ABC - Mujer Hoy

ASCENSOR SOCIAL

EL ARTE DE CONVERSAR ENTRE PISO Y PISO

- Por Marita ALONSO

Es como en un ascensor; tú estás en el ascensor hablando con la gente y no sientes nada raro, y entre tanto pasa el primer piso, el décimo, el 21, y la ciudad se queda ahí abajo, y tú estás terminando la frase que habías empezado al entrar, y entre las primeras palabras y las últimas hay 52 pisos”. Con estas palabras, Julio Cortázar plasmaba en El perseguido­r lo complicado que resulta entablar conversaci­ones consistent­es en un aparato que odian los adeptos al fitness, los claustrofó­bicos y quienes temen las conversaci­ones triviales y los silencios incómodos.

En los ascensores ocurren las escenas más tórridas del cine (y de la vida real, si tienes suerte), las charlas más reveladora­s (el ascensor era un personaje más en Anatomía de Grey y en Mad Men) e incluso las estampas más aterradora­s, como la icónica riada de sangre que salía de los elevadores del hotel Overlook en El resplandor. Pero en ellos también tienen lugar las llamadas charlas de ascensor. Tan incómodas como irrelevant­es, en realidad son verdaderos lubricante­s sociales capaces incluso de ayudarnos a ascender no solo de planta, sino en el ámbito laboral. ¿Acaso has olvidado cómo Melanie Griffith expuso en un ascensor, en Armas de mujer, su plan de negocios a un magnate de la comunicaci­ón? Un elevator pitch en toda regla, que es como se llama a los

Despega la mirada del teléfono y olvida el parte meteorológ­ico: las conversaci­ones breves pueden hacerte más feliz e incluso ayudarte a ascender en el trabajo. Sube de piso en la vida con el dominio del small talk.

discursos de presentaci­ón breves y concisos que, según la leyenda, se relacionan con el tiempo que tardaba en ascensor Warren Buffet desde la planta baja hasta el piso donde tenía su despacho. En ese trayecto, decidía si concedería a sus clientes créditos.

Las charlas exprés son más relevantes de lo que pensamos. Así lo indica un estudio publicado en Psychologi­cal Science, que señala que “sistemátic­amente menospreci­amos lo mucho que nuestros compañeros de trabajo nos valoran y disfrutan de nuestra compañía”. ¿La razón? Según la fundadora y CEO de la agencia de comunicaci­ón Pencil or Ink, Ellie Hearne, “la gente no recuerda lo que has dicho, sino cómo se ha sentido al hablar contigo”. Por eso hay que involucrar­se más en interaccio­nes breves, a las que el psicólogo norteameri­cano Steven Handel se refiere como “relaciones de 10 segundos”, pues tienen el potencial de mejorar nuestro estado anímico, cambiar nuestra perspectiv­a y ayudarnos a salir del estado antisocial al que los teléfonos móviles y los auriculare­s nos conducen.

“Tendemos a asumir que es mejor recluirse en nosotros mismos que tener interaccio­nes breves con extraños, pero se trata de un error. El simple acto de relacionar­nos durante un periodo de tiempo corto con otras personas nos hace más felices y nos inclina a ser más sociales. Nos ayudará también como entrenamie­nto mental y psicológic­o para sacar lo mejor de nosotros, tanto en conversaci­ones como en charlas breves, al margen del contexto”, asegura el coach Patrick King en su libro Better small talk.

Pero, ¿cómo pulsar el botón hacia último piso y hacer de las charlas de ascensor el nuevo triptófano? “Aunque no da tiempo a entablar diálogos muy profundos, hay que mantener una conversaci­ón que no sea incómoda. La cháchara habitual no aporta nada y se puede transforma­r. La clave está en activar un poco más la curiosidad como un espacio para preguntar con la intención de descubrir o compartir cosas. Hay que mejorar la capacidad de preguntar, escuchar y tirar del hilo haciendo preguntas para saber del otro, compartien­do algo que te apetece, mostrando admiración por algo o generando momentos, observando lo que se tiene enfrente. Sé breve, trata de decir algo si no brillante, que cuanto menos que no pase desapercib­ido, y corta rápido”, recomienda Aurora Michavila, experta en comunicaci­ón, consultora y autora de Supercomun­icadores (Destino).

En esta dimensión de ascensoris­tas sociales, resulta esencial aprender a leer el contexto y el lenguaje no verbal de los demás. “Hay que reconocer la energía y la tensión, que se advierten”, asegura Michavila, que advierte que hay ciertos temas merecedore­s de pulsar el botón de alarma. “Evita todo lo que tenga un punto de controvers­ia. No hay tiempo para profundiza­r y habrás abierto un debate que no podrás cerrar en un espacio que, por si fuera poco, puede ser intimidant­e. Las cuestiones muy personales tampoco son recomendab­les, porque demandan un claro proceso de calentamie­nto, arranque, desarrollo y cierre”, explica.

En resumidas cuentas, hablar del tiempo puede resulta contraprod­ucente, pero jamás sabremos si el motivo por el que Solange Knowles y Jay Z se enzarzaron en una mítica pelea en el ascensor de la after party de la gala MET del 2014 fue precisamen­te abrir un melón demasiado delicado y no limitarse a comentar el clima del día... Así que, cuando preguntes a qué piso va quien está a tu lado, recuerda que las conversaci­ones de ascensor son como los preparados instantáne­os de microondas: se calientan demasiado rápido y no siempre tienen los valores nutriciona­les adecuados, por lo que para evitar indigestio­nes, han de ser consumidos con cuidado y mesura. Por cierto... ¿a qué piso vas?

“En el ascensor, la GENTE no recuerda lo que has dicho, sino cómo se ha sentido al hablar CONTIGO”.

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A la izda., el libro Supercomun­icadores,
de Aurora Michavila.
Arriba, fotograma de la película Gran Hotel Budapest; debajo, una de las escenas clásicas de ascensor de la serie Mad Men. A la izda., el libro Supercomun­icadores, de Aurora Michavila.
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