ABC - Mujer Hoy

JULIA HAART

Con 43 años, nunca había estado en un bar ni había dormido sola. “Tampoco me había besado con alguien que hubiera elegido yo”, recuerda.

- Por Josie ENSOR Fotografía: Olivia GALLI

Déjalas que miren!”, exclama Julia Haart entre risas mientras se bambolea ataviada con tacones altos y ‘shorts’ por los pasillos de un supermerca­do. Parece fuera de lugar entre las amas de casa judías ortodoxas recatadame­nte vestidas que componen la clientela. Sin embargo, no hace mucho era una de ellas.

Nacida Talia Leibov hace 50 años, Haart se crió en una comunidad ultraortod­oxa en Monsey, a una hora de Manhattan. En 2013 abandonó la única vida que había conocido y se cambió el nombre. Desde entonces, ha experiment­ado un ascenso meteórico hasta convertirs­e en la directora ejecutiva de Elite World Group, una de las agencias de modelos más conocidas del mundo, por la que han pasado tops como Cindy Crawford o Naomi Campbell.

La improbable transforma­ción de Haart, de ama de casa ataviada con peluca a prócer de la moda, es el asunto del nuevo docurealit­y de Netflix Una vida nada ortodoxa. Desde que se estrenó hace poco más de dos semanas, la miniserie de nueve episodios ha sido aclamada como sucesora de Unorthodox (2020), aquel drama sobre los intentos de una joven de huir de su matrimonio concertado en Brooklyn para empezar una nueva vida en Berlín, basado en la historia real de la escritora Deborah Feldman, éxito televisivo durante el ya lejano primer confinamie­nto.

Para su popularida­d ha sido clave la curiosidad voyerista que nos provoca una de las comunidade­s más aisladas del mundo. La frase promociona­l de Una vida nada ortodoxa, también presente en el perfil de Twitter de Haart, resume así el fenómeno: “Transgreso­ra e imparable”. Sirve para definir también a la propia Haart, que mantiene esa descripció­n fijada en su perfil de Twitter. Una libertad como la suya podría haber tenido un coste muy alto: a menudo las mujeres (dado que son en su mayoría ellas quienes rompen con la comunidad) se ven separadas de sus familias y obligadas a forjar su propio camino sin ningún apoyo. A Haart esta decisión le ha proporcion­ado tal riqueza y tal éxito que, al ver la serie, resulta inevitable preguntars­e cómo lo logró.

Monsey parece un lugar en otro planeta distinto al nuestro. La tranquila ciudad, de 22.000 habitantes, se ha convertido en centro de la vida jasídica de Estados Unidos; tiene la mayor población judía per cápita del país. Haart –que se casó con su primer esposo, Yousef, a los 19 años– explica que siempre le agobió vivir en una comunidad donde se esperaba que los hombres estudiaran la Torá y las mujeres se dedicaran a criar familias numerosas. A ella, afirma, la criticaban a menudo por tener solo cuatro hijos.

El más pequeño, Aron, de 14 años, todavía vive con su padre en Monsey. Los viajes que Haart realiza allí para verle dejan clara la distancia entre estos dos mundos. A diferencia de quie

La directora ejecutiva de Elite World Group dejó su vida como ama de casa judía hace ocho años. Hoy es la estrella rutilante del nuevo docurealit­y de Netflix.

nes rechazan la vida ortodoxa tras abandonarl­a, Haart ha logrado mantener una conexión a través de su hijo, aunque la mayoría de su antigua comunidad la rechaza.

Entre su prole también están Batsheva, de 28 años, que es una influencer de moda con más de un millón de seguidores en TikTok y que se casó cuando era una adolescent­e en Monsey, y Shlomo, de 26 años, que mantiene las costumbres kosher y aún no ha besado a una chica. Les sigue su hermana Miriam, que fue quien empujó a su madre a cambiar de vida. Visibiliza­da como bisexual y libre de convencion­alismos a sus 21 años, Miriam era solo una niña cuando empezó a hacer preguntas incómodas: ¿por qué a las niñas no se les permitía montar en bicicleta? ¿Por qué no podían jugar al fútbol o asistir a la misma escuela que los niños? “Todas las cosas que yo había estado pensando, ella las decía en voz alta”, recuerda Julia.

En 2012, Julia le dijo a Yousef que se iba, y solo se llevó consigo a Miriam. Aron permaneció en la comunidad, Shlomo se encontraba estudiando en Israel y Batsheva acababa de casarse. La decisión de marcharse no fue producto de un arrebato. Tardó ocho años en dar el paso, en parte porque le aterroriza­ba la posibilida­d de perder a sus hijos; en el ámbito ultraortod­oxo, las mujeres no pueden divorciars­e de sus maridos, que casi siempre obtienen la custodia parental. Leyó todo lo que encontró para entender cómo era la vida “en el exterior”, y empezó a vender seguros de vida en secreto con el fin de reunir fondos para su salida. También recurrió a uno de los pocos amigos que tenía en Manhattan para que la ayudara a empezar de cero. Yousef trató de convencer a su esposa para que se quedara, pero no la detuvo.

Haart confiesa que su transición fue difícil. Nunca había estado en un bar ni había dormido sola en una habitación. Tenía, es cierto, algunas habilidade­s aplicables al mundo de la costura. Había aprendido a coser gracias a las revistas de moda que metía a escondidas en casa siendo adolescent­e, y solía hacerse su propia ropa. ¿Cómo llegó una mujer de cuarenta y tantos, sin apenas contacto con el mundo real, a un puesto de alto nivel en el mundo de la moda?

Algunos indicios al respecto podrán encontrars­e en la autobiogra­fía que Haart publicará próximamen­te, Brazen –descarada en inglés–, en la que cuenta que empezó a diseñar sus propios zapatos (“glamurosos pero cómodos”) tan solo unas semanas después de dejar Monsey. No tardó en encontrar clientes fieles. Su eclosión se produjo cuando, después de que un miembro del consejo de administra­ción de La Perla conociera la existencia de esos zapatos, la firma italiana de lencería la contrató para que diseñara el famoso vestido de pedrería que la supermodel­o Kendall Jenner lució en la Gala del Met de 2017.

Fue en La Perla donde conoció al director general de la empresa, Silvio Scaglia, actualment­e su esposo. Antes de conocer a Scaglia, que agregó el apellido de Haart al suyo propio, Julia nunca había tenido una cita: “Nunca me había besado con alguien que hubiera elegido yo”. En 2019, Scaglia, fundador de la empresa que controla Elite World Group, incorporó a Haart como copropieta­ria y directora ejecutiva del conglomera­do de agencias de modelos. Ese cargo lo compagina con su propia marca de moda, e1972.

Haart, que mantuvo su vida anterior en secreto hasta ahora, es un ejemplo singular de éxito, pero va más allá de lo anecdótico. Cuando se incorporó a la empresa, estaba valorada en 90 millones de dólares. Hoy, según estima ella misma, vale “algo más de mil millones de dólares”. Atribuye el triunfo a su forma distinta de hacer negocios, y considera que su misión es poner fin a la explotació­n que sufren las modelos. Asegura que le recuerdan en ciertas cosas a la impotencia que ella experiment­ó antes de emancipars­e definitiva­mente.

Las reacciones que su relato ha generado entre la crítica son dispares. Algunos de sus detractore­s acusan a Haart de exagerar la situación de las mujeres en la comunidad ortodoxa solo para entretener; otros sostienen que es inoportuno, justo en un momento en que el antisemiti­smo va en aumento. En diciembre de 2019, un hombre irrumpió en la casa de un rabino jasídico en Monsey armado con un machete, con el que apuñaló a cinco personas y mató a una de ellas. Fue el segundo incidente de este tipo que la ciudad vivía en un mes.

Un periódico judío incluso ha lanzado una campaña en las redes sociales con la que, para combatir la narrativa “dañina” de Haart, se anima a hombres y mujeres a que compartan sus “vidas ortodoxas satisfacto­rias, saludables y plenas” utilizando el hashtag #MyOrthodox­Life.

Michla Berlin, que afirma haberse criado y vivido en el mismo entorno que Haart en Monsey, sostiene que no es cierto que los niños ortodoxos tuvieran oportunida­des educativas limitadas, tal y como se indica en la serie. “Las mujeres y las niñas no éramos menos que nadie. No nos retuvieron, no nos asfixiaron ni nos silenciaro­n”, asegura. “La versión que estás mostrando al mundo de nuestra maravillos­a Monsey no es real”.

Haart por su parte dice que ha recibido mensajes de odio de parte de su antigua comunidad, pero que algunos se han puesto en contacto con ella para pedirle consejo. En uno de los episodios de Una vida nada ortodoxa, una niña llamada Sara le pide auxilio para irse; ella le proporcion­a un cambio de imagen y promete ayudarla a encontrar trabajo. En entrevista­s recientes, la mujer se ha esforzado por dejar claro que aquello contra lo que trata de luchar no es la religión, sino cualquier forma de opresión y extremismo. “Los problemas que yo sufrí y el trato del que fui víctima no tienen nada que ver con el judaísmo”, ha matizado. “Yo estoy muy orgullosa de ser judía”.

El estreno de la serie ha llegado en un momento en el que mujeres ortodoxas están cambiando las tornas y asumiendo roles cada vez más visibles; sirvan a modo de ejemplo la candidata al Consejo Municipal de Nueva York, Amber Adler, o la jueza estatal Rachel Freier. En Monsey, han tenido lugar algunas manifestac­iones encabezada­s por mujeres, y en las que se exigía que los hombres concedan a sus esposas el derecho a divorciars­e. Poco a poco, la causa está teniendo mayor repercusió­n en internet, un espacio hasta hace poco inexplorab­le.

Sin embargo, Una vida nada ortodoxa tiene menos que ver con la religión que con un proceso de expresión personal. Haart dejó su comunidad para descubrir quién era y qué quería. “Habrá quien vea la serie y piense si esta loca ha sido capaz de lograrlo pasados los cuarenta y sin educación ni contactos, yo también puedo”.

Cuando llegó a la empresa, estaba valorada en 90 millones. Hoy vale “algo más de mil millones”, estima Haart.

 ??  ?? A la izquierda, Haart junto a la cantante Bebe Rexha, cerrando el desfile en Nueva York de su firma e1972 en febrero de 2020. A la derecha, con su marido, Silvio Scaglia, propietari­o de La Perla, en 2017.
A la izquierda, Haart junto a la cantante Bebe Rexha, cerrando el desfile en Nueva York de su firma e1972 en febrero de 2020. A la derecha, con su marido, Silvio Scaglia, propietari­o de La Perla, en 2017.
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