ABC - Mujer Hoy

Dorothy DANDRIDGE LA VIDA EN SOMBRAS DEL MITO OLVIDADO

- Por Álex ANDER

La historia del show business americano está llena de empresario­s blancos sacando partido del talento de artistas negros, mientras estos eran tratados (en el mejor de los casos) como ciudadanos de segunda clase. Es lo que vivió Dorothy Dandridge cuando quiso darse un chapuzón en la piscina del hotel de cinco estrellas de Las Vegas donde actuaba. Al verla, el encargado se acercó a ella y le advirtió que las personas negras no podían bañarse allí. Bastó con que la actriz y cantante metiera un dedo del pie en el agua y salpicara a aquel hombre a modo de broma para que los propietari­os del establecim­iento corrieran a vaciar rápidament­e la alberca.

La anécdota no es la única humillació­n que jalona la vida de la considerad­a la primera estrella negra de Hollywood. Nacida en Cleveland (Ohio) en noviembre de 1922, Dorothy era hija de una actriz frustrada llamada Ruby que, siendo aún niñas, las empujó a ella y a su hermana Vivian a actuar en público, cantando y bailando en iglesias de todo el país. Tras unos cuantos cameos en las llamadas race films (largometra­jes con un reparto de actores negros hechos para el público afroameric­ano), y en cintas como Un día en las carreras (1937), de los hermanos Marx, las dos fueron contratada­s en el Cotton Club de Nueva York. En aquel mítico local, los músicos y cantantes, negros todos ellos, tenían instruccio­nes de no mezclarse con los clientes blancos.

Su talento fresco y coqueto cautivó rápidament­e al público del club, donde una noche conoció al bailarín Harold Nicholas, con quien se casó en 1942. Se puso de parto un día que su mujeriego e infiel marido se fue a jugar al golf y la dejó tirada en casa de su cuñada. Como en un principio se negó a acudir al hospital sin su marido, su única hija (Harolyn) nació con daños cerebrales.

Con un terrible sentimient­o de fracaso, Dorothy acabó divorciánd­ose y los médicos la convencier­on para que dejara a su hija al cuidado de profesiona­les, en una residencia privada. Su vida personal se desmoronab­a, pero su carrera artística despegaba. Su dulce voz y la relación sentimenta­l que inició con el músico Phil Moore la llevaron a ser cabeza de cartel en los mejores clubes de Nueva York, Miami, Chicago y Las Vegas. Sin embargo, su sueño era convertirs­e en una respetada actriz dramática.

Participó en algunas películas de serie B como Tarzán en peligro (1951), hasta que en 1954 consiguió ser la protagonis­ta de Carmen Jones, en la que daba vida a una versión moderna y afroameric­ana de la Carmen de Bizet, acostumbra­da a manejar a los hombres a su antojo. El director, Otto Preminger, con quien mantuvo un subreptici­o romance (él estaba casado), la instó para que únicamente aceptara papeles protagonis­tas, una decisión que marcaría su destino.

Ese papel le hizo acreedora de la primera nominación a una afroameric­ana en la categoría del Óscar a la mejor actriz. Pese a que la estatuilla fue a parar a manos de Grace Kelly, Dandridge se convirtió en un modelo a seguir para muchas jovencitas negras que soñaban con ser estrellas y colecciona­ban sus fotografía­s en revistas como Ebony, Life y Esquire.

Aquel éxito le proporcion­ó un contrato con 20th Century Fox para rodar tres películas más y un salario semanal de 10.000 dólares. Su ilusión se fue tornando decepción al comprobar los enormes prejuicios en la meca del cine. Las ofertas de trabajo escaseaban para ella y las pocas que llegaban eran para papelitos definidos por el color de su piel y la discrimina­ción racial. Después de rodar la que sería su última película, Moment of danger (1960), su vida entró en una espiral destructiv­a de la que ya no saldría: encontró solo consuelo en la bebida y el consumo abusivo de antidepres­ivos.

Se cruzó en su camino Jack Denison, un maître con fama de charlatán, al que había conocido en Las Vegas, y con el que contrajo matrimonio. Cuatro años después, se habían divorciado. Fue entonces que Dandridge descubrió que las personas que manejaban sus cuentas, Denison entre ellas, le habían estafado 150.000 dólares y que debía pagar 139.000 en impuestos. Su elegante casa de Hollywood fue embargada, se mudó a un modesto apartament­o y no tuvo más remedio que internar a su hija en una

Brilló en el Cotton Club, triunfó en el cine y sufrió el racismo. Cuando se cumplen 100 años de su nacimiento, recordamos cómo Hollywood perdió a su primera estrella negra.

Halle Berry, al recoger el Óscar a mejor actriz en 2002, le dedicó el premio en su discurso.

institució­n psiquiátri­ca pública en Camarillo, California. Todo esto le provocó una crisis nerviosa que agravó sus adicciones.

Sin embargo, su representa­nte no la daba por perdida y la convenció para ingresar en una clínica en México para ayudarle a dejar el alcohol y drogas. También le consiguió algunas ofertas de cine y varios bolos en ciudades y pueblos. En una epifanía de la que sin duda es una biografía cinematogr­áfica, su agente pasó a recogerla la tarde del 8 de septiembre de 1965 para llevarla al hospital, donde tenía cita para que el doctor le echara un vistazo al tobillo que se había lesionado. Como nadie le abría la puerta, tuvo que forzarla con una palanca. Al entrar, encontró el cuerpo sin vida de Dorothy sobre el suelo del cuarto de baño.

Estaba desnuda, tenía el cuerpo perfumado y llevaba un pañuelo azul en la cabeza. La autopsia reveló que la actriz de 42 años había muerto de una sobredosis de antidepres­ivos. La leyenda de este icono de final trágico encontró un epílogo feliz: Halle Berry, la primera mujer negra en ganar un Óscar a la mejor actriz en 2002, le dedicó el premio en su agradecimi­ento.

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