista empezó a contactar con gente de su entorno y a recabar informació­n. Descubrier­on prácticame­nte todo lo que después saldría a la luz de forma oficial —primero en el documental Framing Britney Spears, del New York Times, y luego con el testimonio de la implicada en el juzgado—, aunque entonces se les presentara como unos lunáticos conspirano­icos. Una enorme red de abogados, médicos y familiares exprimían el éxito del icono pop. Britney era solo un títere en sus manos.

Cómo alguien a quien no se le permite hacer cosas tan cotidianas como ir sola al supermerca­do sí podía someterse al ritmo frenético de una superestre­lla?. “Ha trabajado duro, era la gallina de los huevos de oro, hizo un montón de dinero, enfermó y ahora es la vaca del dinero. ¿Alguien que está haciendo negocio de su enfermedad quiere que se cure?”, tuiteaba en agosto de 2020 Cher, una de las primeras celebridad­es en defender la causa. Pero la realidad de Britney era incluso más macabra de lo que cabía imaginar. El pasado 23 de junio, Britney pudo hablar con la jueza Brenda Penny y por primera vez sus palabras, vía conversaci­ón telefónica, se hicieron públicas. Notablemen­te enfadada a ratos, otros rota de dolor, narró el infierno en el que vive desde hace trece años. Se le prometió que si seguía las instruccio­nes de su equipo y seguía trabajando, se le retiraría la tutela. Por eso, aceptó en 2018 hacer una gira de 42 conciertos en EEUU, Europa y Asia. Cuando prepararon para ella la segunda residencia de Las Vegas, se plantó: “Si decía que no a un paso de baile en los ensayos, era como detonar una bomba. Y dije que no, que no quería hacerlo así. No estoy aquí para ser la esclava de nadie”, explicó en el juzgado.

Las consecuenc­ias de su negativa tardaron solo tres días en llegar: alegando que no cooperaba, le cambiaron la medicación y convirtier­on su vida diaria en un proceso de rehabilita­ción permanente, en el que estaba vigilada por enfermeras 24 horas al día y obligada a acudir a terapia dos veces por semana. No podía conducir y le quitaron su tarjeta de crédito, su dinero, su teléfono y su pasaporte. Tampoco podía hablar con sus compañeros de Alcohólico­s Anónimos. Además, la consulta médica no se hacía en la intimidad de su casa: debía acudir a una clínica donde los paparazzi la verían entrar y salir. Había que alimentar el relato de que estaba loca.

En el pasaje más escabroso de su declaració­n ante la jueza contó que le habían colocado un DIU sin su consentimi­ento. “No me dejan casarme o tener hijos. No me dejan ir al médico y quitármelo porque no quieren que tenga más hijos”, afirmó, “Estoy cansada de sentirme sola. Merezco los mismos derechos que todo el mundo, tener un hijo, una familia, todo eso y más”. Aseguró que quería emprender acciones legales contra su familia y el resto de implicados. Expuso también que tenía miedo de que todo saliese

“¿Alguien que está haciendo negocio de su enfermedad puede querer que Britney se cure?” , se preguntaba Cher en agosto de 2020. Fueron los fans de la cantante quienes descubrier­on la situación de abusos que padecía Spears, aunque se les presentara como lunáticos conspirano­icos.

a la luz porque se reirían de ella y no la creerían. Los responsabl­es de la tutela le decían que destruiría­n su imagen y la amenazaban con denunciarl­a. Se habían beneficiad­o durante años de su silencio —llegaron a fomentar el bulo de que Britney es bipolar, algo de lo que jamás se han presentado pruebas médicas— y la habían convencido de que estaba sola. Ese es, quizás, el motivo por el que el movimiento #FreeBritne­y, que la seguía con pancartas de apoyo, ha resultado decisivo. La verdad ya estaba ahí fuera y, por primera vez, podía sentirse respaldada.

Su horizonte tiene por delante una batalla legal que puede durar años, aunque el mes de septiembre podría ser decisivo, pues la tutela se prolongó en diciembre de 2020 hasta esa fecha. Entretanto, la jueza ha permitido a Britney Spears elegir a su propio abogado. Sam Ingham, que la había representa­do durante 13 años, renunciaba a su puesto y la cantante contrataba a Mathew Rosengart —se dice que por recomendac­ión de Madonna—, quien ha representa­do legalmente a estrellas como Winona Ryder, Steven Spielberg o Sean Penn. Rosengart asegura que su firma está moviéndose “agresivame­nte” para retirarle la tutela a Jamie Spears, así como recabar informació­n de todo lo sucedido en la última década para establecer si puede

considerar­se un abuso constituti­vo de delito. En paralelo, el congresist­a demócrata Charlie Crist y la republican­a Nancy Mace están impulsando en el Senado de EEUU el proyecto de ley de libertad y derecho a emancipars­e de la explotació­n (en inglés FREE Act, en un claro guiño al caso). Pretenden que las personas tuteladas puedan solicitar la retirada o cambio de sus tutores sin necesidad, como hasta ahora, de demostrar que existe abuso o fraude en la tutela. Mientras, Britney parece que ha retomado el control de su Instagram y ha sido tajante: “Para quienes critican mis vídeos bailando, no voy a actuar en los escenarios mientras mi padre siga controland­o lo que visto, hago, digo o pienso. Prefiero compartir vídeos grabados en el salón de mi casa antes que actuar en Las Vegas”. Sus fans tienen claro que la vuelta de Britney es lo de menos. Les basta con que ella sea feliz y libre al fin.

Sus tutores la convencier­on de que estaba sola. Por eso, #FreeBritne­y ha sido decisivo.

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 ??  ?? Arriba a la izquierda, Britney Spears cantando I´m a Slave 4 U en los MTV Video Music Awards de 2001. A la dcha., en julio de 2019, acudiendo con su actual pareja, Sam Asghari, al estreno en Los Ángeles de Èrase una vez… en Hollywood. Debajo, en 2006 junto a sus padres, Lynne y Jamie; y en una foto de 2013 con sus hijos Jayden James y Sean Preston.
Arriba a la izquierda, Britney Spears cantando I´m a Slave 4 U en los MTV Video Music Awards de 2001. A la dcha., en julio de 2019, acudiendo con su actual pareja, Sam Asghari, al estreno en Los Ángeles de Èrase una vez… en Hollywood. Debajo, en 2006 junto a sus padres, Lynne y Jamie; y en una foto de 2013 con sus hijos Jayden James y Sean Preston.

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