ROBOTS SEXUALES
Un mundo sin sexo ofrecería muchas ventajas y nos evitaría engorrosos inconvenientes
LA realidad supera la ficción. Ayer leí un reportaje sobre una empresa llamada Abyss, con sede en California, que fabrica muñecas sexuales personalizadas según el deseo del comprador. Cuestan un máximo de 8.000 dólares y su tacto es semejante al de la piel humana.
Pero lo más sorprendente es que Abyss está trabajando en el desarrollo de una muñeca dotada de inteligencia artificial que hablará, cambiará de expresión y podrá comunicarse con el cliente. En un futuro cercano, el robot podrá mover sus articulaciones como si fuera un ser humano.
Dado que la tecnología está a punto de desarrollar coches que circulan sin conductor, no me extraña que estas muñecas sexuales estén pronto en los escaparates de nuestras tiendas, ofreciendo un considerable descuento a quienes quieran probar esta experiencia. Las feministas podrían protestar con razón porque Abyss sólo fabrica robots sexuales para los hombres, pero suponemos que sus dueños no tendrán prejuicios y acabarán por incorporar a su catálogo muñecos masculinos que puedan servir como objeto del deseo femenino.
Era cuestión de tiempo que la tecnología fuera capaz de ofrecer una alternativa a las relaciones sexuales tradicionales, que tantos problemas nos causan a los humanos. Nada mejor que un robot para satisfacer instintos primarios sin ningún tipo de conflicto ni implicación emocional.
En la última versión de Blade Runner, el agente que encarna Ryan Gosling está enamorado de una chica virtual, con la que habla y expresa sus sentimientos mediante la proyección de un rayo láser. En esa sociedad que describe Ridley Scott, los hombres y las mujeres ya no practican el sexo porque se relacionan con imágenes creadas por un ordenador.
No me parece algo imposible porque una gran parte de las comunicaciones humanas ya se hacen por el teléfono móvil, el correo electrónico, skipe o las redes sociales. Todos estos instrumentos nos permiten mostrar el estereotipo que queremos transmitir sin arriesgarnos al imprevisible y enojoso contacto personal.
La robotización del deseo permitiría satisfacer las reivindicaciones de esos colectivos feministas que tachan al hombre de depredador e interpretan cualquier signo de flirteo como una agresión. Y facilitaría a los varones el acceso al sexo de forma segura e inmediata, sin complicaciones afectivas.
Un mundo sin sexo ofrecería muchas ventajas y nos evitaría engorrosos inconvenientes porque el ser humano acabaría por relacionarse solamente con la proyección de una libido virtual, diseñada en función de sus necesidades más íntimas.
Jacques Lacan aseguraba que el deseo apunta siempre a una carencia de ser. Es, por tanto, una búsqueda de lo que no existe, la persecución de un fantasma que habita en el inconsciente. Si el sexo está condenado, pues, a una permanente insatisfacción, nada mejor que un robot para aplacarlo.
Estamos ya muy cerca de eliminar cualquier atisbo de humanidad para entrar en ese mundo feliz que predijo Aldous Huxley en el que viviremos igual que una anémona en el fondo del mar.